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Número 27 - Mayo 2011

Cultura de la imagen y envejecimiento

Sánchez, Mirta L.; Monchietti, Alicia

Resumen

La subjetividad en parte es consecuencia de la trama que la cultura produce ya que queda impregnada por los discursos epocales que la instituyen. Algunas características salientes de la sociedad actual son; la aceleración a un rítmo desconocido hasta hoy del avance tecnológico, la existencia de una valoración de la imagen, de la apariencia y del espectáculo, donde lo estético y lo escópico se dimensionan en perjuicio de lo ético. En un mundo donde prevalecen las imágenes, característica exacerbada por los medios de comunicación, se dificulta la distinción entre la ficción y la realidad. Frente a estos hechos muchos viejos se sienten a des-tiempo en los espacios donde se desenvolvían habitualmente, de esta forma se produce un desajuste entre la imagen de si con la que se proyectaban y aquella que le devuelve el mundo externo. Así parecen estar de más, sin lugar, tanto por la efectiva marginación como por la autosegregación, producto de su identificación con las creencias socialmente compartidas, que llevan a considerar la vejez como sinónimo de enfermedad, discapacidad o ausencia de posibilidades y derechos. La problemática de la subjetividad en el adulto mayor puede pensarse que oscila sobre dos ejes, uno el de la autoconservación relacionado con su cuerpo y la preservación de su vida y el otro eje, es el de la autopreservación que tiene que ver con el proyecto identificatorio, es decir en cómo se articulan un conjunto de enunciados provenientes del discurso social que darán sentido al ser y al hacer del sujeto.

Introducción

La vejez en la cultura occidental actual

Quien envejece dentro de la cultura occidental corre el riesgo de ser objeto de una discriminación por la edad, aunque también cobran fuerza gradualmente nuevas ideas que resquebrajan creencias prejuiciosas presentando matices, incluso inéditos, en lo que hace a la relación entre vejez y cultura.

Es posible pensar la vejez como una construcción a la que cada grupo o cultura confiere significados diversos, mientras que también prescribe determinados roles y status a quienes envejecen. Dentro del vasto entramado social, algunos grupos se particularizan y comparten un campo representacional donde se generan elementos que les son comunes y propios. En una acción recíproca el grupo co-construye esta representación y ella fortalece la identidad de aquellos que pertenecen al mismo. Tengamos en cuenta que estas significaciones que constituyen la representación no son sólo idea o imagen sino que están impregnadas de valores, ideales y prejuicios que constituyen polos orientadores de las actitudes y comportamientos de los sujetos. Nos referimos aquí a las concepciones y creencias de la sociedad en general y también en particular, a las de los propios envejecentes.

Dicho de otro modo, la vida cotidiana entendida como el espacio social próximo investido libidinalmente por el sujeto, constituye un lugar donde se produce el encuentro con otras subjetividades, se da la oportunidad del lazo social donde se producen "enunciados identificatorios" que contribuyen a la constitución y desarrollo de la subjetividad singular. Es a través del discurso cotidiano que se conforma el complejo cruce de ser al mismo tiempo sujeto social y sujeto psíquico. Así, la subjetividad es en parte consecuencia y producto de la trama que la cultura produce y queda impregnada por los discursos epocales que la instituyen. Según Lipovetsky, (1996) pertenecemos a una "cultura higiénica, deportiva, estética y dietética" que se rige por un "imperativo narcisista," en reemplazo del "imperativo categórico" kantiano, originando nuevos valores como la juventud, la belleza física, la esbeltez y el ocio. En suma, es el reino de la apariencia, la imagen y lo superfluo. Por otro lado, el ritmo acelerado del avance tecnológico, el cambio en las relaciones familiares e interpersonales incentivado por la necesidad de ocuparse de uno mismo en desmedro del desarrollo de la solidaridad y de otros intereses , son otras de las características de la sociedad actual.

Frente a estos hechos muchos viejos se sienten a des-tiempo en los medios donde se desenvolvían habitualmente. De esta forma s e produce un desajuste entre la imagen de si con la que se proyectaban y aquella que le devuelve el mundo externo. Así parecen estar de más, sin lugar, tanto por la efectiva marginación como por la autosegregación producto de su identificación con las creencias socialmente compartidas que llevan a considerar la vejez como sinónimo de enfermedad, discapacidad o ausencia de posibilidades y derechos, y en el terreno de la estética, como sinónimo de fealdad.

Kaës define a la subjetividad: "En tanto que arreglo singular de la pulsión, de la fantasía, de la relación de objeto y del discurso, la subjetividad es el estado de la realidad psíquica para un sujeto. Está apuntalada sobre la experiencia corporal, sobre el deseo del otro, sobre el tejido de los vínculos, de las emociones y de las representaciones compartidas a través de las cuales se forma la singularidad del sujeto. No sorprende entonces el malestar que se apropia de muchos de quienes envejecen en esta cultura; varias de las experiencias corporales dejan de tener carácter satisfactorio, ciertos lazos se pierden, otros pierden su fuerza, el deseo propio y el del otro a veces deja de manifestarse tan vigorosamente. El envejecimiento incluye, entre otros, estos cambios, ellos, a su vez, provocan transformaciones en el sentimiento de identidad y hace necesarios constantes ajustes.

No obstante, los estudios sobre envejecimiento diferencial muestran, que se envejece de distintas formas y que son múltiples los factores que hacen a la diversidad; las circunstancias provenientes del contexto social, las condiciones previas y actuales de cada individuo, en especial, las económicas y de salud, la personalidad, los significados asumidos acerca del envejecer; y las modalidades con que los individuos enfrentan estas circunstancias.

En el mismo contexto pueden apreciarse diferencias, a veces profundas, entre las distintas subculturas, de clase social, de nivel cultural y económico. La experiencia cotidiana indica, por ejemplo, que los viejos con medios económicos y bien ubicados socialmente "no son tan viejos", porque siguen integrados a la sociedad; generalmente tienen mayores posibilidades de llevar una vida más saludable, mejores oportunidades de participación, de generar proyectos y llevarlos a cabo. Aquellos que ya con anterioridad han sido marginados socialmente quedan abandonados, como residuo.

Pero gradualmente, y contra la exclusión, se van dando otras tramas vinculares que hasta no hace mucho fueron inéditas, una cultura de la ancianidad que es la que se da en las asociaciones de jubilados y los cursos y actividades para adultos mayores y otros tipos de agrupamiento que se van generando cada vez más en nuestras sociedades. L os viejos también, suelen estar más integrados en comunidades pequeñas donde no se ha modificado la convivencia de varias generaciones. En este caso, en esta trama social singular se desarrollan vínculos afectivos ya sea en la familia de origen y extensa, en la comunidad, en el vecindario, en la diversidad de lazos sociales que conforman un entramado intersubjetivo proveedor de enunciados identificatorios, donde el viejo hace posible la transmisión histórica intergeneracional y al mismo tiempo constituye un soporte de la vida social y colectiva.

 

El trabajo que conlleva envejecer

Entre las condiciones individuales, es posible señalar que el envejecimiento es un proceso, que requiere del sujeto un trabajo de ajuste, de elaboración, resignificación y simbolización de los cambios. Muchos son repentinos; de un momento a otro se advierte la disminución de una función, y otros son graduales. En este último caso se toma conciencia del paso del tiempo y su incidencia en los vínculos, en la transformación de lugares y de funciones sociales. En este punto es interesante rescatar la idea de Erikson (1989) que plantea la existencia de un conflicto propio de este momento de la vida . Aquí el conflicto se jugaría en términos de integridad versus desesperación y de la misma forma que en las etapas de desarrollo anteriores, los conflictos específicos a resolver pueden provocar una profundización de la crisis o, en este caso, una ganancia en integridad y sabiduría.

Dentro del Paradigma del Curso Vital (Baltes, Lindenberger & Staudinger, 1998, 2006; Settersten, 2003), se concibe al desarrollo humano como un "proceso ontogenético de adaptación transaccional" en el que el desarrollo es definido en relación a las nociones de adaptación y transición y supone relaciones interdependientes entre la persona y los múltiples niveles de cambio del contexto incluyendo la cultura y la historia. El concepto de transición ha sido utilizado para representar el impacto de cambios y experiencias de vida críticas en el curso de vida de las personas (Wapner & Craig-Bray, 1992).

Resulta claro que incluso el envejecimiento normal es un tiempo de cambios y transiciones y es necesario hacer constantemente ajustes adaptativos.

Así, los diferentes modos de encarar la vida en la vejez, se pueden atribuir al resultado del balance personal entre las mermas y las posibilidades, a la manera en que los sujetos se perciben a sí mismos, a las estrategias con que luchan por enfrentar sus limitaciones, a la aceptación de lo inevitable de ciertos cambios, a la disposición a actuar en función de las posibilidades de desarrollo, al deseo de proyectar, y seguir otorgándole un sentido a la existencia. Es cierto que, en gran parte, las estrategias que se utilicen aquí tendrán que ver con los estilos labrados con anterioridad, pero hay lugar sin embargo, contrariamente a la creencia más generalizada, para el aprendizaje, la creatividad, los nuevos niveles de síntesis y desarrollo.

El balance producto de un proceso de juicio y de evaluación de las pérdidas y ganancias a lo largo del trayecto de la propia vida puede ser positivo y la satisfacción con la vida vivida parece vinculada también con cierto grado de sabiduría que es posible lograr a partir de las experiencias vividas.

Esta visión del bienestar ha sido estudiada a partir de conceptos como felicidad, moral o satisfacción vital, y se refiere al grado de optimismo (o de pesimismo) que una persona mantiene respecto a su futuro. En cuanto a la felicidad, otro concepto que suele emplearse, es definida por Stock, Okun y Benin (1986), como el resultado de comparar los estados afectivos positivos y negativos en un momento determinado.

Actualmente, todos estos conceptos se engloban en uno más amplio, el de bienestar subjetivo, en el que muchos investigadores han coincidido en destacar la presencia de dos grandes componentes:

–uno emocional o afectivo, relacionado con los sentimientos de placer y displacer que experimenta la persona, y que comprendería el concepto de felicidad antes mencionado.

– y otro componente de carácter más cognitivo, más estable en el tiempo, referido al juicio que merece la propia trayectoria evolutiva, es decir, lo que tradicionalmente se ha denominado satisfacción vital. En general, de estudios de tipo transversal y de estudios longitudinales se puede concluir que el bienestar subjetivo como medida global, no parece experimentar cambios significativos asociados a la edad. Esta estabilidad contrasta con el declive de otros indicadores, de carácter más objetivo, generalmente incluidos en el amplio concepto de calidad de vida. Podemos decir que en tanto los recursos económicos suelen decrecer, así como a veces la salud, son menos las personas que cuentan con una red social vigorosa y gran parte de las significaciones otorgadas socialmente al envejecimiento son desfavorables, la satisfacción vital permanece, pese a todo, estable.

Frente a esta concepción del bienestar como bienestar subjetivo, que estaría relacionado con sentimientos de relajación, de ausencia de problemas y presencia de sensaciones positivas se ha planteado una concepción eudaimónica del bienestar. Esta tendría que ver en cambio, con tener un propósito en la vida, proyectos que impliquen desafíos y un cierto esfuerzo para conseguir metas consideradas valiosas por el sujeto. Esta concepción tiene su origen en la tradición aristotélica en la cual la felicidad consistía en la realización del daimon o verdadera naturaleza de cada uno. Para Aristóteles la felicidad no es un estado sino una actividad y el placer logrado es una consecuencia de actuar según una recta razón y virtud. Por lo tanto no todos los deseos y los resultados conseguidos conducen al bienestar, incluso aunque puedan aportar placer subjetivo. Así, esta concepción a la que denominaremos siguiendo a Ryan y Deci (2008) "bienestar psicológico", y no subjetivo, como el anterior, sitúa el bienestar en el proceso y consecución de aquellos valores que nos hacen sentir auténticos, que nos hacen crecer como personas y no tanto en las actividades que nos dan placer o nos alejan del dolor. Waterman (1993) es uno de los primeros autores en caracterizar este tipo de bienestar y lo vincula a lo que él denomina sentimientos de "expresividad personal", donde destaca la implicación del sujeto en las actividades que realiza, el sentirse realizado y una impresión de que lo que se hace tiene sentido.

Si se trata de identificar qué factores contribuyen a un mayor bienestar personal durante el envejecimiento, claramente es posible apreciar que esto no admite una negación y desmentida de lo que el "tiempo se llevó".Vivir el envejecimiento es en parte aceptar un cierto padecimiento por el tiempo ido, por la imagen de un nuevo cuerpo, por la mirada del otro que refleja generalmente y desde nuestros patrones estéticos actuales, un panorama deslucido. Y pese a todo, conciliar estas vivencias y experiencias con el esfuerzo selectivamente aplicado a dominios en los cuales se mantiene un potencial de desarrollo. Rechazar envejecer es procurar permanecer ciego ante lo vivido, lo experimentado, ante los otros y ante uno mismo.

Porque como venimos puntualizando, el cómo se viva este momento depende de los recursos propios y del contexto socioeconómico y cultural; los usos, costumbres, valores, creencias, etc. de cada época hacen que las situaciones básicas y comunes a enfrentar presenten una apariencia y unas variantes propias.

Así, la cultura posmoderna activa la omnipotencia y el pensamiento mágico infantil, prometiendo el logro de la completud si se acatan ciertas exigencias; quienes se encuentran en un cuerpo viejo deben procesar esas ofertas y a veces la balanza se inclina a favor de intentar sostener la imagen del cuerpo que fue. Estos viejos no aceptan el paso del tiempo y optan por intentar detener ilusoriamente el reloj biológico. Si bien no se puede comprar la juventud, el avance tecnológico ofrece hoy la posibilidad de cambiar la imagen. En la cultura de la imagen, de lo diet, del lifting, de lo aeróbico, el cuerpo pasa a constituirse en un objeto siempre presente y los sujetos están constantemente preocupados por su apariencia y por su cuerpo hasta el extremo de que pasa a ser el centro de interés de su existencia restando posibilidades para el desarrollo de otras potencialidades. Pareciera que el cuerpo se confunde con la subjetividad y adquiere tal rango que suscita desvelos y cuidados que se visualizan en una variedad de prácticas para mantenerlo bello y saludable –ad ultranza-. (Monchietti, Sánchez, y otros 1996). De este modo sería imposible arribar a un auténtico bienestar psicológico, así como se lo ha definido anteriormente.

Por el contrario, según Foucault,(2002) el "cuidado de sí" como práctica ética en la Grecia antigua, representaba una actitud, una actividad, un ejercicio en relación a uno mismo, a los otros y al mundo. Inauguraba de este modo una serie de "prácticas de sí" por las que se constituye el sujeto ético. Foucault ha puesto el acento en la "práctica de sí", componente de la ética que se refiere a la manera en que obramos, a prácticas reflexivas y voluntarias por las cuales los seres humanos se fijan reglas de conductas, buscando transformarse en un ser singular.

Conclusiones

El significado atribuido a la vejez depende de la valoración que la cultura haga de su propio pasado, en una sociedad impregnada de individualismo, de una valoración de la imagen, la apariencia y el espectáculo, donde lo estético y lo escópico se dimensionan en perjuicio de lo ético, difícilmente pueda considerarse positivamente a la vejez. Creemos en la necesidad de considerar a la vejez y al envejecimiento en su dimensión histórica singular y cultural, evitando caer en reduccionismos, y resaltando aquellos valores que permiten a los sujetos reconocerse y sentirse auténticos dando sentido a su existencia más allá de los ideales que la cultura proponga.

En síntesis, envejecer con dignidad tiene que ver con una postura ética ya que supone un juicio sobre la propia acción. Durante este proceso el sujeto opta por valores e ideales en parte compartidos en función de dicho contexto pero simultáneamente imprime a su elección una modalidad que le es propia. (Monchietti,Sánchez,1997) y que orienta sus metas de manera que incluyen el crecimiento personal y el de otros; fortalecimiento de relaciones, agrupamientos, comunidad. Si no nos centramos sólo en los cambios, considerados como pérdidas, rescatando aquellos que potencial o efectivamente traen novedades y que pertenecen sólo a este momento del desarrollo, será posible contribuir a la creación de nuevos elementos dentro de la representación de la vejez para una cultura donde la vejez recupere un lugar de reconocimiento.

 

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