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Número 20 - Mayo 2007

Historias del geriátrico

Carmen de Grado
carmendeg2002@yahoo.com.ar

La alegría

Defender la alegría como una trinchera
Defenderla del caos y de las pesadillas
De la ajada miseria y de los miserables
De las ausencias breves y las definitivas

Mario Benedetti

Cuando entré en el geriátrico, después de dos semanas de vacaciones, ya desde el hall de entrada me encontré con gran algarabía. Había allí tres jóvenes con guitarras que habían venido preparados para festejar el cumpleaños de su abuela pero que no tenían espacio físico para tocar y cantar. La recepcionista les había dicho que lo organizaran conmigo. Se presentaron, me hablaron de su abuela Diana recientemente internada. Me anunciaron que cuando entrara podría ver a toda la familia, unos veinte, dijeron. Combinamos día y hora para que vinieran a cantar y compartir con los compañeros de Diana.

Efectivamente el comedor estaba repleto de gente. En la habitación de ella, contigua al comedor, había varias jóvenes sentadas en su cama, charlando y comiendo. Conocí a las cuatro hijas de Diana, deseosas de tener una entrevista aunque todas trabajaban fuera del hogar y había que acordar un horario. Pasaban platos d e sándwiches, masas, tortas, refrescos. Todos charlaban animados. Diana estaba en medio de ellos, sentada en una silla de ruedas. Nos presentamos y le dije que la buscaría para conversar con ella en dos días. Estaba muy bien arreglada con un vestido gris, clásico y elegante. Dijo cordialmente que no dejara de ir a verla, que necesitaba mucho hablar de algunas cosas. Una de las hijas estaba al lado nuestro, escuchó esto y después de yo despedirme me siguió para decirme: ¨mi madre es una persona excepcional, fuera de serie, pero tiene algo muy terrible que contar, no sé si lo hará. No quiero anticiparme. Cuando tengamos nuestra entrevista hablaremos¨. Acordé en esto.

Fui a la historia clínica y leí: 84 años, viuda, presión arterial alta, buen estado general, psiquismo conservado, colaboradora. Fractura de cabeza de fémur, operada hace un mes, está en rehabilitación kinesiológica.

Cuando a los dos días entrevisté a Diana la encontré tan prolija y dispuesta como en el día de su cumpleaños. Hablaba en forma ágil y fluída. Contó que trabajó en su profesión durante más de treinta años. Después de criar a sus hijos, en una época en que los farmacéuticos eran todos varones, fue la primera mujer recibida de bioquímica en la Universidad de Buenos Aires. ¨Trabajé en una farmacia de mi propiedad en Belgrano. Fue muy importante para mí, es muy distinto cuando la mujer trabaja también fuera de casa. Todas mis hijas lo hacen. Ahora tengo más tiempo para leer. Desde que me caí y me operaron mi vida ha cambiado porque necesito más ayuda. Ya les he dicho a mis hijas, yo quiero que me atiendan aquí. Creo que ellas van a poder alquilar bien el departamento mío para pagar esto, aunque mientras tanto , no me faltan reservas.¨

Esta alusión a su profesión y al trabajo de la mujer fuera del hogar hablaba de un rasgo muy característico al que no estaba dispuesta a renunciar: su independencia, su pertenencia a una època y su condición de pionera. Todo esto era renovado ahora en una nueva afirmación de sí misma. ¨yo quiero que me atiendan aquí¨ Me estaba diciendo también con esto: yo planifico mi futuro y tengo recursos para decidir.

Le hablé de las reuniones de los jueves a la mañana con varias personas a quienes ella conocía ya y otras de otro sector de la casa. Le dije que podía interesarle participar. Me respondió: ¨me interesa mucho participar. Mi familia se cree que ellos son los únicos. Les agradezco su preocupación por mí, pero tengo mis actividades aquí. El día de mi cumpleaños mis compañeros se tuvieron que ir a su habitación porque no les quedaba lugar en el comedor. Claro que se les acercó algo para compartir.¨

Le comuniqué que había hablado con tres de sus nietos quienes vendrían con las guitarras. Convenimos en prolongar su cumpleaños con otro encuentro para que estuvieran sus compañeros y hubiera guitarreada.

En cuanto al anticipo de la hija me resultó evidente que era una mujer excepcional, pero nada terrible me había dicho, ni había insinuación alguna al respecto.

Diana estableció en corto tiempo muy buenas relaciones con las personas internadas. Había un grupo, con el que ella compartía, que se reunía justo antes del horario de visitas y si no tenían gente que los visitara continuaban reunidos. Un día me dijo:¨mis hijas y nietos se turnan para estar siempre y aún más de los horarios convenidos. Me gustaría pedirles que una vez por semana no vengan así me puedo quedar en la reunión que hacemos nosotros. El día se me pasa muy rápido en comidas, higiene, familia y temprano vamos a dormir, casi no me queda tiempo para leer y fuera de una vez por semana que nos reunimos con usted, yo nunca estoy con las personas de aquí. Cuando se los diga segura que van a protestar y a decir: ¡cómo no querés que te vengamos a ver en el horario de las visitas!¨ Dijo esto último en tono burlón, remedándolas.

Efectivamente, cuando me acerqué, en un momento en que estaba reunida esa tarde con dos de sus hijas, éstas parecían disconformes. Yo intervine diciendo: ¨después de todo, Diana es afortunada al despertar estas reacciones, ustedes quieren acompañarla pero lo que está pidiendo es para estar más cerca de las personas de aquí y ésto es conveniente. Diana, además de tener una familia, cuida su espacio social¨. Dije esto dirigiéndome a las hijas que daban muestras de sentirse desplazadas:¨Vos siempre fuiste así, querés seguir siendo la que organiza y nos deja. ¿Te acordás cuando nos dejabas y te ibas a trabajar? Nosotras nos quedábamos a cargo de la casa¨.

Detrás de un cierto reproche: ¨nos dejabas y nos seguís dejando¨, percibí preocupación, algo así como la convicción de estas hijas de que ella necesitaba estuvieran allí. ¿Por qué estas mujeres tan ocupadas, con desarrollos familiares, personales y profesionales tan interesantes, estaban tan pendientes, tan alertas y temerosas de que su ausencia pudiera producir un vacío cuando Diana, por el contrario, parecía de verdad desear que la dejaran un poco más sola?

En uno de nuestros encuentros comenzó diciéndome que la mucama le había dado para ponerse una ropa que no era de ella. Parecía algo contrariada por esto. Agregó: ¨Licenciada, no crea que se lo cuento para que usted medie por mí. No hace falta que intervenga, yo ya me he encargado de dejar bien claro que ordenen la ropa. No tengo por qué ponerme lo que no es mío. Si creen que van a darme cualquier cosa de otra persona no voy a aceptarlo, se equivocan. Sé yo misma defender mi lugar¨. Hubo un silencio. Puso las manos huesudas y arrugadas sobre la mesa que teníamos frente a nosotras y pasando de un tema a otro, o transformando lo anterior en una metáfora dijo: ¨ sin mediación alguna, si tuviera frente a mi a los que me sacaron lo mío, a quienes mataron a mi hijo, con estas uñas los destrozaría. Sus dedos crispados y firmes tomaron de pronto una dimensión desconocida, primero los estiró con fuerza y después los fue curvando despacio como si fueran garras, cuando tuvo el puño cerrado me pareció que encerraba parte de la presa que había desgarrado. ¨Desde que él desapareció mis hijas se han puesto obsesivas conmigo. No se dan cuenta de todo el coraje que esa desaparición me ha dado. Ellas creen que no me pueden dejar ni a sol ni a sombra porque voy a morirme de pena. Ellas son las que lloran porque era el hermanito menor. En cuanto a mi, yo tengo mi fuerza y la de él juntas¨.

¿Cuándo fue?, le pregunté. ¨Hace cinco años, en el 77¨.

También en esto, Diana era exponente de nuestro tiempo y nuestros avatares como nación. Su hijo era uno de los desaparecidos durante la dictadura militar. Así como no quería que yo mediara por ella para obtener lo suyo tampoco quería la compasión y la tristeza, solamente su decisión de vivir con valentía. Su presencia en el grupo fue de liderazgo. Hacía difusión de la actividad grupal, animaba a la participación, recordaba e invitaba a los compañeros para que asistieran. Para ello se ponía de acuerdo con otro integrante del grupo, un señor muy sociable y con buena movilidad, que disponía las sillas y sacaba las mesas a fin de que estuviéramos más cómodos; el comedor se transformaba durante una hora en sala de reunión.

Diana vivió cuatro años en el geriátrico, volvió a caminar y murió casi repentinamente sin haber perdido su fuerza de comunicación y capacidad de convocar. Afortunadamente, como dijo que se sentía mal esa mañana al despertar, la enfermera llamó a la familia. Vinieron tanto las cuatro hijas como varios de sus nietos a despedirla.

Desde aquel día de su cumpleaños en que la conocí, sus nietos acudían al geriátrico con las guitarras a festejar las fiestas patrias y siguieron haciéndolo por años con esa alegría y generosidad que ella trasmitía, una forma de homenajearla y homenajearse. Una vez, en una de esas guitarreadas inolvidables. Martín, uno de los muchachos de ojos claros como los de su abuela Diana, dijo al nombrarla: ¨honrar a los padres y a los abuelos por habernos dado la vida, ordena las emociones en las profundidades del alma¨.

La repulsión

Nunca podré reconciliarme
Con los depredadores de mi gente
El aguinaldo de los delatores
La desmemoria de los fusileros

Mario Benedetti

Se trataba de un hombre joven que permanecía en cama. En la Historia Clínica leí: ¨45 años, casado, dos hijos, comisario de policía, viene de otra institución, lo trae la ambulancia, no llega acompañado de la familia. Una descarga de metralla destruyó su pierna y cadera derechas hace seis años. No controla esfínteres, no ambula¨.

Al realizar la primera entrevista me encontré con un hombre de cabello corto, negro y lacio, de cara redonda y tez muy blanca, de gesto mezquino y poco agradable que comenzó diciendo: ¨estoy aquí para que me atiendan. ¿Usted quien es?¨

Después de dar mi nombre y apellido dije: ¨estoy aquí para atenderlo. Soy psicóloga, trabajo en la casa¨ ¨Ah, me mandan una psicóloga para que cuente las cosas que me pasaron, no estoy loco eh? Lo que pasa es que vi muchas cosas y también me la dieron, mire cómo quedó mi pierna¨. Levantando la sábana mostró su pierna tullida, torcida, acortada, con varias costuras que la recorrían de arriba abajo, ¨fue una metralleta, me la reventaron¨

¨¿Por qué dice usted, me mandan una psicóloga, quién cree que me manda?¨ ¨La obra social de la Policía¨. ¨No, como como le mencioné estoy contratada por la casa. Trabajó usted en la Policía.¨ ¨Si, claro, estuve unos diez años hasta que me pasó esto. Llegué a comisario pero recibía órdenes, yo no tengo culpa de nada. Vi muchas cosas, no me puedo sacar de la cabeza lo que ví y ahora que no me muevo de aquí es peor, a muchos los reventaron como a mi ¡o más porque ya no lo cuentan! Vi cuando los llevaron al paredón a la noche, después tuvimos que sacar los cuerpos, yo obedecía órdenes, maté a unos cuantos también, les hice un bien porque para quedar estúpidos para toda la vida como yo…. Yo a mi casa no puedo ir. Cuando hablé con mi esposa, hace unos meses me di cuenta, a rey depuesto, rey nuevo. Ni mis hijos vienen a verme, soy como un saco tirado que nadie quiere. La única compañía que tengo es la cara de los desgraciados antes de morir, creo que mejor hubiera sido estar en su lugar.. Lo más feo fue esa noche en el descampado. Eran órdenes del Ejército. Fuimos allí con un grupo de detenidos. Iban cargados en dos carros de asalto, cada cual con su correspondiente custodia y en una camioneta iba el segundo jefe y un oficial conmigo. Los hicimos bajar, los vigilantes los empujaban con la punta de los fusiles, la camioneta les alumbraba con los faros en las espaldas. Iban como ovejas al matadero, cuando estuvieron todos juntitos, ahí, a la voz de mando, descargamos las armas…. … cuando fui a recoger los cuerpos con otro, había algunos que no estaban muertos y hubo que rematarlos. La vez siguiente me acribillaron a mi, ojala hubiera venido alguno a rematarme y no estaría como estoy¨

Lo escuchaba como si me hubieran petrificado, estaba sentada en la cama de al lado de la de él y tuve una intensa sensación de nauseas. El estaba haciendo una catarsis y yo recibía lo que me largaba con la más total repulsión. Dije muy pocas palabras: ¨hay muchas cosas que no puede olvidar. Son hechos monstruosos los que describe… y reales y usted como activo participante, como asesino¨. Dije esto en tono neutro, tratando de recomponerme más que de expresar mi profundo desprecio y aversión. Al despedirme le tendí la mano. No sé con certeza qué sentimiento me llevó a hacerlo: tal vez la costumbre o una cierta conmiseración, quizás cierto profesionalismo, había empezado la entrevista diciendo, aquí estoy para atenderlo. Un montón de preguntas se me agolpaban: qué hace que un hombre acepte esa experiencia, me hubiera resistido yo en su caso a acatar esas órdenes, debe estar muy desesperado para contar así, verborrágicamente, esos sucesos, sabiendo lo que puede despertar en quien lo escucha. Al darle la espalda y cuando ya me había alejado unos pasos levantó la voz y dijo: vuelva, no me deje aquí sólo como un perro, se lo pido por Dios. No me di vuelta, ni hice ningún gesto de haber escuchado.

Me acerqué al personal que lo asistía. La encargada del turno me dijo que nadie lo quería cuidar, que sabían había sido torturador, un rastrero y repugnante torturador, que todas estaban de acuerdo, con el otro turno también. Fui a hablar con la médica que estaba en ese momento y le comenté parcialmente la entrevista. Ya lo sabía, a mi también me contó, yo no quiero verlo, tendríamos que hablar con el otro médico. Me pareció lo más adecuado comunicarnos con los dueños de la residencia y con la parte administrativa para pedir su traslado a otro instituto

El administrador dijo que lo resolvería buscando otro lugar donde llevarlo y que llamaría a la familia. Agregué que el tema tenía apremio, ya que, si bien las mucamas le acercaban el plato de comida, no lo cambiaban y el lugar empezaría a apestar

Ese día se festejaba en el geriátrico el cumpleaños de Diana y el comedor estaba repleto de nietos con sus novias y amigos, toda gente joven que venía a festejar en torno a esa mujer encantadora que a sus ochenta y cinco años concentraba tanto cariño y alegría. Había un clima de celebración extraordinario. Siempre sucedía así en sus cumpleaños y con frecuencia venían con instrumentos musicales para compartir también con los compañeros de Diana. A mi me encantaba pasar entre ellos un rato, terminábamos organizando algún otro encuentro con guitarras donde pudieran participar la mayor cantidad de residentes y la casa preparaba empanadas y tortas

En esta ocasión las nauseas continuaban y decidí irme a casa.

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