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Número Aniversario (10 años!!) - Noviembre 2008

La Tranquera
Rescatando el pasado, Adueñándose del presente y decidiendo el futuro en los Adultos Mayores.

Manuel Sternik

"El mundo está en las manos de aquellos
que tienen el coraje de soñar
y correr el riesgo de vivir sus sueños"

Paulo Coelho

Cuando se piensa en la Tercera Edad, en los Adultos Mayores, en la Longevidad 1 el tema del "Tiempo" emerge como una de las problemáticas centrales en este momento del curso de la vida. Si se lo mira desde una perspectiva existencial el tiempo vivido, el tiempo presente, el tiempo que se ofrece como futuro; es lo que condensa tanto lo que un sujeto es (su identidad), como las potencialidades o inhabilitaciones subjetivas para pensar un proyecto detrás del cual caminar.

Si nos posicionamos desde el campo de la Gerontología Crítica la categoría del "Tiempo" se torna ineludible en cuanto, ella ofrece las condiciones para comprender que los sujetos de los que se habla (en el caso de la producción académica) o a quienes y con quienes se habla (en el caso de las prácticas de trabajo con Adultos Mayores), son sujetos históricos que han construido sus vidas en un contexto sociocultural determinado y que su subjetividad se fue configurando en una compleja trama de vínculos y relaciones sociales. Vínculos y relaciones sociales que fueron dando forma a cada psiquismo, acercando al sujeto al polo de la adaptación activa a la realidad, en tanto asumen "su tiempo histórico" como campo de posibilidades; o al polo de estereotipia, de la cristalización en modos de vivir la vida de manera rutinaria y que se manifiesta en "la cultura de la queja", en comportamientos pasivos y acríticos.

Desde esta perspectiva nos proponemos, en primer lugar desentrañar algunos aspectos de la complejidad que conlleva la categoría del "Tiempo", para desde allí reflexionar acerca de la necesidad de transitar la Tercera Edad tejiendo el pasado con el presente para poder proyectarse hacia sueños y esperanzas que permita el pasaje productivo hacia el mañana.

Partimos de entender que el "tiempo" entraña una materialidad que se mide por el paso de las horas, los días, los años marcados en el calendario y que a ese tiempo se lo denomina "cronológico", tiempo físico. Junto a él pero con una composición inmaterial, podemos situar el tiempo psíquico, ese tiempo que es vivido por cada sujeto de manera diferente, con mayor o menor intensidad, más fragmentariamente o pudiéndolo articular en un transitar existencial que le otorga a la vida un sentido de continuidad.

En Tercera Edad y en la Longevidad es el tiempo psíquico, existencial, el cobra una importancia fundamental y el que resignifica el tiempo cronológico. En este momento del curso vital, lo que está en juego es la temporalidad histórica; esto es la posibilidad de articular e integrar de manera coherente y satisfactoria el pasado, con el presente y con el futuro. Es ese tiempo de los acontecimientos vividos y el modo en que cada uno de los sujetos los resignifica el que deja huellas, marcas en las maneras de percibir la vida, de valorarla y actuar en ella, el que abre o cierra tranqueras2 para desplegar aquello contenido como historia y poder ordenar cada sentimiento, cada emoción, cada experiencia particular de la manera más sana posible, de tal modo que el presente y el futuro puedan ser vividos como un "estar siendo en el mundo".

Desde esta perspectiva, el tiempo psíquico de los individuos es singular, particular y según cómo cada uno haya ido organizando en su mundo interno sus emociones y sus experiencias, podrá asumir con mayor o menor compromiso, con mayor o menor libertad "su presente" como posibilidad. Sin embargo este tiempo individual, no es mero producto del sujeto, sino como señalamos el mismo se construye en los vínculos intersubjetivos de las relaciones con los pares, de las relaciones de género, de las posiciones y funciones que cada uno ocupó y ocupa en la red social y, es desde este devenir que cada hombre y cada mujer va contribuyendo a dar forma a la historia y a la memoria colectiva.Es en la articulación de los acontecimientos personales, de lo que a cada uno le fue acaeciendo en la vida y las tramas sociales que operaron como sostén de la construcción subjetiva donde hay que rastrear quién es un Adulto Mayor, qué piensa, qué siente, cómo actúa, cómo vive su presente histórico, qué proyecto o no proyecto de futuro ha construido.

No se puede separar el pasado del presente y del futuro, puesto que a excepción de los extremos grados de patología, los seres humanos estamos configurados en la argamasa del presente, que a su vez se articula en un pasado (el ayer) y que se prolonga en un futuro (el mañana) como el devenir renovado de lo que fuimos y lo que somos, de lo que hicimos y lo que hacemos intentando recrear en lo nuevo y original un proyecto de nuestra historia. Sin embargo esta problemática es singularmente paradójica en las personas que transitan la Tercera Edad y la Longevidad, dado que con lo que seguro se cuenta es con el presente, que muchas veces se tiñe sólo del pasado: se vive de los recuerdos, la nostalgia de aquel dicho "todo tiempo pasado fue mejor", se instaura opacando las posibilidades de disfrutar lo que se ofrece como tiempo histórico de posibilidades para saltar hacia lo porvenir… quizá perfumado por el bienestar de la utopía.

Ello se ve agravado aún más por este contexto de posmodernidad que privilegia el puro presente, vacío de contenidos y proyectos de futuro, que reniega de la historia como estructura que teje las redes sociales, presente del Adulto mayor muy diferente del que hoy viven quienes transitan la temprana edad. Decimos, un tiempo donde la inmediatez y lo efímero es lo que impera, donde los relatos de quienes construyeron la memoria colectiva son des/calificados, calificados por los medios de comunicación como posiciones arcaicas que sólo pretenden impedir el progreso. Esta negación del tiempo, como tiempo histórico disocia mente- cuerpo, afectos, sentimientos y emociones del hacer y el pensar, como espacios para construir desde lo más genuino y auténtico de cada uno (y sobre todo los Adultos Mayores) tiene para ofrecer a las nuevas generaciones: un presente que se vive intensamente porque hay un pasado que le da contenido y un futuro al que hay que construirle razones y sentidos.

Sólo la recuperación de la conciencia histórica que integra los diferentes tiempos dándoles un sentido de continuidad, es la que permite que los Adultos Mayores puedan integrar las distintas formas de conocimiento: lo experiencial, los de la vida cotidiana, los que provienen del sentido común, los saberes construidos en los distintos espacios y los diferentes papeles que les tocó vivir, etc. Esta conciencia histórica entonces, implica la conciencia de ser en el tiempo y ser en el mundo, de ser sujeto de la acción y por tanto de los cambios que se han producido a lo largo de la vida personal/ social y de las alternativas que se ofrecen o que se construyen cuando cada uno está abierto a la posibilidad del cambio.

Sólo cuando un Adulto Mayor se anima a rastrear hacia atrás se toma conciencia del pasado, que en algún momento fue presente y dejó de serlo porque se presenta a nuestros ojos como lo viejo frente a lo nuevo que ofrece el presente. El presente es lo actual, lo que se vive en lo inmediato, la vida cotidiana, la estructura cultural en cuyo interior nos encontramos. En tanto el futuro es futuro de este presente histórico. El pasado es el ayer de un presente y el futuro un mañana de ese mismo presente. Todos estos tiempos no se miden por la distancia temporal (años, meses, días) que los separa, sino por los cambios en los procesos subjetivos que cada individuo puede identificar en sí mismo. Por eso el pasaje del pasado al presente y del presente al futuro siempre implica una discontinuidad, una ruptura que instaura algo distinto en la identidad (pasaje de la niñez a la adultez, de adulto a adulto mayor, de un estilo de aprendizaje a otro, de una visión de mundo a otra, entre muchos otros cambios que se operan en las personas).

La vida humana está hecha de continuidades y rupturas y es en el presente donde se sintetizan las trayectorias recorridas por cada sujeto. Por eso proponemos como metáfora "la tranquera", tranquera que señala cuál es el ayer, cuál el hoy, cuál el mañana, tranquera que limita y a la vez posibilita, que marca el adentro y el afuera, que señala qué se trae consigo como haber construido, con cuánto ímpetu, con cuánto desesperanza, con cuánta energía o con la falta de ella para traspasar los límites que muchas veces la propia subjetividad nos impone. Sólo desde la conciencia histórica y la memoria, como búsqueda de la identidad, se puede integrar de manera coherente lo que hemos sido (pasado), lo que somos (presente) y lo que queremos ser (futuro).

De allí la necesidad que en toda propuesta de trabajo con Adultos Mayores se comience por rescatar su pasado, puesto que ello permitiría que cada uno comprenda por qué hoy es lo que es, por qué actúa como lo hace, por qué predominan ciertas emociones y sentimientos sobre otros, por qué se percibe el mundo de una manera determinada, qué asignaturas han quedado pendientes y que necesitan ser sacadas a la luz para poder construir un presente saludable. De lo que se trata entonces, es de ofrecer espacios para hacerse amigos del pasado, apreciarlo como la herencia y patrimonio cultural, social, simbólico que nos constituye y desde el cual se pueden traspasar las barreras, las fronteras que lo no resuelto de ese pasado nos incrimina. Recuperar las marcas que han dejado inscriptas en nuestra memoria las experiencias pasadas es fundamental para comprendernos, descubrirnos, descifrar dónde comenzó una esperanza, dónde se inició un desaliento, dónde se instaló una determinada manera de ser.

El pasado de un sujeto es una de las riquezas más importantes que cada uno posee y que nada ni nadie puede expropiárselo. Desde él cobra sentido el presente, el hoy que como ya se señaló no es la vana inmediatez, sino por el contrario el tiempo disponible en la cotidianeidad para concretar los sueños, superar las heridas del ayer, recuperar los hitos que dejaron huellas positivas y permiten a los hombres y mujeres seguir andando. Es tejiendo el pasado con el presente que podemos ser dueños de nuestras vidas. El tiempo se torna humano en la medida en que podemos narrar nuestras vidas, contar nuestra historia y desde allí hacernos responsables de manera protagónica del presente, de los sueños incumplidos que queremos alcanzar.

El presente a su vez, se ofrece como la textura del mañana, como la tela, el tejido, la trama que, en un juego entre las certezas del hoy y las incertidumbres de lo porvenir le permite a los hombres y mujeres imaginarse respuestas y caminos posibles. La tranquera como filiación simbólica, es el presente que si se da un paso hacia delante se transforma en promesa del mañana y es allí donde cobra sentido el futuro que aloja imaginarios, utopías, metas a alcanzar. El futuro es proyecto, es lo no alcanzado, pero que se diseña desde este presente, a partir de una tarea por hacer con nosotros mismos y con los demás. Éste cobra significado y sentido en la medida en que nos permite trascender el puro presente, nos permite idear un camino a recorrer, nos invita a fijarnos metas aún inalcanzadas. Y esto sólo lo puede hacer quien no reniega de su pasado ni de su presente, sino quien los torna significativos, los integra en su identidad y desde allí se proyecta hacia lo por- venir. Sólo quienes se han quedado cristalizados en el pasado o quienes viven en el puro presente sin hacerse cargo de "su historia", han perdido el coraje de soñar y de correr el riego de que sus sueños se hagan realidad.

Para quienes transitamos la Tercera Edad y la Longevidad pensar en el mañana, a veces se torna problemático. No todos están dispuestos a dejarse conmover por el tiempo que la vida ofrece para "ir más allá" de los mandatos impuestos, para pensar más y en otras direcciones que las previstas de antemano, para dar lugar a la acción que prolongue y trascienda el tiempo presente. Debemos generar motivaciones que energicen y organicen el pasado irrepetible, el presente y el futuro incierto. Es en estos pliegues donde los Adultos Mayores tenemos que encontrar la manera particular para abrir la tranquera y desde allí poder anticipar, planificar, inventar y vivir el mañana. En la medida en que cada uno no clausure las utopías y despliegue el imaginario, podrá encontrar en sí mismo las posibilidades para ser y hacer algo distinto del ayer, marcando las diferencias con el presente y afiliarse a un futuro, asumiendo la responsabilidad de habitarlo desde una adaptación activa a la realidad que le toca vivir.

Quizá éstos sean manojos de esperanzas de un Adulto Mayor, que con mis 77 años sigo soñando con el tiempo, viviendo el tiempo, aprovechando el tiempo e invitando a otros y otras a interrogar/se por el tiempo pasado y a escribir su tiempo porvenir.

Por: Manuel Sternik
Psicólogo Social
San Luis - Octubre del 2008

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