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Número 16 - Abril 2005

Violencia cotidiana en ancianos

Haydée Andrés
hayand@fibertel.com.ar

Estamos viviendo en un mundo marcado por el poco aprecio a la vida. Esto lo vivimos cotidianamente: se elimina a una persona por $ 20.-... La juventud y la infancia con armas, las adiccio-nes y sus consecuencias que deslizan la vida de los jóvenes por una cornisa entre la vida y la muerte. Si esto es así, ¿qué pensar del valor de la vida durante la vejez?, éste tramo de la vida que se presenta cargado de prejuicios como desventajosa, llena de disvalores.

Al decir de la gerontóloga inglesa Betty Fridan, todos nos hemos comprado durante la vida el mito de la vejez: la vejez como desvalimiento, debilidad, deterioro. Y esto es grave para el pro-pio envejecimiento.

Si la vida no nos ha brindado la oportunidad de desandar este mito, nuestro caminar hacia la vejez nos hará llegar a ella cum-pliendo con el mismo. Y así la vejez, cumplidora del mito, por sí misma es generadora de rabia, irritación, hostilidad y violen-cia. Entonces se produce el círculo de la profecía autocumplida, un destino inexorable al cual tengo que someterme porque "es así".

De aquí parte la violencia desde la vejez, y ésta incremen-tada por la imagen que a menudo envía el entorno cercano: la familia, y el mas lejano: la comunidad y la sociedad. Imagen de decadencia y desprestigio, confirmado esto por el magro monto ju-bilatorio que señala que la vida de este período se puede sostener con $ 150...

Es una violencia que parte de los viejos por el solo hecho de envejecer y no poder revertir esta situación, y vuelve a ellos incrementada. Este incremento gestado desde el afuera, tiene que ver con las acciones del diario vivir, con la violencia que se recoge de la calle: la violencia por la dificultad del acceso a los lugares como si éstos no estuvieran pensados para los mayo-res a causa de las barreras arquitectónicas, a veces causantes del aislamiento, -y a veces también en lugares de atención espe-cífica para gente mayor-, la falta de señalización adecuada para las disfunciones perceptivas. Esto se ve en los hospitales donde se atienden las UPI, donde los viejos están dando vueltas preguntando, sin posibilidad de acceder con facilidad a los servicios; el modo de atención: personas jóvenes que están en lugares de atención de ancianos, que se impacientan por la lentitud en la comprensión de los mas viejos, por la lentitud de desplazamiento, por tener que repetir las indicaciones, y que usan a veces un lenguaje estereotipado de la jerga de los adolescentes.

Es increíble que las instituciones que atienden en su mayo-ría a viejos -como los que atienden el pago a jubilados en los bancos- no tengan un mínimo de entrenamiento y preparación para esta atención. Porque con esto, lo único que se recalca es el envejecimiento como algo entorpecedor que necesita ser segregado y marginado "para que todo funcione con efectividad, velocidad y rendimiento", constituyendo casi una sociedad de jóvenes y para jóvenes: algo

realmente peligroso y empobrecedor de la vida para los que transitan por ella. Porque si de algo se enriquece la vida es del interjuego, el intercambio y la complementación de todas las edades.

Desde la sociedad y desde las instituciones es generalizada la tendencia al trato anónimo y masificado, la dificultad para personificar e individualizar. Y todos oímos y conocemos que para dirigirse a un mayor es frecuente hacerlo desde "abuelo", "jubilado", "pensionado", "afiliado" y otros términos por el es-tilo. Y desde las instituciones médicas o de cuidados esto se repite, aunque con otras designaciones que pretenden portar un mensaje de cariño: "queridito", "papito", "mamita", "amorcito", "hijito", "abuelito", cuando en realidad nadie es algo de esto, sino para alguien específico y particular.

Esto es por el contrario un mensaje que violenta, aunque el viejo se someta a este trato porque cree que va a salir bene-ficiado. Pero todos sabemos que nada suena mejor en nuestros oídos que nuestro propio nombre cuando se dirigen a uno. Por-que el propio nombre dice de uno, y esto no es poco en este mo-mento de la evolución, donde para poder ser viejo hay que atrave-sar una crisis de identidad.

Es tan poca la tolerancia que tenemos para aceptar las modi-ficaciones físicas y psíquicas normales de la edad, que rápida-mente las significamos como debilidad psicológica. Y cuando nos encontramos con ellas, creemos ya que la persona que las porta ha perdido o modificado su status de persona.

Entonces avanzamos, invadiendo, sin consultarlo en cuestiones que le competen. A veces tomando decisiones por propia cuenta, anulando su participación y consentimiento, no proporcionando información necesaria y adecuada de todas las acciones que lo van a tener como destina-tario.

Por ejemplo, ante intervenciones quirúrgicas, en amputaciones de miembros, en devoluciones de diagnósticos. Esta manera de proceder genera violencia al no contarlo como actor, simplemente por el solo hecho de ser viejo.

En cuanto a modalidades de atención, quiero remarcar la nece-sidad del médico de cabecera, que se transforma muchas veces en el médico de familia para la atención del anciano. Este médico es el que, conociendo al anciano y manteniendo un vínculo terapéuti-co con él, va a evitar exámenes que no son necesarios para condu-cir su tratamiento, y sí son causantes de temores y angustias, y en algunas oportunidades, iatrogénicos y generadores de situacio-nes violentas.

Es este médico el que va a constituirse en el organizador del campo de la salud o la enfermedad, el que va a devolver a su paciente los resultados correspondientes, y administrar el tratamiento necesario. Esta relación por sí es sanante, aunque a ve-ces no se suministre ningún fármaco.

Las personas que han envejecido en este siglo se han encon-trado con un tiempo de cambios continuos, y para ser un viejo saludable, les requirió tal vez mas esfuerzo que en otros tiempos, donde no había tantos cambios, y por ende no exigía tanto esfuerzo para comunicarse con las otras generaciones.

Entonces, proporcionémosle un mundo mas cercano, mas alcanzable, teniéndo-los en cuenta como personas con necesidades distintas de las que

tienen los jóvenes, pero que también son importantes para que acceder a las cosas del mundo de hoy les resulte menos hostil, y así genere menos violencia. Que vivir sintiendo hostilidad y violencia no provoca bienestar ni gratificación. Y en cambio, es-te malestar, a veces deriva en patologías diversas. Pero vivir con sentimientos de bonanza y de afabilidad, sustentados en un trato cordial, solidario y de comprensión, preserva la salud y tiene efecto preventivo.

Algunas Referencias Bibliograficas:

 

Palabras clave: vejez - violencia - maltrato

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