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Número 28 - Diciembre 2011

Análisis de la implicación de los mayores en entornos residenciales

Dr. Juan Francisco López Paz
Universidad de Deusto

Hoy en día la relación entre conducta y salud en las personas mayores constituye unode los objetos y áreas de análisis y profundización. Aún necesitamos conocer cuál es el alcance de determinados comportamientos atendiendo, sobre todo, al aumento en la esperanza media de vida. La cuarta edad va adquiriendo mayor entidad tanto en términos cualitativos como cuantitativos lo cual nos exige continuar adquiriendo conocimientos específicos a estas etapas vitales (Stebbins, 2005; McGuire, Boyd & Tedrick,1999).

La evidencia científica en relación a la salud del mayor nos lleva a confirmar que el comportamiento es el medio de contacto directo con agentes patógenos y nocivos; sabemos que indirectamente, por ejemplo, el consumo de tabaco, alcohol y otras drogas producen cambios graduales en el organismo que pueden repercutir en la salud, y que a través del comportamiento es como detectamos y atendemos a la aparición de condiciones patógenas en nosotros mismos y en los demás, de tal manera que el reconocimiento de una enfermedad o disfunción consiste en el grado que dicha interferencia presenta en los hábitos cotidianos de vida (Noval et al., 2005).

La importancia de este tipo de conocimientos se asienta, sobre la posibilidad de implantar y valorar la utilidad de programas de diversa índole con un carácter preventivo, ya que tenemos que conocer qué queremos prevenir y mediante la instauración de qué comportamientos es posible su prevención.

En concreto, en el campo de la Gerontología, además de estos objetivos, se intenta reducir en la persona mayor el grado de discapacidad, disfunción y dependencia, evitar la ruptura familiar y afianzar su vida en el hogar, mejorando su expectativa de vida y manteniendo una buena calidad de vida. Merece la pena atender a las consecuencias derivadas de la implantación de uno u otro estilo de vida (McAlister, 1981; Pereira & Stagnitti, 2008).

Ya no hay duda de que vivir más tiempo nos está provocando un cambio de mentalidad y, consiguientemente, la puesta en práctica de actividades tanto preventivas como rehabilitadoras, de promoción de la salud y de cambios en el estilo de vida que controlen, contengan y retrasen la morbilidad en los últimos años y etapas de la vida. Por tanto, el objetivo a conseguir en las personas mayores, de forma generalizada, es que sean agentes de su propia promoción de la salud y se mantengan activas. En gran medida es un reto para disciplinas como las ciencias del comportamiento. Se trata de identificar, en definitiva, las condiciones que generen la motivación suficiente para iniciar y mantener conductas saludables y disminuir o eliminar las de riesgo en las personas mayores (horas de sueño, ejercicio físico, consumo de alcohol y tabaco, obesidad, pautas de alimentación).

Referentes válidos para la evolución del mayor

La psicología social debe ayudar a transmitir a la sociedad, incluidos todos los grupos de edad, una imagen real de la vejez y de las personas mayores, esto es, una imagen más positiva y realista, y contribuir a que se acepte sin prejuicios lo que es propio de la vejez (Montorio e Izal, 1999; Gonzalo Sanz, 2002 ). En la literatura científica encontramos estudios destacados como el de Kaplan et al. (1996) que contempla la existencia de factores de riesgo en los mayores. En este estudio con diseño longitudinal se maneja el concepto de fragilidad atendiendo a los problemas y pérdidas de capacidad que convierten al sujeto en alguien con mayor nivel de vulnerabilidad frente al entorno (físico, cognitivo, sensorial, social); en definitiva, se hace alusión a diversos hábitos de comportamiento o prácticas de salud como factores predictores de fragilidad (García Rodríguez y Ellgring, 2004; Leung et al., 2010).

Tanto las conductas de salud como las de enfermedad están reguladas por variables motivacionales que implican: primero, la percepción de una necesidad de mejora en la propia salud o de evitación de una enfermedad; segundo, la existencia de planes de acción para ejecutar procedimientos que sean accesibles y percibidos como efectivos en la prevención de la enfermedad y la promoción de la salud; y, finalmente, una evaluación del grado en el que la propia conducta se ha movido hacia el objetivo marcado.

La definición de salud más aceptada y difundida es, en la actualidad, la desarrollada por la OMS (1975), en la que se define la salud como un estado completo de bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de enfermedad. Teniendo en cuenta la anterior definición se ha asociado el estado de salud a aquellas medidas objetivas obtenidas únicamente por el médico, es decir, las medidas bioquímicas, fisiológicas y anatómicas de los individuos (Badía, 1995; Rodríguez Marín, 2001), dejando de lado todas las medidas subjetivas, por ejemplo, el dolor.

Según Bergner (1989), el concepto "estado de salud" contiene todos aquellos elementos que forman parte integral de la persona y excluye los que existen de manera independiente de la misma aunque puedan interaccionar con ella. Con este concepto se describe la salud tal y como se ha medido tradicionalmente, de forma objetiva (por ej., por un observador o alguna medida estándar externa), bien como diagnóstico o como puntuación en una escala.

No obstante, necesitamos un concepto más amplio que incluya no sólo el estado de salud sino también la economía, la educación, el medio ambiente, la legislación, el sistema de salud; y, este es el caso del concepto de calidad de vida. Hörnquist , en 1989, la definía como la percepción global de satisfacción en un determinado número de dimensiones clave, con especial énfasis en el bienestar del individuo. Incluye también las causas externas al individuo que pueden modificar su salud o su estado de salud.

Aunque no hay todavía ningún acuerdo general respecto a la definición precisa de la calidad de vida, resulta útil perfilar algunas cuestiones o ideas clave como las aportadas por Cummins (1999), entre otras: primero, la calidad de vida es un concepto multidimensional y generalmente se considera que comprende componentes tanto objetivos como subjetivos. Segundo, generalmente se está de acuerdo en que la calidad de vida comprende un número diverso de ámbitos de la vida, aunque exista todavía alguna discrepancia acerca del número real y las características de tales ámbitos. Tercero, la calidad de vida debe reflejar las normas culturales de bienestar objetivo. Cuarto, dentro de la dimensión subjetiva, las personas otorgan un peso específico diferente a los distintos ámbitos de su vida. Es decir, algunos ámbitos son considerados más importantes para algunos individuos que para otros. Y, por último, cualquier definición de calidad de vida debe ser aplicable por igual a todas las personas, cualesquiera que sean sus circunstancias vitales.

La calidad de vida relacionada con la salud es un concepto que se nutre de los tres anteriores (salud, estado de salud y calidad de vida) y que agrupa tanto los elementos que forman parte del individuo, como aquellos que, externos a éste, interaccionan con él y pueden llegar a cambiar su estado de salud (Ballesteros Jiménez, 2004; Sáez, 2001).

Es un constructo latente, no observable directamente, que solamente puede ser deducido de manera indirecta a través de indicadores; y, representa, asimismo, un constructo multidimensional (Siegrist, Broer y Junge, 1996). Constituye, en definitiva, el valor asignado a la duración de la vida, modificado por la oportunidad social, la percepción, el estado funcional y, en situación lamentable, por la disminución provocada por una enfermedad, accidente, tratamiento.

Durante las últimas décadas la calidad de vida ha sido uno de los temas dominantes de investigación que ha tratado de profundizar en el estudio de la percepción del sujeto sobre sus diversas limitaciones de las conductas cotidianas, actividades sociales, bienestar físico y otros aspectos del día a día y su calidad de vida global (Lawton, 2001; Cheng & Fu, 2008). De ahí que mencionemos tres conceptos críticos en la definición de calidad de vida relacionada con la salud: en primer lugar, el impacto en la calidad de vida se puede deber a una enfermedad o un tratamiento específico; en segundo lugar, los efectos pueden resultar en una disminución de la ejecución "normal" del sujeto; y, por último, los juicios sobre calidad de vida relacionada con la salud pueden ser únicamente realizados por el propio sujeto.

La investigación sobre calidad de vida relacionada con la salud no ha reparado en cómo los factores externos a la salud y que están asociados con los incrementos en calidad de vida afectan a la calidad de vida global y a las preferencias por una u otra intervención. Puede hacer falta, para los diferentes niveles de atención, profundizar más o menos en este concepto de calidad de vida relacionada con la salud. Así para el ejercicio de la medicina somática el uso de este limitado concepto puede considerarse un progreso en comparación con la tendencia tradicional a fijarse exclusivamente en la enfermedad y sus síntomas, así como en medidas puramente bioquímicas, fisiológicas y anatómicas, como antes hemos destacado (Giró Miranda, 2006).

Sin embargo, en el campo de la salud mental el concepto de calidad de vida es sólo útil si se acopla tanto a los factores ya mencionados, como a otros factores del entorno, debido a que el nivel de ingresos, la falta de autonomía y el escaso apoyo social están intrínsecamente relacionados, por ejemplo, con la psicopatología. En el campo de la salud mental se requiere un concepto amplio y multidimensional que incluya la mayoría de los aspectos de la vida.

Como es obvio, a partir de lo anteriormente comentado las diversas ramas y disciplinas relacionadas con la salud han tenido un mayor o menor proceso de apertura conceptual hacia otro tipo de medidas al menos en función de los requerimientos que el entorno hace de dichas disciplinas.

Surgen, por todo ello, dos grandes polémicas en torno a la definición de calidad de vida: Por un lado, los que postulan que la calidad de vida se refiere exclusivamente a la percepción subjetiva que los individuos tienen sobre ciertas condiciones, frente a los que consideran que la calidad de vida ha de comprender tanto condiciones subjetivas como objetivas. Y, por otro, se cuestiona si la calidad de vida ha de referirse necesariamente a un concepto idiográfico en el sentido de que es el sujeto quien ha de establecer cuál/es son los ingredientes que intervienen en la "calidad de su vida", o más bien, si puede ser establecida una calidad de vida general para todos los sujetos o concepto nomotético (Iso-Ahola y Coleman, 1993; Gutierrez Moret, Serra y Zacarés, 2006).La vejez supone uno de los contextos en los que más importancia se está dando a la calidad de vida. Ocuparse y preocuparse por una vida de calidad está pasando a ser en la actualidad la meta gerontológica más perseguida y valorada.

Estudio empírico: muestra, instrumentación y procedimiento

Pretendemos comprobar los beneficios que reporta la participación directa del mayor en actividades del día a día en su entorno residencial. Analizar la influencia de la participación del mayor a través de actividades y tareas en residencias y centros de día de la Comunidad Autónoma Vasca en relación a su nivel de apoyo social, su capacidad funcional y la percepción de su propia salud constituye el objetivo referencial de este estudio empírico.

Diversos estudios realizados en entornos socioculturales diferentes demuestran la existencia de redes sociales proveedoras de apoyo en las personas mayores (García y Hombrados, 2002; Schwartz & Campagna, 2008). Sin embargo, no está tan claro si las características y funciones de las redes sociales de las personas mayores son diferentes de las de otros grupos de edad o enclaves residenciales. Los 354 sujetos que forman parte de la muestra de esta investigación pertenecen a residencias y centros de día del País Vasco (Vizcaya, Guipúzcoa y Alava). Todos ellos fueron incluidos en la investigación de forma aleatoria conforme a un listado previo. En el caso de las residencias fueron citados en horario de mañana o tarde y, en el caso de los centros de día, exclusivamente por la mañana a fin de no alterar los horarios familiares del mayor.

La muestra total de los sujetos son mayores con edades comprendidas entre los 68 y los 96 años. El subgrupo perteneciente a la tercera edad (hasta los 79 años) corresponde con el 44,35 % (157 sujetos) y el subgrupo de la cuarta edad (a partir de los 80 años) corresponde con el 55,65 % (197 sujetos).

Atendiendo a la variable centro, nos situamos de la siguiente manera: los mayores usuarios de centros de día fueron el 45,49 % (161) y los usuarios de residencias fueron el 54,51 % (193). Y, el nivel educativo en un 67 % se sitúa en la Educación básica, en un 21 % en el Bachillerato y escasamente el 12 % alcanza estudios universitarios. Todos ellos pertenecientes al País Vasco.

En lo que respecta al tiempo de institucionalización (residencia) o utilización de servicios (centros de día) constatamos que, por un lado, los residentes quedan distribuídos de la siguiente manera: 6 % (2 años), 38 % (4 años), 26 % (6 años), 23 % (8 años) y 7 % (10 años ó más). En cambio, la distribución es notablemente diferente para los centros de día, en concreto: 66 % (2 años), 17 % (4 años), 9 % (6 años), 7 % (8 años) y 1 % (10 años ó más).

Finalmente, la frecuencia de actividades de tiempo libre muestra diferencias muy sensibles entre el entorno de la residencia y del centro de día. En el caso de las residencias la distribución es la siguiente: 7 % (mensualmente), 33 % (semanalmente), 21 % (diariamente) y 39 % (no hace). Y, en el caso de los centros de día, 11 % (mensualmente), 53 % (semanalmente), 26 % (diariamente) y 10 % (no hace).

Los instrumentos aplicados a esta muestra han sido principalmente tres: La Escala de Dificultades de Socialización de Cantoblanco (2009), el Cuestionario General de Salud de Goldberg (1993) y la Escala de Barthel (Mahoney y Barthel, 1965; Baztán et al., 1993). Así mismo, se aplicó un cuestionario típico de identificación donde se recogían datos relativos a la edad, sexo, estado civil, nivel socio-cultural, años de estancia en el centro residencial …

En el caso de la Escala de Dificultades de Socialización de Cantoblanco (SOC, 2009) se le aplica individualmente a cada persona mayor un total de 45 items. Este cuestionario consta de 4 parámetros: búsqueda se sensaciones, ausencia de miedo, impulsividad y dificultades de socialización (índice global). En cada uno de los parámetros la puntuación directa máxima es de 15.

El Cuestionario General de Salud de Goldberg (GHQ-28, 1996) nos permite explorar la salud percibida por el propio sujeto. Por un lado, el nivel de capacitación para funcionar en la realidad o vida cotidiana y, por otro lado, la aparición de fenómenos de malestar psíquico para la persona. Consta de 4 subescalas de 60 items cada una: angustia-ansiedad, depresión, disfunción social y síntomas somáticos. Nos centramos en la subescala de disfunción social.

Y, la Escala de Barthel (1993) está basada en actividades de la vida diaria donde se evalúan hasta 10 actividades básicas. Las puntuaciones están comprendidas entre 0 y 100. Estas son algunas de las actividades referenciales: comer, arreglarse, subir escalones, vestirse, uso del baño, deambular, lavarse, conversar, … Nos centramos en las variables relativas a actividades físicas y actividades sociales.

Por otro lado, y atendiendo al procedimiento destacamos, entre los criterios de inclusión para la implementación de este diseño, la pertenencia al centro de día o residencia por, al menos, un mínimo periodo de tiempo de 1 año (12 meses). Se accedió, por azar, a un total de 16 centros de titularidad tanto pública como privada. Y se estableció el criterio tamaño para los centros en base al número de usuarios o residentes. En el caso de las residencias aquellas que contaban con más de 80 residentes eran consideradas de gran tamaño y, en el caso de los centros de día, aquellos que superaban el número de 30. El resto se consideró de tamaño pequeño.

Por otro lado, las entrevistas fueron realizadas oralmente, por un lado, para recoger los datos referidos a las variables de identificación (edad, sexo, estado civil, nivel educativo, tiempo de institucionalización, actividades de ocio, formativas y su frecuencia). Por otro lado, y en un segundo momento, se aplicaron los tres cuestionarios. Todas las entrevistas se realizaron de manera individualizada en su centro residencial de referencia.

Hallazgos del estudio: resultados, discusión y conclusiones

Una vez determinadas las condiciones previas necesarias para un análisis paramétrico, y utilizado el estadístico alfa de Crohnbach con el fin de determinar el nivel de fiabilidad de los datos recogidos, pasaremos a aplicar un análisis multivariante (Manova).

No obstante, cabe destacar que los niveles de consistencia interna obtenidos tanto en la aplicación del alfa de Crohnbach en la muestra total y las submuestras relativas a la 3ª y 4ª edad nos demuestran que están en un nivel significativamente aceptable y óptimo, especialmente cuando se aborda separadamente cada uno de los subgrupos En la prueba SOC presentan los siguientes niveles: subgrupo de > 65 años (alfa= 0,819) y subgrupo de > 80 años (alfa= 0,772). En la prueba GHQ presentan los siguientes niveles: subgrupo de > 65 años (alfa= 0,826) y subgrupo de > 80 años (alfa= 0,615). Y, en la prueba de Barthel presentan los siguientes niveles: subgrupo de > 65 años (alfa= 0,789) y subgrupo de > 80 años (0,661).

Así mismo, los resultados del alfa de Crohnbach en relación a las pruebas estandarizadas aplicadas nos muestran niveles significativos sobre consistencia interna en el caso de los enclaves residenciales: residencia y centro de día. En la prueba SOC presentan los siguientes niveles: subgrupo de residencia (alfa= 0,722) y subgrupo de centro de día (alfa= 0,793). En la prueba GHQ presentan los siguientes niveles: subgrupo de residencia (alfa= 0,733) y subgrupo de centro de día (alfa= 0,644). Y, en la prueba de Barthel presentan los siguientes niveles: subgrupo de residencia (alfa= 0,683) y subgrupo de centro de día (0,677).

En ambos desgloses y los diferentes subgrupos anotamos que el nivel de significatividad aumenta cuando abordamos por separado los grupos de 3ª y 4ª edad.

A partir de la aplicación del alfa de Crohnbach, aplicamos el estadístico asociado al Análisis multivariante (Manova) a fin de comprobar la varianza que resulta del estudio de las diferencias intragrupales e intergrupales, por ejemplo, grupo de tercera edad, grupo asociado a centros de día, grupo de 4ª edad asociado a residencias, etc.

En un primer momento ofreceremos los datos relativos a la Escala de Dificultades de Socialización de Cantoblanco (2009), posteriormente los datos relativos al Cuestionario General de Salud de Goldberg (1996) y, finalmente, a la Escala de Barthel (1993). En todos los casos, quedará desglosado atendiendo a la edad (Tercera y Cuarta Edad) y al centro de referencia (Residencia y Centro de Día).

Constatamos que en el grupo de mayores de tercera edad aparecen diferencias significativas asociadas a las variables de búsqueda de sensaciones e impulsividad. Sin embargo, en el grupo de residentes los niveles de significatividad vienen asociados a las 4 cuatro variables de la escala de Dificultades de Socialización. Cuando cruzamos los datos relativos al grupo de tercera edad y residentes constatamos que, salvo en la variable ausencia de miedo, son también niveles significativos (tabla 2.1).

SOC

Suma de Cuadrados Tipo III

Gl

F

Significación

Tercera Edad:

Búsqueda de sensaciones

Ausencia de miedo

Impulsividad

Déficit de socialización

0,753

0,987

0,726

1, 002

1

1

1

1

2,382

0,571

3,103

0,442

0,047

0,319

0,006

0,077

Residencia:

Búsqueda de sensaciones

Ausencia de miedo

Impulsividad

Déficit de socialización

0,479

2,196

0,753

1,221

1

1

1

1

1,014

2,332

0,185

2,801

0,025

0,011

0,036

0,009

Tercera Edad & Residencia:

Búsqueda de sensaciones

Ausencia de miedo

Impulsividad

Déficit de socialización

1,006

2,323

0,145

1,733

1

1

1

1

1,771

3,118

3,371

3, 008

0,008

0,096

0,032

0,017

 

Tabla 2.1: Análisis multivariante relativo al grupo de mayores de la 3ª edad ubicado en Residencias y con variables de la Escala de Dificultades de Socialización (2009).

En relación a los datos de la tabla 2.2, comprobamos que el grupo de tercera edad asociado a centros de día presenta únicamente niveles significativos en las variables de ausencia de miedo e impulsividad. En las variables de búsqueda de sensaciones y déficit de socialización parece no haber diferencias significativas a nivel intragrupal.

SOC

Suma de Cuadrados

Tipo III

Gl

F

Significación

Tercera Edad:

Búsqueda de sensaciones

Ausencia de miedo

Impulsividad

Déficit de socialización

0,234

2,121

1,676

1,311

1

1

1

1

2,421

3,565

5,117

2,661

0,123

0,049

0,126

0,044

Centro de Día:

Búsqueda de sensaciones

Ausencia de miedo

Impulsividad

Déficit de socialización

2,181

1,341

1,701

1,336

1

1

1

1

2,448

1,675

1,643

0,229

0,086

0,004

0,027

0,149

Tercera Edad & Centro de Día:

Búsqueda de sensaciones

Ausencia de miedo

Impulsividad

Déficit de socialización

3,596

1,701

2,156

3,119

1

1

1

1

1,357

1,841

1,781

0,913

0,068

0,017

0,031

0,214

 

Tabla 2.2: Análisis multivariante relativo al grupo de mayores de la 3ª edad ubicado en Centros de Día y con variables de la Escala de Dificultades de Socialización (2009).

Los datos obtenidos del análisis aplicado al colectivo de 4ª edad nos indican que, mientras que en el grupo de residentes existen diferencias significativas en las cuatro variables, no así ocurre con la variable de búsqueda de sensaciones. Al cruzar ambos subgrupos obteniendo el subgrupo de mayores de cuarta edad que viven en residencia constatamos que es en la variable impulsividad donde no existe significatividad (Tabla 2.3).

SOC

Suma de Cuadrados

Tipo III

Gl

F

Significación

Cuarta Edad:

Búsqueda de sensaciones

Ausencia de miedo

Impulsividad

Déficit de socialización

0,537

0,987

1,267

4,021

1

1

1

1

2,883

0,577

3,110

0,662

0,095

0,019

0,006

0,022

Residencia:

Búsqueda de sensaciones

Ausencia de miedo

Impulsividad

Déficit de socialización

0,749

1,979

3,135

0,179

1

1

1

1

1,403

2,588

5,658

2,033

0,026

0,001

0,036

0,031

Cuarta Edad & Residencia:

Búsqueda de sensaciones

Ausencia de miedo

Impulsividad

Déficit de socialización

0,722

0,688

2,033

0,145

1

1

1

1

2,002

3,432

3,469

1,373

0,013

0,019

0,302

0,006

 

Tabla 2.3: Análisis multivariante relativo al grupo de mayores de la 4ª edad ubicado en Residencias y con variables de la Escala de Dificultades de Socialización (2009).

Respecto al grupo de mayores de 4ª edad que acude a Centros de Día, constatamos que únicamente presenta niveles significativos cuando se refiere a la variable de ausencia de miedo. Estos resultados igualmente vienen precedidos por un nivel significativo exclusivamente en la variable déficit de socialización, por separado, tanto en el grupo de cuarta edad como en el grupo de usuarios de Centros de Día (tabla 2.4).

SOC

Suma de Cuadrados

Tipo III

Gl

F

Significación

Cuarta Edad:

Búsqueda de sensaciones

Ausencia de miedo

Impulsividad

Déficit de socialización

2,034

2,111

0,676

1,337

1

1

1

1

2,418

3,565

0,755

0,331

0,115

0,093

0,006

0,007

Centro de Día:

Búsqueda de sensaciones

Ausencia de miedo

Impulsividad

Déficit de socialización

1,801

3,141

2,201

0,133

1

1

1

1

2,844

1,371

3,431

3,002

0,073

0,037

0,372

0,043

Cuarta Edad & Centro de Día:

Búsqueda de sensaciones

Ausencia de miedo

Impulsividad

Déficit de socialización

0,165

1, 201

1,236

1,291

1

1

1

1

0,157

2,142

2,312

1,926

0,081

0,027

0,119

0,312

 

Tabla 2.4: Análisis multivariante relativo al grupo de mayores de la 4ª edad ubicado en Centros de Día y con variables de la Escala de Dificultades de Socialización (2009).

El siguiente bloque de tablas se refiere al Cuestionario General de Salud de Goldberg (1993). Exclusivamente nos centramos en la variable Disfunción social y, a pesar de que en el grupo de mayores de tercera edad y usuarios de residencias aparece un nivel significativo, no sucede igualmente en el subgrupo de mayores que pertenecen a residencias. Es decir, el hecho de ser mayores de la tercera edad es determinante para resaltar las diferencias significativas entre ellos (tabla 3.1).

GHQ-28

Suma de Cuadrados

Tipo III

Gl

F

Significación

Tercera Edad:

Disfunción social

3,197

1

1,,279

0,001

Residencia:

Disfunción social

2,142

1

1,004

0,227

Tercera Edad & Residencia:

Disfunción social

2,162

1

0,897

0,004

 

Tabla 3.1: Análisis multivariante en el grupo de mayores de 3ª edad ubicado en Residencias y con la variable Disfunción Social del Cuestionario General de Salud de Goldberg (1996).

En cambio, los datos recogidos en la tabla 3.2 nos indican que no existen diferencias significativas entre los mayores de 3ª edad que se ubican en Centros de Día. La variable disfunción social, en este grupo, no constituye un elemento diferenciador entre los mayores.

 

GHQ-28

Suma de Cuadrados

Tipo III

Gl

F

Significación

Tercera Edad:

Disfunción social

1,116

1

0,261

0,038

Centro de Día:

Disfunción social

4,242

1

2,032

0,171

Tercera Edad & Centro de Día:

Disfunción social

2,262

1

1,297

0,179

 

Tabla 3.2: Análisis multivariante en el grupo de mayores de 3ª edad ubicado en Centros de Día y con la variable Disfunción Social del Cuest. General de Salud de Goldberg (1996).

En relación a la tabla 3.3 comprobamos que tanto el grupo residencial como el grupo de mayores de cuarta edad obtienen diferencias significativas; incluso mantienen ese nivel de significatividad cuando cruzamos ambos grupos. El mayor nivel se obtiene en el subgrupo de mayores pertenecientes a residencias.

GHQ-28

Suma de Cuadrados

Tipo III

Gl

F

Significación

Cuarta Edad:

Disfunción social

0,917

1

0, 329

0,023

Residencia:

Disfunción social

0,882

1

1,123

0,008

Cuarta Edad & Residencia:

Disfunción social

2,037

1

2,107

0,031

 

Tabla 3.3: Análisis multivariante relativo al grupo de mayores de la 4ª edad ubicado en Residencias y con la variable Disfunción Social del Cuestionario General de Salud de Goldberg (1996).

Por último, los resultados asociados al Cuestionario General de Salud de Goldberg (1993) muestran falta de significatividad a nivel intragrupal cuando se asocian a mayores de cuarta edad, mayores usuarios de Centros de Día y, por supuesto, a mayores de cuarta edad usuarios de Centros de Día (tabla 3.4).

GHQ-28

Suma de Cuadrados

Tipo III

Gl

F

Significación

Cuarta Edad:

Disfunción social

3,121

1

1,032

0,439

Centro de Día:

Disfunción social

2,067

1

2,611

0,129

Cuarta Edad & Centro de Día:

Disfunción social

1,255

1

0,379

0,163

 

Tabla 3.4: Análisis multivariante en el grupo de mayores de la 4ª edad ubicado en Centros de Día y con la variable Disfunción Social del Cuest. General de Salud Goldberg (1996).

Pasamos a los resultados asociados a la Escala de Barthel (Mahoney y Barthel, 1965) y constatamos que únicamente existen diferencias significativas relativas a la variable de actividades sociales. Es decir, parecen existir diferencias significativas entre los mayores de tercera edad, aquellos que asisten a residencias y el grupo intersección formado por ambos. La no significatividad aparecen, en los tres casos, en la variable actividades físicas (tabla 4.1).

Barthel

Suma de Cuadrados Tipo III

Gl

F

Significación

Tercera Edad:

Actividades físicas

Actividades sociales

2,167

1,324

1

1

1,824

0,345

0,129

0,041

Residencia:

Actividades físicas

Actividades sociales

2,182

3,109

1

1

2,734

3,159

0,093

0,003

Tercera Edad & Residencia:

Actividades físicas

Actividades sociales

2,195

1,651

1

1

1,336

2,397

0,211

0,029

 

Tabla 4.1: Análisis multivariante relativo al grupo de mayores de la 3ª edad ubicado en Residencias y con variables de la Escala Barthel (1993).

Por otro lado, se puede entresacar de la tabla 4.2 relativa al grupo de mayores de tercera edad y a los usuarios de centros de día que son inexistentes los resultados significativos. En ambos casos, se aprecian niveles de no significatividad y, en el cruce de ambos grupos, se siguen manteniendo los niveles de no significatividad.

Barthel

Suma de Cuadrados

Tipo III

Gl

F

Significación

Tercera Edad:

Actividades físicas

Actividades sociales

2,134

0,219

1

1

1,480

3,652

0,088

0,126

Centro de Día:

Actividades físicas

Actividades sociales

3,960

1,357

1

1

0,312

1,669

0,094

0,091

Tercera Edad & Centro de Día:

Actividades físicas

Actividades sociales

1,379

2,071

1

1

2,349

1,371

0,138

0,314

 

Tabla 4.2: Análisis multivariante relativo al grupo de mayores de la 3ª edad ubicado en Centros de Día y con variables de la Escala Barthel (1993).

En cambio, los resultados al atender al grupo de mayores de 4ª edad cambia radicalmente. Constatamos que tanto en la variable de actividades físicas como en la variable de actividades sociales se desprenden niveles óptimos de significatividad al ubicarnos en la población mayor de cuarta edad; el mismo caso sucede en los usuarios de residencias; y, de nuevo, el grupo resultante de mayores de cuarta edad y residentes ofrece también niveles suficientes de significatividad (tabla 4.3).

Barthel

Suma de Cuadrados Tipo III

Gl

F

Significación

Cuarta Edad:

Actividades físicas

Actividades sociales

1,234

3,119

1

1

1,118

0,997

0,045

0,018

Residencia:

Actividades físicas

Actividades sociales

2,789

3,661

1

1

1,334

0,965

0,013

0,007

Cuarta Edad & Residencia:

Actividades físicas

Actividades sociales

2,341

0,771

1

1

1,336

0,957

0,042

0,002

 

Tabla 4.3: Análisis multivariante relativo al grupo de mayores de la 4ª edad ubicado en Residencias y con variables de la Escala Barthel (1993).

Los mayores de cuarta edad cuando se refiere a aquellos que se constituyen como usuarios de Centros de día aportan datos significativos. No así sucede al atender a los datos por separado. Los mayores de cuarta edad presentan diferencias significativas en la variable de actividades sociales; y, en lo que respecta a los usuarios de Centros de día, los niveles son significativos cuando la variable es de actividades físicas (tabla 4.4).

Barthel

Suma de Cuadrados Tipo III

Gl

F

Significación

Cuarta Edad:

Actividades físicas

Actividades sociales

0,327

6,096

1

1

5,117

3,955

0,066

0,031

Centro de Día:

Actividades físicas

Actividades sociales

1,362

3,237

1

1

2,298

1,901

0,041

0,061

Cuarta Edad & Centro de Día:

Actividades físicas

Actividades sociales

3,193

1,787

1

1

4,612

2,671

0,022

0,046

 

Tabla 4.4: Análisis multivariante relativo al grupo de mayores de la 4ª edad ubicado en Centros de Día y con variables de la Escala Barthel (1993).

En consecuencia, podemos constatar la enorme variabilidad que se presenta entre los mayores de tercera y cuarta edad dependiendo de los instrumentos, la ubicación cotidiana y la combinación de las variables de identificación. En el siguiente apartado pasaremos a discutir y debatir las conclusiones que de todo ello se derivan.

Los resultados mostrados en el apartado anterior reflejan parte de una realidad del mayor basada en el manejo de su tiempo tiempo y de ocio. La estructura que manejan y ofrecen los centros residenciales no siempre va acorde con las necesidades y la situación de nuestros mayores. Es fundamental que la sociedad, la comunidad, los profesionales y, en general, los ciudadanos seamos capaces de atender y respetar la identidad de nuestros mayores. El abordaje eficaz de tareas o actividades relacionadas con el tiempo y espacio vital de nuestros mayores nos debe obligar a establecer una auténtica relación bidireccional entre ellos y nosotros, especialmente, los profesionales.

A continuación iremos estableciendo un hilo discursivo desde el análisis y la reflexión.

Partimos del hecho que la existencia del ocio creativo constituye todo un reto para el mayor, especialmente, para aquel que tiene su ubicación permanente en una residencia. La programación de actividades, tareas, talleres, acontecimientos lúdico-festivos, .. se encuentra excesivamente acotado y prefijado. El espacio vital para estos mayores es escaso, incluso puede llegar a ser nulo en la medida en que las propuestas que pueda formular este mayor puedan romper o modificar la dinámica y el ritmo ya determinada. Aparecen actividades como la lectura, el paseo, la charla informal, el juego de cartas, … que no constituyen un peligro o un motivo de preocupación para la infraestructura o, más concretamente, para el personal del centro pero cuando las propuestas del mayor pretenden ir más allá surgen los problemas de responsabilidad, acompañamiento, supervisión, valoración, … y otras implicaciones para el entorno inmediato. En cambio, el caso de los mayores que acuden o son usuarios habituales de un Centro de día es absolutamente diferente. El mayor que acude a un Centro de día es por unas horas, pudiendo asemejarse a la anterior y ya pasada realidad laboral de estas personas, y en consecuencia, podrá seguir contando con espacios y tiempos que gestionará, en general, a su manera o bajo su responsabilidad. Únicamente, la situación se complica en aquellos casos en los que aparecen déficits por problemas de salud; en su caso, será la familia quien asuma, en gran medida, esa responsabilidad.

En el estudio constatamos que los mayores tanto de tercera como de cuarta edad muestran diferencias significativas en lo que se refiere a la búsqueda activa de situaciones nuevas, mostrando actitudes de baja tolerancia a la rutina. Esta cuestión es altamente significativa en los casos que habitan en centros residenciales. No así sucede en el caso de aquellos usuarios que acuden a Centros de día; estos mayores presentan un bajo de nivel de temor e impulsividad en relación a lo cotidiano y la estructura de funcionamiento del correspondiente centro. Incluso, podemos constatar que su orientación y proyección social es más positiva y fructífera.

El centro de referencia, en consecuencia, puede constituir un motor de freno o de impulso para facilitar la aparición y mantenimiento de actitudes favorables al afrontamiento personal y colectivo de actividades innovadoras en su tiempo libre. El mayor que pertenece, por ejemplo, a una residencia no genera actitudes tendentes a la proactividad, la propia creación e impulso de nuevas ideas con que nutrir su propia cotidianeidad y la de aquellos con los que conviven. Las residencias pueden llegar a constituir centros favorecedores de la reducción o extinción de actitudes vitalistas; sin duda, pueden llegar a inhibir la necesidad de la persona, en este caso del mayor, por generar nuevos marcos de encuentro con y para los demás ya sean iguales ya sean personas de otras realidades generacionales.

En el presente estudio constatamos que las mayores diferencias significativas surgen en el indicador relativo a la actividad social. A mayor edad mayores son las dificultades y menores son las necesidades, incluso, impulsos favorables a una proyección social de su actuación. Parece ser que el mayor siente menor la necesidad de volcarse, implicar y dedicarse al cultivo del grupo y del "nosotros". Esta cuestión, sin duda, es más acuciante en el caso de los mayores que viven en residencias.

El ocio y la dedicación del ocio indefectiblemente contribuye a generar mejores y más actitudes favorables a un afrontamiento eficaz e innovador orientado a la comunidad más próxima o cercana. Generalmente, las estructuras e infraestructuras son las que generan, aportan obstáculos y dificultades para el cultivo de la innovación (Rojek, Shaw & Veal, 2006).

La revalorización del tiempo de ocio se refleja, en la vida cotidiana, en el aumento de las expectativas e implementación de actividades, de la participación social en actividades culturales y de las demandas de, en este caso, los mayores. La importancia del tiempo libre se debe poner también de manifiesto en las actuaciones de los propios centros residenciales. Es ineludible la apuesta por el encuentro intergeneracional donde el mayor no pierda su responsabilidad, aportación y proyección vital; sin duda, debe plasmarse desde la bidireccionalidad (Bedmar y Montero, 2003). En definitiva, la calidad y satisfacción con la propia vida va a depender especialmente de la importancia y significado que el mayor atribuye a las experiencias que tiene y a las relaciones que establece con su entorno físico y humano.

Los resultados obtenidos en este estudio nos trasladan dos cuestiones fundamentales: por un lado, los mayores siguen mostrando temor, tal y como sucede en otras etapas de la vida, ante situaciones que escapan a su control, ante la novedad y ante la falta de un apoyo social o red de apoyo; y, por otro lado, los mayores reflejan una preocupación clara ante la percepción de un entorno sujeto a demandas que no siempre se ajustan a sus necesidades y expectativas. No obstante, queremos reseñar la diferencia que puede existir entre esta etapa de la vida y otras más tempranas. Las personas mayores ya sean de tercera o cuarta edad cuentan con un bagaje más o menos nutrido que puede amortiguar, proteger o evitar la implicación en situaciones que consideren no aceptables o significativas para su integridad personal pero, por el contrario, puede conllevar cierto aislamiento o distancia con la realidad que le toca vivir. En este sentido puede resultar más difícil complicado mantener o mejorar sus niveles de satisfacción consigo y su entorno familiar o/y residencial. Es terriblemente llamativo el nivel significativo que aparece en el parámetro sobre déficit de socialización en los grupos de tercera y cuarta edad; incluso, más notable resulta en la cuarta edad.

En cuanto a la transferibilidad de beneficios hacia otras esferas de la vida social, la respuesta que cabe es claramente afirmativa (Pruchno & Rosenbaum, 2003). En las últimas décadas contamos con escasas experiencias a nivel ciudadano que invitan a propiciar, iniciar y secundar actividades que reviertan sobre el resto de mayores y de la sociedad. La comunidad (sociedad) tiene la responsabilidad de impulsar esa interacción que favorezca la satisfacción vital, más concretamente, satisfacción con la entidad física, social y emocional de los mayores (Edginton, et al. 2004).

No todos los mayores parten del mismo escenario, cuentan con los mismos recursos o, por ejemplo, han adquirido el mismo nivel cultural y destrezas para el afrontamiento cotidiano. Es obligación de cualquier sociedad disponer de recursos y, especialmente, de espacios para el encuentro y la aportación desde la propia realidad biopsicosocial.

En distintos momentos (tablas de datos) constatamos que el mayor reconoce y explicita su interés por desear adquirir, mejorar y mantener sus aptitudes tanto físicas como sociales; no obviamos las diferencias significativas que aparecen en relación al genéro y que, con toda claridad, son concluyentes en estudios sobre la psicología evolutiva.

La creación y co-creación colectiva desde el ocio se puede fomentar atendiendo a variables como la peculiaridad/es del entorno donde se mueve habitualmente (hogar familiar, residencia, centro de día) atendiendo a su arquitectura, la formación y experiencia de los profesionales y familiares, la disponibilidad de tiempo para la colaboración, el sentido de grupo y colectivo de mayores, la proyección de la identidad a nivel personal y a nivel grupal, el manejo de herramientas de comunicación centrípeta y centrífuga, el apoyo de la administración para propiciar la gestión e implementación de programas intergeneracionales desde y para los mayores, especialmente, personas de la cuarta edad, el impulso de la producción grupal en el mayor ajustándolo a indicadores de calidad social (registro de calidad), la revalorización del liderazgo grupal de los mayores al margen de ejercicio profesional (Losada et al., 2010).

Los avales necesarios para impulsar todo ello vienen recogidos en resultados de esta investigación asociados con la disposición activa del mayor para nuevos retos, su nivel de adaptabilidad, sus estrategias actualizadas para el afrontamiento en situaciones interpersonales, su capacidad para la reflexibilidad, su anhelo de independencia y autonomía. En ningún caso, las limitaciones deben ser los pilares desde donde implementar una realidad favorable, en este caso, al mayor. Sabemos que en todas las edades aparecen obstáculos y limitaciones que pueden frenar o enlentecer un devenir constante en la persona. Los impulsos deben aplicarse desde las capacidades, potencialidades e ilusiones de una persona. El desarrollo del ocio resulta ser un marco favorecedor para todo ello y, especialmente, para nuestros mayores.

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