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Número 14 - Abril 2004

Envejecer: ¿Fantasma o realidad?

Lidia N. Caputto de Loughlin
linocalo@arnet.com.ar

Resumen

Palabras clave: envejecer, talleres, experiencias revitalizadoras.

A partir de un testimonio de un diario íntimo de una ex docente de setenta años, se recuerdan los prejuicios y miedos de la persona que envejece. Se analiza el envejecer desde una perspectiva psicológica, centrada en una visión humanística y personalizadora. Se refiere una experiencia grupal concreta realizada con personas adultas mayores, con el objeto de escribir su propia historia. Se considera el valor de la misma por su valor preventivo, y resolutivo, en tanto contribuye a la educación de la persona que envejece. Siguen unas reflexiones acerca de la necesidad de agregar, a los estudios científicos y a los adelantos tecnológicos actuales, una concepción global de la persona, para contribuir a la construcción de una educación, una medicina, una psiquiatría y una psicote rapia más personalizadas, así como también a una sociedad donde el desarrollo científico, tecnológico y econó mico, se hallen al servicio de la persona y no a la inversa.

 

Dedico este trabajo...

... a los miembros de grupos de tercera edad ...
con qui enes aprendo a compartir y elaborar situaciones felices y dolorosas.

... a los matrimonios jóvenes, (Silvia y Héctor, Virginia y Diego, Mercedes y Juan) ,
que veo luchar por sus hijos, por su familia, y que me permiten alentar la esperanza de que no todo está perdido...en esta compleja realidad del mundo actual.

... Y, en fin, a todos los seres humanos
que me ayudan a ser , yo también, humana.

Enero de 2004.

Introducción

En este artículo me propongo mostrar, a través de una experiencia concreta, la falsedad de algunos prejuicios acerca de los adultos mayores. Dicha experiencia, concebida como un "Taller para escribir la propia historia", fue altamente gratificante y positiva para la mayoría de los integrantes del grupo, razón por la cual el Taller duró más de lo previsto y dejó abierta la posibilidad de seguir trabajando con el mismo grupo pero, esta vez con otros objetivos, como sería el encaminarse a un buen envejecer.

Para ordenar la exposición, parto de un breve fragmento de un Diario íntimo, de una docente jubilada, quien tuvo la deferencia de facilitármelo.

A partir de él me propongo realizar algunas consideraciones psicológicas acerca de los prejuicios que existen con respecto a los adultos mayores, condicionándolos negativamente, y de los miedos que suelen invadirlos. Reclamo una mayor consideración hacia las personas mayores o ancianas, y considero que ellas requieren, como en todas las edades de la vida, una atención personalizada. Considero que sólo un enfoque que se centre en la consideración de la persona, puede contribuir a construir una medicina, una psicoterapia, una psiquiatría y una educación más humanizadas en la compleja sociedad que nos toca vivir.

Extracto de un Diario íntimo de una maestra jubilada.

"Esa extraña figura...

Me miré en el espejo: mi imagen no era tan fea. Conservaba, todavía, algo de mi juventud.

Pero alguien me mostró una fotografía reciente: entonces me vi, como me ven los otros. Estaba vieja, me sobraban kilos, no me veía linda.

No eran sólo los años, era lo que había vivido. Las pérdidas estaban reflejadas en mi actitud, en mi cuerpo, en mi rostro.

La muerte, esa muerte en especial, inesperada, y súbita: la de quien había compartido conmigo casi cuarenta años.

Y, luego, las otras pérdidas: la de mi madre, la de mi padre, nonagenarios.

Y, además, la pérdida de lo que fuera otro sentido importante de mi vida: las clases. Esas clases, donde conservaba, todavía, el entusiasmo y una fe ya vieja, propia de los modernos: la creencia de que hacíamos algo importante, de que contribuíamos a formar una juventud, para un gran país. Todo eso era ya muy lejano. Ahora, los alumnos ya no respetaban a las personas mayores, las autoridades solían ser jóvenes, o al menos más jóvenes que nosotros. Tampoco nos respetaban. Cada vez nos pagaban menos. Además... no sabían lo que era envejecer.

Los triunfadores de hoy tienen rasgos psicopáticos. Y nosotros, los educadores de otra época no nos habíamos propuesto triunfar: habíamos tenido ideales, tal vez demasiado tiempo... habíamos creído... en la cultura, en las generaciones anteriores, en nuestros padres, en la herencia cultural. Nos habíamos identificado con nuestras tareas, con nuestras instituciones, con nuestros maestros. Ya es tarde. La vida ha pasado como un soplo. Todo ha cambiado.

Los terapeutas... uno me había sugerido comprar un auto...(para mejorarme después de la muerte de mi marido)...Y otro, más reciente, todavía no ha podido darse cuenta de que lo que más duele en esta etapa de la vida, es la dificultad de los otros para comprender que ser un adulto mayor, en nuestra sociedad es ser un discriminado... nos dicen "abuela" aunque nunca hayamos tenido hijos, nos informan amablemente de que no podemos sacar un crédito; de que a partir del momento en que nos jubilamos, valemos menos: "el seguro de vida colectivo ( se nos dice), puede prorrogarse, pero... si Ud. muere, pagarán a su familia ya no treinta mil, sino diez mil pesos... y, ahora... menos aún ".

Las obras de medicina prepaga, nos aumentan los costos después de los setenta. Y el PAMI, está fundido.

Los amigos, están demasiado preocupados por sus propios problemas...algunos se conforman porque todavía comen, otros, no hacen más que ayudar a sus hijos porque, después de haber luchado para darles una educación universitaria, ellos, que tienen apenas cincuenta años, están sin trabajo, o a punto de perderlo. Y los nietos, de quince o dieciséis años van todavía a un buen colegio, pero... ¿ qué les aguarda en el futuro, en este, nuestro querido y maltratado país?

Vivimos en una sociedad que está dividida entre incluídos y excluídos: quienes todavía estamos incluídos podemos ser muertos en cualquier momento en un acto de robo vandálico, o robados... pero con guantes blancos, con el corralito o el corralón.( Acontecimientos ocurridos en Argentina a fines del 2001)

Muchas veces he oído hablar de la vejez, la soledad, la muerte, como fantasmas.

Como vieja maestra recurro al Diccionario para buscar el significado de esta palabra.

Fantasma: según el Gran Diccionario Salvat es una "visión quimérica que uno cree ver, despierto o en sueños". Alude o se refiere, pues, a algo que sólo tiene realidad en nuestra fantasía. Pero que no es tal, que no existe fuera de nuestro psiquismo. Y la vejez, la soledad, la muerte, no son fantasías: son realidades que se nos imponen y que hay que asumir. Y hay que ser fuertes para mirarlas de frente, sentirlas, palparlas y seguir viviendo aunque estemos convencidos de su existencia real.

Claro está que tenemos cómo defendernos: reunirnos con amigos, reírnos de nosotros mismos, leer, estudiar, pintar. Si podemos, dar gratis algunas charlas o conferencias. Viajar, aunque nuestros viajes ahora tengan características distintas a los que hacíamos cuando éramos más jóvenes. Y ver cómo los otros despilfarran sus vidas: con drogas, con malos programas televisivos, con gobiernos insensibles y corruptos. Sólo ver. Hablar y decir poco: no vaya a ser que crean que les estamos dando una lección de moral, pasada de moda. Reírnos, siempre que podamos, para que vean que podemos y sabemos hacerlo. Ir al teatro, al cine, buscando funciones baratas, a tomar el té y jugar a las cartas. Caminar... (eso hace bien). Y, sobre todo no pretender ocupar un lugar en que podamos desplazar a otros más jóvenes, que tienen, actualmente, más derecho que nosotros. Aunque tengan tanto que aprender.

Mientras tengamos las neuronas sanas, podremos ser dueños de nuestras vidas, decidir por nosotros mismos, a pesar de nuestras limitaciones. Cuando esto nos falle, no nos preocupemos, pues, tal vez, y gracias a Dios, no nos daremos cuenta..."

Buenos Aires. Comienzos del año 2003.

El envejecer desde una perspectiva psicológica.

Algunas expresiones del Diario íntimo que acabamos de leer pueden parecer depresivas, irónicas, o críticas, pero, en todo caso expresan la verdad sentida o experimentada por una persona, que es, en última instancia la verdad de la experiencia vivencial.

Sin embargo, deseamos hacer algunas consideraciones acerca de los fantasmas del enve jecer.

La Dra. Virginia Viguera hace referencia a ellos en la primera clase del Seminario de Psicogerontología, (II), en estos términos:

"Tomamos en esta clase uno de los problemas a enfrentar y al que llamamos los fantasmas del envejecer. Nos referimos a los prejuicios y a los miedos, prejuicios y miedos que atormentan muy frecuentemente a los Adultos Mayores, enfrentados como están a una etapa de cambios, de pérdidas, de incertidumbres".

Se trata pues, por un lado de prejuicios, es decir, de juicios previos a la experiencia, de juicios no fundados ni por la experiencia corriente de cualquier ser humano, ni por los conocimientos científicos: dichos prejuicios se refieren a lo que la gente piensa acerca del adulto mayor o del anciano, y que la autora sintetiza de esta manera:

"Los prejuicios y las ideas erróneas que están instalados en el imaginario social son varios y se ciernen sobre ellos, oprimiéndolos, ya que los lleva a tener conductas acordes a lo determi-nado por ese imaginario. Algunos de esos prejuicios los enunciamos así: que el envejecimien to es una enfermedad, que el envejescente se vuelve asexuado, que es insano recordar el pasado-, que la pasividad es lo que caracteriza al envejecimiento, que ya no se tiene capaci dad para aprender, que la menopausia es una enfermedad que deja sin deseos sexuales a la mujer, también el viejismo, que es una discriminación desde una cierta parte de la sociedad".

En cuanto a los miedos nos dice:

"Los miedos asaltan al envejescente con mayor o menor intensidad. Muchos miedos están en relación con la toma de conciencia de la idea de tiempo, con la idea de vejez, con la idea de la muerte propia".

Y destaca, fundamentalmente: el miedo a la vejez, el miedo a la soledad, y el miedo a la muerte.

Ahora bien, con respecto a los prejuicios, daremos cuenta, más adelante, de que el aprendizaje, entendido como una modificación de la conducta en cualquiera de sus áreas, (de la mente, del cuerpo o del mundo exterior, según Bleger) es posible. Las conductas motrices, mentales, lingüísticas, socio-afectivas, etc. pueden modificarse; de lo contrario no sería posible ninguna rehabilitación en un paciente mayor, o no podría hablarse de una educación para el envejecimiento, ni de Universidades para la Tercera Edad, ni de Cursos presenciales o a distancia: el prejuicio de los otros con respecto a la persona que envejece, influye en ésta, y, en gran medida, condiciona sus actitudes con respecto a sí misma.

Ya he dicho otras veces y lo reitero, que la jubilación obligada a intelectuales, por ejemplo, porque tienen más de 65 años, o a veces "sugerida", los coloca en una situación de marginación que no condice con los más elementales derechos humanos. El retiro o la jubilación sólo son derechos, y es necesario ejercerlos cuando así lo necesita o dispone el interesado, salvo que determinado trabajo resulte agotador para él o se demuestre su incapacidad real para el cargo. En cuanto a los otros prejuicios, hay evidencias de que no sólo no son ciertos, sino de que las experiencias con respecto a la sexualidad, la pasividad, etc. varían en cada persona. Cosa esta última que es, por otra parte, un aspecto a considerar en cualquier edad de la vida: cada persona es una realidad distinta, cada ser-en-el-mundo configura sus circunstancias y es configurado por ellas. No hay dos realidades bio-psíquicas, sociales, o espirituales, exactamente iguales. La educación debería ser siempre personalizada, y esto vale para el niño, el adolescente, el adulto y el anciano.

En cuanto a los miedos, ellos son reales como vivencias, como realidades psíquicas, se manifiestan de modo consciente o inconsciente. Y hay, también, distintos modos de resolverlos o afrontarlos: conozco personas de noventa años, que viajan solas en avión, que tocan el piano, que son capaces de animar una reunión familiar o despertar el interés como conferenciantes. Sólo una sociedad deshumanizada margina a las personas mayores. O las obliga a trabajar para subsistir, cuando ya no pueden hacerlo. O las descarta por razones económicas, cuando todavía pueden cumplir una función útil a la sociedad.

En toda edad hay derechos, y, a corta edad ya hay deberes que cumplir: así funcionan todas las sociedades. Las personas adultas mayores o ancianas tienen también derechos y deberes: cuanto más dependientes son, por la existencia de deterioros o enfermedades, tienen, como todo ser indefenso, derecho a una vida digna.

Hace muchos años, Gordon Allport, en un libro que tituló " Psicología de la personalidad", señalaba que para ser una persona madura había que haber llegado a tener:

1.- Una filosofía unificadora de la vida.

2.- Sentido del humor.

3.- Variedad de intereses autónomos.

La filosofía unificadora de la vida no significa estudiar o haber estudiado filosofía: es una visión, una concepción que surge por el sólo hecho de haber vivido, claro está que se trata de un vivir con inteligencia y sensibilidad, no se trata de un mero transcurrir, o de estudiar, para convertirse "en un tonto adulterado por el estudio", como decía un viejo profesor, para referirse a eso: a un tonto adulterado por el estudio, que en el fondo es lo contrario de la sabiduría.

El sentido del humor, es algo más que la capacidad de reírnos: es la capacidad de reírnos de nosotros mismos, y no de los otros, de reírnos, con los otros, aunque sea de nosotros mismos.

Este aspecto, así como el cultivo de la risa sana y de la alegría, son tan importantes para la salud y el bienestar, que alguna vez lo desarrollaremos con mayor extensión.

Y la variedad de intereses autónomos, significa ser capaz de cultivar intereses propios, personales, que provienen de nuestro yo más auténtico, y no de influencias de otros, es la capacidad para tener esa fluidez y libertad interior para probar caminos nuevos. Se puede pintar, por ejemplo, si siempre hemos hecho otra cosa, o se pueden integrar nuevos grupos, o se puede hacer todo aquello que alguna vez deseamos y no pudimos por las urgencias del vivir.

Los mayores tienen verdades que nadie les podrá arrancar porque son sus vivencias, y como grupo etario son cada día más, debido a la prolongación de la vida por los avances de la pre

vención, por la calidad de vida, por los descubrimientos científicos, higiénicos, etc. De cada uno depende no renunciar a ser partícipe activo de la comunidad, aunque con roles diferentes a los que desempeñaban cuando eran más jóvenes. Hace falta tomar conciencia de todo lo que pueden aportar, y necesitan, como grupo humano una reconsideración de sus posibilidades, y una valoración social que eleve su autoestima.

Nadie puede prohibirles amar, crear, gozar, estar activos, aunque esta actividad deba adaptarse a sus posibilidades de logro y a sus intereses.

La filosofía unificadora permite ser más flexibles con los otros: que viven superficial y apresuradamente y que no gozan de los placeres de la lentitud, necesaria para la reflexión, el desarrollo del buen juicio y el razonamiento, el gozo de cada minuto de la vida. Que no se toman el tiempo para apreciar ciertas cosas que tal vez no volverán a ver nunca. Envejecer, no es, como cualquier otra etapa una etapa de planificación del futuro. Es, más bien, la etapa de los balances, de la mirada retrospectiva, serena, donde se advierten los errores pasados, pero también los entusiasmos, las luchas y los logros. La persona mayor o anciana, debe vivir cada minuto, haciendo lo que cree que debe hacer porque sabe, por una real toma de conciencia que tal vez ya no pueda hacerlo más adelante. Revivir el pasado, que es más largo seguramente que el tiempo que le queda por vivir, es para ella motivo de alegría y satisfacción, cuando ese pasado ha sido vivido con alegría y con dignidad.

A los criterios anteriormente mencionados, que hemos comentado brevemente Allport agre ga, en un trabajo posterior, las siguientes cualidades de la persona madura: amplia extensión del sentido del sí mismo; capacidad para establecer relaciones emocionales con otras personas, tanto en la esfera íntima como en esferas no íntimas; seguridad emocional fundamental y aceptación de sí mismo; percepción, pensamiento y acción realísticos; capacidad para verse objetivamente a sí misma; y de aceptar con sentido del humor su realidad cuando reconoce que no ha podido llegar a la perfección que deseaba en otras épocas.

Ahora bien, para llegar a la madurez, en las etapas del adulto mayor, para poder encarar con sentido de realidad la vejez que se aproxima, hay una cantidad de recursos que podemos utilizar: la educación permanente es uno de ellos, la prevención y la psicoterapia otros, los grupos de distinto tipo, los talleres, las jornadas, la participación solidaria con respecto a otras personas, grupos o instituciones, favorecen la capacidad para dar y recibir, en afecto, en calidez, en mil y una pequeñas cosas que la vida nos depara y que también nos fue gratui-tamente dada.

Si analizamos el decurso de la vida humana, veremos que envejecer y morir, forman parte de la vida. Aunque cueste asumir esta realidad, aunque a veces nos inspire miedo, congoja o desesperación.

La muerte es un tema tabú en muchos hogares. Tanto se la teme que no se habla de ella, como si su sola mención fuera un anuncio de mal augurio.

Sin embargo es posible prepararnos para ella, amigarnos con su idea, con la posibilidad de que nos ocurra en cualquier momento, con lo cual podemos llegar a valorar cada minuto que vivimos.

Una experiencia revitalizante: talleres para la tercera edad.

Durante el año 2003, realizamos, con otras dos colegas, Silvia B. De Borda y Cecilia M. C. de Argibay, una experiencia con un grupo de señoras, adultas mayores, todas ellas con menos de 65 años, algunas ya abuelas, y otras con hijos jóvenes, o adultos. El objetivo fundamental del taller era escribir la propia historia. Las asistentes al Taller, debían rastrear las raíces de cada una, a través de documentos acerca de sus padres, abuelos, y antecesores para dejar a sus hijos y a sus nietos, datos fundamentales de la historia familiar.

Esta búsqueda de documentos, así como el relato personal, movilizó sentimientos, facilitó el encuentro con los propios afectos, y generó fuertes vínculos en un grupo que no tenía finali-dad terapéutica. Sin embargo, permitió esclarecer, a través de esos datos, el por qué de ciertas conductas paternas, rescatar los aspectos positivos de las relaciones mantenidas con los propios padres, y comprender los factores que habían influido en su propia manera de ser, reparar y elaborar situaciones que podrían ser perjudiciales cuando la compulsión a la repetición, llevaba a repetir, sin pensar, conductas que habían incorporado de modo incons-ciente. En síntesis, recordar, reparar, comprender a la generación que les precedía, así como hacer entender, a sus descendientes, el por qué de los propios estilos de vida que, a su vez, habían querido trasmitir a sus hijos.

La experiencia fue profundamente enriquecedora, pues se trabajó en la dimensión del pasado personal e intergeneracional, así como en la dimensión del presente, personal e interpersonal. En más de una ocasión, fue necesario referirse también al contexto sociocultural e histórico de las generaciones que las precedían, como al contexto social de la propia vida, y al contexto de los hijos, actualmente próximos a casarse, recientemente casados, o ya convertidos ellos también, en padres.

Como es lógico, a las historias personales, biográficas, que cada una debía plasmar por escrito, se agregaron, ante la mirada de una observadora participante algunos emergentes grupales.

De allí surgió en mí la idea de escribir una posible carta a hijos y nietos. En dicha carta no hice más que expresar lo que ellas mismas habían dicho, aunque no pude dejar de hacerlo con un estilo personal, y como si yo escribiera a mis propios hijos y nietos, ya que, si bien no los he tenido, no me fue difícil imaginar qué les diría: la carta está también dirigida a mis hijos espirituales, que por amistad, cariño, o amor pedagógico, han desfilado por mi vida: ellos forman parte de mis etapas de generatividad, entendida como cuidado por las generaciones jóvenes, y me ayudan a elaborar mi integridad, ambas en el sentido de Erikson.

Así surgió esta

"Carta a hijos y nietos"

"Ya he hablado de mi familia de origen, de mis padres y de mis abuelos. He hablado, también de mí misma a través de mis recuerdos de infancia, de mi adolescencia, de mi juventud, de mi casamiento.

Y he hablado de los momentos felices o tristes que he vivido.

Al escribirlos, para vosotros, he podido revivir, por ejemplo, mis emociones, y contactarme con los afectos.

Es para vosotros que he escrito esta historia, que, como todas las historias familiares y personales, tiene aspectos más oscuros y más claros, luces y sombras, alegrías y tristezas. He pensado que esto podría ayudarlos a conectarse con el pasado. Y, a la distancia, comprender mejor lo que fue, lo que es, y tal vez lo que será.

Ahora debería hablarles de mí misma en el momento actual: tengo ( x) años cuando escribo esto.

Vosotros sois mis hijos y nietos queridos. Quiero que sepan que los quiero a todos, a pesar de que, por momentos tengamos o hayamos tenido momentos de discusión, por vuestras rebeliones, o por puntos de vista diferentes con respecto a la vida. Sé que el hoy es muy distinto del ayer.

Que el mundo que les tocó y les toca vivir es muy distinto del nuestro: el de vuestro padre y el mío.

Y si bien nosotros ya estamos grandes, estamos en esa etapa en que empezamos a repasar lo que hemos hecho. Aunque fue hecho siempre con la mejor intención, pudimos cometer errores. Pero siempre deseamos para vosotros, lo mejor. A veces pensamos en el mundo que les dejaremos, o que les dejamos. No podemos dejar de pensar qué será de vosotros cuando nosotros no estemos, qué será de vuestros hijos y de nuestros nietos. ¡ El mundo está tan cambiado!

Sé que a veces hemos discutido, o no hemos coincidido, pero a nuestra edad, de revisiones y de balances, sabemos que a cada uno le toca vivir en una determinada época. Y es distinta la época que ha dado marco a la educación familiar que nosotros hemos recibido, de la que ha dado marco a la educación que les dimos como padres, así como también es distinta la época que da marco a la educación de nuestros nietos.

Hemos tratado de cumplir responsablemente con nuestra función de padres y de abuelos.

Responsabilidad no implica infalibilidad. Los errores forman parte de la vida y de ellos se aprende, aunque sea, a veces un poco tarde, para las reparaciones que quisiéramos hacer.

Vamos llegando a esa edad en que sabemos que si antes vosotros eran nuestros hijos, vamos convirtiéndonos, o nos convertiremos, alguna vez, en casi vuestros hijos. Ya no estamos en la etapa en que nos sentíamos fuertes frente al mundo, capaces de luchar para llevar una familia adelante, para lograr una posición y dejarles no sólo algunos , muchos o pocos bienes materiales, sino una mínima seguridad o preparación para que pudieran defenderse en la vida de la mejor manera posible. No se trata de recordar peleas ni rencores: para los errores pedimos comprensión, para lo que no supimos o no pudimos hacer, perdón.

Sabemos que no fuimos ni somos padres o abuelos perfectos: hemos hecho lo mejor que hemos podido, guiados por nuestro amor, que fue y es muy grande y por nuestra capacidad para guiarlos o conducirlos, que, sin duda, pudo tener sus límites.

Sabemos ahora que la madurez humana consiste entre otras cosas, en ocuparse del cuidado de las generaciones jóvenes, sean ellas las de nuestros hijos, nietos o bisnietos. Y también, de la generación o generaciones que nos precedieron: padres o abuelos. A veces nos tocó atender simultáneamente a nuestros padres, o tíos, o, tal vez abuelos, cuando vosotros necesitabais más de nuestro tiempo.

Tal vez necesitaremos un día nosotros también vuestra compañía y apoyo, en momentos en que vosotros deberéis ocuparos más de vuestros hijos o nietos. Pero sabemos que estamos envejeciendo, no quisiéramos ser una carga para nadie.

Pedimos comprensión para nuestros errores y, sobre todo, deseamos que tanto los hijos como los nietos sepan y puedan asumir la vida, con sus alegrías, sus penas, sus momentos felices y sus momentos dolorosos, con sus logros y sus pérdidas.

Quisiéramos llegar al final con entereza para aceptar las limitaciones de la vejez, y prepararnos para aceptar la muerte que es la otra cara de la vida.

Tenemos fe: sabemos que hay otra vida. Esta, la que transitamos ahora, es sólo "un soplo". Cuando se acerca el final, estamos convencidos de que morir es tan real como vivir y cada uno tiene que vivir su vida y aceptar la muerte, ya que ésta es en el fondo un nuevo renacer. Hay dos deberes inalienables para todo ser humano sano: cuidarse a sí mismo y cuidar a las personas indefensas, niños, ancianos, enfermos.

Deseamos que améis la vida: ésta que nos ha sido dada para ser felices, pero para no derrocharla en vano. Con nuestros errores nos hemos preocupado siempre y hemos deseado pre pararlos para la lucha por la vida. Deseamos también que esa lucha se realice con alegría: el Señor no quiere para nosotros un sufrimiento permanente. El nos dotó también de la capacidad para el goce y para la alegría.

Y, en la segunda mitad de la vida, nos da la posibilidad de prepararnos para irnos un día, ligeros de equipaje, como dice la canción.

Desearíamos llegar a ser esos "viejos sabios", capaces de aceptar las limitaciones que impone hoy, una vida más larga, pero que no va siempre acompañada de una alta calidad de vida.

Despegarnos de los afectos que nos atan, de los hábitos que nos condicionan, de nuestro cuerpo doliente, será todo un aprendizaje. Para eso necesitamos dar y recibir amor, y sobre todo esa condición tan difícil de lograr que es la sabiduría.

Queremos que sepáis que gracias a vosotros hemos sido humanos, verdaderamente humanos. Hemos gozado con nuestros hijos y nuestros nietos, hemos gozado con ser padres y abuelos, hemos gozado con el trabajo que nos dieron. Y si, sobre todo a los hijos, les hemos puesto límites, es porque los límites implican haberlos querido mucho: la vida debe correr dentro de ciertos cauces, si no, como el agua de los ríos que se desbordan, inunda los campos y destru

Ye las cosechas. .

Con los nietos nos hemos permitido una mayor libertad; hemos gozado de ellos y con ellos, sin la tremenda responsabilidad de educarlos.

Con ellos hemos sido más benévolos, más permisivos.

Ellos han sido como un rayo de luz en una edad más avanzada, y donde empezamos a sentir ciertos achaques .Con ellos hemos podido ser también un poco niños. Más niños que con nuestros hijos ya que con vosotros no siempre pudimos jugar: estábamos tan ocupados, para hacernos una posición, para ubicarnos en la vida, para darles lo mejor, que a veces nos faltó tiempo para estar con vosotros todo el tiempo que hubiéramos deseado.

A pesar de todo eso, de vuestras rebeliones y de nuestras limitaciones, creemos que un día comprenderán el por qué de ciertas conductas: el por qué de los límites y de las rebeliones. Ambas cosas son necesarias para crecer.

En cuanto a los nietos, vuestros hijos, son y han sido la felicidad de nuestra vejez, han llenado ciertas horas de soledad, cuando pasada la etapa del "nido vacío" éste volvía a lle-narse con la frescura de sus ocurrencias, de sus espontaneidades, de sus caricias, de sus pedidos o debilidades por ciertas comidas, que volvimos a hacer con gusto; de ciertas can-ciones que teníamos casi olvidadas, de ciertos cuentos que volvimos a contar, una y otra vez, reviviendo el encanto o la magia de la narración.

Cuando, por alguna razón un matrimonio vuestro se ha separado hemos sufrido, nos hemos preguntado en qué hemos fallado , olvidándonos tal vez, no sólo de lo difícil que es la convivencia, como del respeto que debemos tener por el sufrimiento que puede haber en la inti midad de una pareja. Es que queríamos para todos lo mejor, olvidándonos que lo mejor para unos no es lo mejor para otros.

Hemos sufrido cuando los veíamos quemar etapas que nosotros habíamos vivido más lenta

mente, pero los hemos querido igual, porque eran nuestros hijos, y hemos querido a nuestros nietos, porque eran vuestros hijos, aun cuando hubiese de por medio una elección que nos parecía equivocada, un casamiento apresurado, una separación o un divorcio inesperados.

La vida, nos parecía, debe responder a un orden. Pero también supimos y sabemos que la vida es... vida simplemente. Que no responde siempre a lo racional, ni a esquemas precon-cebidos.

La comprensión y la sabiduría que ya adquirimos o que deseamos ad quirir admite ciertas flexibilidades, hemos aceptado un respeto por los derechos y las diferencias, tanto como por los deberes y las concordancias.

Somos ahora menos críticos, más comprensivos, más abiertos... Pero ¡¡Ay!! ¡Cómo nos duele que se desmoronen ciertas ilusiones, cómo nos duele aceptar que vosotros sois distintos!

Algunas veces quisiéramos haber podido detener el tiempo. Otras, tuvimos que aceptar cambios y enfrentar situaciones para las que no estábamos preparados.

Pero ya en esta segunda mitad de la vida o casi al final de ella, deseamos para vosotros y para vuestros hijos una vida digna, responsable, feliz. Deseamos que sean capaces no sólo de dar y recibir mucho amor, sino también de luchar y ser fuertes para enfrentar los avatares que ella les pudiera presentar.

Con todo cariño.

Lidia.

Reflexiones finales.

Sé que lo anterior es sólo una forma de trabajo posible con las personas que ya han pasado la crisis de la mediana edad. Las vivencias que la carta trata de expresar fueron las que surgieron en un determinado grupo: de ninguna manera se pretende que ellas sean de carácter universal. Pero la incluimos porque podría ser, también, la vivencia de algunos lectores.

Ahora bien, esa experiencia y muchas otras, permiten rebatir los prejuicios mencionados al principio.

El valor del taller no sólo fue evaluado positivamente por las propias asistentes, sino que, concebido al principio como un grupo de corta duración y con un objetivo limitado, debió prolongarse y funcionó más meses de lo previsto. Además, al considerar que la historia no incluye sólo el pasado, sino el presente y el proyecto con vistas al futuro, las participantes expresaron su deseo de continuar este año, con el tratamiento de temas relativos al buen envejecer. De donde se advierte, una vez más que los trabajos grupales con finalidad educativa, recreativa, expresiva, terapéutica, etc. donde los adultos mayores y los ancianos puedan expresarse y ser tenidos en cuenta, son francamente positivos.

Para terminar, quisiera destacar que no hay una sola forma de envejecer, sino muchas. Las diferencias están dadas por factores absolutamente personales, idiosincrásicos, biológicos, psicológicos, sociales y espirituales.

Formas donde se manifiesta, una vez más, la unidad múltiple y compleja que es el ser huma-no. Formas condicionadas, no sólo por cómo se ha vivido, sino por factores biológicos, sociales y culturales.

Se envejece en soledad o acompañado.

Envejecer requiere valentía y coraje, entrega y aceptación. Inspira miedo o valor, entereza o debilidad. Fe y esperanza o escepticismo y miedo.

Todo ello frente al misterio de la muerte, que no es en suma, sino la otra cara del misterio de la vida.

La vejez, puede inspirar en los otros, tendencias de acercamiento, que van desde el ser o estar con otro, al ir hacia el otro, o al ser o estar para el otro, donde el otro es, aquí, el anciano. O bien: tendencias a ser o estar sin el otro, a encerrarse frente al otro, a eludirlo, o a ir en contra del otro, a rechazarlo, donde el otro es, aquí también, el anciano.

Y donde el anciano es, sin duda, un posible rostro de nuestra propia vejez: el espejo en el que no quisiéramos vernos, o que, por el contrario, aceptamos como un rostro más de nuestro paso por la vida.

Entiendo que la experiencia relatada, (el Taller para escribir la propia historia), no sólo es un ejemplo de cómo pueden combatirse ideas erróneas acerca del envejecer, sino que también permite ver la importancia de los vínculos con los pares a una edad avanzada, en que es necesario, además, elaborar actitudes con respecto a la vida presente y futura. La vida es continua evolución, continuo cambio. Y, a la edad en que las personas se acercan a la vejez, es necesario elaborar una actitud con respecto a las pérdidas insoslayables, al límite final, y a ese misterio que es la muerte de los seres queridos y, por supuesto, la propia muerte.

Creo que hay un olvido en la sociedad actual, del valor de los mayores: se ha acentuado tanto el significado de los cambios, del futuro, de la necesidad de adaptarse en forma activa a la realidad, que se ha olvidado la función que tiene el pasado, personal e histórico. Se ha insistido tanto en el modelo de las sociedades pragmáticas, con adelantos científicos y tecnológicos, con rasgos fuertemente narcisistas, propios de la sociedad posmoderna, que parece haberse olvidado que existen otros valores fundamentales con respecto a las personas; que la ciencia y la técnica, así como el desarrollo económico, deben estar al servicio de las personas y no a la inversa.

No puedo dejar de mencionar, en este sentido, la necesidad de profundizar el estudio de la persona y de la personalidad, desde el punto de vista filosófico, ( metafísico y axiológico) y psicológico, respectivamente, para contribuir a la construcción de una medicina, una psiquiatría, una educación, y una sociedad más humanizadas, personalizadas y justas.

Mientras se habla de colonizar Marte, o de clonación, se ha olvidado que es por acciones humanas que se ha destruido parte de nuestro planeta. Y que, en el corto período en que transcurre una vida humana, existe el deber de protegerla, cuidarla, respetarla. Que es necesario profundizar el estudio de la evolución de la materia, tanto como la conservación y preservación de la vida en condiciones cada vez más humanas. Que, en fin, el desarrollo cien-tífico y tecnológico, que tanto bien puede hacer a la humanidad, no tiene mucho sentido si no va acompañado de una profunda reflexión acerca del uso que puede hacerse de dichos descu

brimientos. Y que, para ayudar a las personas mayores a enfrentar sus temores y sus angustias es necesario amplificar la mirada, y dirigirla no sólo a las posibles realizaciones materiales, sino a aquellas otras más sutiles, menos evidentes, recordando que, como diría Saint-Exupéry "lo esencial es invisible a los ojos".

Lidia N. Caputto de Loughlin.

Enero 2004.

Bibliografía y otras fuentes utilizadas.

Allport, Gordon : La personalidad, su configuración y desarrollo.. Ed. Herder.1968.

Caputto de Loughlin, Lidia N. : Apuntes inéditos.

Caputto de Loughlin, Lidia N. : Monografías I y II . Pueden verse en Internet: www.psicoimagen.com.ar

Caputto de Loughlin, Lidia N.: El contexto cultural actual y su incidencia en la clínica. Exposición como panelista en el IV Encuentro de Sueño Despierto de Desoille, realizado en Buenos Aires, el 16 de noviembre de 2002

Erikson. E. H. El ciclo vital completado. Ed. Paidós. 1993.
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