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Número 11 - Octubre 2002

Sobre recuerdos y otros olvidos

Delia Catullo Goldfarb
dcg@dme.com.br

Veamos una escena: una señora se olvida de dar un mensaje, de pagar una cuenta, se angustia exageradamente por cualquier pérdida aparentemente sin importancia...."son cosas de viejos".....dice la familia resignada. Pero el peligro aumenta..... un día se olvida el fuego encendido, otro, se olvida el camino de vuelta a su casa, aumenta la irritabilidad, se instala el aislamiento.

Escuchemos este diálogo:

Hola mamá ..!feliz dia de las madres!

¿Quién habla?

Mamá, soy yo, tu hijo, ¿no reconocés mi voz?

¿Hijo? ¿qué hijo? Yo no tengo hijos.

¿Que pasa vieja, estás enojada conmigo porque hace mucho que no hablo?

Pero ¿ quién está hablando?

Vieja, soy yo, tu hijo Pedro, desde Paris.

¿Quien?

Vieja, llamá a papá.

¿Papá? ¿Pero usted no sabe que mi papá murió hace mucho tiempo?

No, tu papá no, mi papá.

Pero le estoy diciendo que mi papá murió hace mucho tiempo.

Por favor, llamá a Juan, tu marido.

¡Ah Juan¡...Juan!..... aquí hay un muchacho que quiere hablar con vos.

Otra escena: en el asilo, o "casa de reposo" encontramos miradas perdidas, silencio, ojos inquisitivos que nos demandan por respuestas que ignoramos, preguntas que se repiten queriendo saber identidades, llamados al pasado. Muchos (¿talvez demasiados?) diagnósticos de demencia, la mayoría tipo Alzheimer, irreversibles.

¿Que nos dicen estas escenas? ¿Porqué un sujeto se olvida de su historia?

¿Porqué se olvida de hechos tan significativos en su vida como el de ser madre? ¿Cómo los psicoanalistas podemos entender esto?

Cuando pensamos en una enfermedad demencial, especialmente cuando pensamos en pérdida de memoria, la primera cosa que hacemos es atribuirla a un deterioro neuronal, claro que no negaremos radicalmente este hecho, pero debemos permitirnos pensar otros puntos de vista, otros abordajes.

Ya en el "Proyecto....." Freud sostiene que cualquier teoría sobre los procesos psicológicos, que se pretenda seria, debe dar una explicación sobre los mecanismos de la memoria y este tema continuó presente a lo largo de toda su obra, donde la articulación de tiempo y memoria son una constante.

Después tenemos el Manustrito K de 1896, donde retoma –en relación al caso Emma- el tema del "efecto de posterioridad" que acabara de trabajar en el Proyecto y reafirma la idea de que siempre que exista una excitación sexual intensa en los primeros años de vida, ésta sólo será resignificada como traumática en la pubertad, pues el niño no tendría posibilidad de registrarla como tal. Y como sabemos, este es un concepto fundamental para entender el tema del tiempo en psicoanálisis.

En la carta 52 del mismo año, habla de "retranscripciones periódicas del material mnémico" registrado bajo la forma de variados signos. Estas retranscripciones, ocurren en diferentes momentos de la vida y entre esas épocas debe existir una traducción del material psíquico que lo adapte a las nuevas necesidades. Cuando estas traducciones no son posibles aparecen las psiconeurosis.

En el Manuscrito L –que es un agregado a la carta 61- dice que las fantasías actúan como verdaderas barreras psíquicas para bloquear los recuerdos, refinarlos y sublimarlos. Las explica también como una conjunción de lo oído y valorizado " a posteriori" a lo que se le agrega el pasado, especialmente en la forma de historia familiar e lo visto por el propio sujeto.

En el Manuscrito M, también de mayo de 1897 va mas hondo en este tema al afirmar que las fantasías se originan por desfiguración y fragmentación, como un cuerpo químico que se combina con otro. El primer efecto de la desfiguración es la falsificación del recuerdo por fragmentación, proceso en el cual son especialmente descuidadas las relaciones temporales. En los fragmentos de lo visto, mas lo oído, mas los recuerdos asociados, la dimensión temporal se confunde y el producto liberado se asocia a otra escena, de manera que el producto original, queda perdido. Vemos que esto, puede ser pensado como una " metabolización" de la que resulta una "temporalidad subjetiva" conducida por la línea temporal del deseo, producto de un proceso de reorganización y no como reproducción linear de una cronología exterior al sujeto.

Cuando Freud vuelve de su viaje a la Costa Adriática en 1898, escribe dos cartas a Fliess (números 96 y 97) donde le cuenta que durante su viaje le ocurrió un episodio de olvido de un nombre propio, hecho sobre el cual terminara de escribir un breve artículo. "Sobre el mecanismo psíquico de la desmemoria" es considerado el primer paso para la "Psicopatología de la vida cotidiana" donde se referirá nuevamente al mismo episodio de olvido del nombre del pintor Signorelli. En este trabajo, Freud, adjudica muy claramente, los fenómenos de olvidos, especialmente de nombres propios, al mecanismo de la represión.

En "Los recuerdos encubridores" afirma que en los recuerdos infantiles, algunos contenidos son totalmente descartados, mientras que otros se conser van con lujo de detalles a pesar de no tener la menor importancia. Este hecho acaba haciendo que frecuentemente la recordación no tenga ningún sentido pero conserve la fuerza de la impresión. Vemos entonces que los elementos realmente significativos son sofocados y en la memoria permanecen disponibles otros que tienen la posibilidad de asociarse con aquellos. Recuerdos que aparecen justamente para que los otros, mas conflictivos, puedan ser olvidados. Una intensidad psíquica es dislocada de una representación para otra, permaneciendo la primera abandonada y asumiendo, la segunda su función.

Vemos entonces que el mecanismo de la memoria tiene como función la preservación del sujeto psíquico, gracias a su posibilidad de evitar recuerdos dolorosos. Pero lo que se recuerda no es aleatorio. Habría una especie de compromiso por el cual las imágenes mnémicas mantienen alguna relación (especialmente de tiempo y espacio) con la vivencia reprimida, posibilitando el trabajo de reconstrucción.

Ahora bien, Freud plantea una cuestión que es crucial en la articulación de los conceptos de tiempo y memoria: si los recuerdos infantiles son reprimidos, esto solo puede ocurrir después de la instalación de este mecanismo; entonces podemos confirmar la clásica consigna que dice que la memoria sólo es posible porque existe el olvido. En este sentido no se tendrían recuerdos "de" la infancia, mas, "sobre"la infancia. O sea que la infancia no seria recordada como fue en la "realidad" e si como fue construida en tiempos posteriores. Esto, evidentemente, da como resultado la comprensión de que los recuerdos no surgen, no aparecen, los recuerdos son creados a partir de un sujeto que no es mas el mismo.

Cuando en 1914, Freud escribe "Recuerdo, repetición y elaboración", ofrece a sus lectores "nuevos consejos sobre la técnica psicoanalítica", frase esta que formaba parte del título original de este trabajo. Estos consejos se basaban especialmente en la clarificación de los fenómenos de resistencia y repetición que él encontraba en su clínica diaria. Estos conceptos, articulados con os de tiempo y memoria, son presencia constante en este texto; el objetivo de la técnica psicoanalítica seria, en términos descriptivos, llenar las lagunas de la memoria y en términos dinámicos, vencer las resistencias de la represión, vencer el bloqueo. Pero uno de los puntos más interesantes de este trabajo consiste en que a partir de aquí se puede comenzar un debate sobre la "verdad histórica" de los recuerdos. Freud nos dice que, frecuentemente el paciente puede "recordar" algo que a rigor de verdad, nunca fue olvidado por el simple hecho de nunca haber sido consciente. Se construye así una certeza que no corresponde a recuerdo de vivencias y sí a nexos, fantasías y mociones de sentimientos que, al fin y al cabo, no importa mucho si fueron conscientes y después se olvidaron o si jamás llegaron a la conciencia. Siguiendo este razonamiento vemos que lo olvidado puede reducirse al desaparecimiento de los nexos que provocaría el desconocimiento de las consecuencias e el aislamiento de los recuerdos. Sin los nexos, no tendremos una red histórica. Para que estos contenidos reprimidos, repetidos, resistidos, pasen a formar parte de la historia del sujeto, es necesario un trabajo de elaboración, de simbolización. Y esa era la gran propuesta freudiana: transformar la repetición en recuerdo.

A lo largo de su trabajo clínico, Freud percibe que los contenidos sexuales infantiles son rechazados y sometidos al olvido, entonces atribuye este hecho no al mecanismo propio de la memoria como función neurológica y sí a ciertas situaciones originadas en la vida cultural, como asco, pudor y normas sociales. Con esto, queremos decir que la pulsión, que no para de pulsar, es sometida por la cultura que le permite una historización, un lugar en un sistema temporal que abrirá los caminos necesarios para las postergaciones y las transformaciones necesarias para la obtención de fines socialmente aceptables.

Si ante la primera experiencia de satisfacción y la tendencia a su eterna repetición, no surgiese un Otro provocando cortes y desvíos de camino, no podríamos llamar "primera" a esa experiencia, pues no habría repetición – sólo es primera porque hay una segunda- y sólo puede repetirse una cosa que ya terminó, sino tendríamos una continuidad absoluta y mortífera, un no tiempo. En la postergación de la satisfacción, en la espera por el alimento que no llega, surge la idea de tiempo, simultáneamente a la de espacio y a la de Yo.

Los procesos secundarios (representación de palabra, identidad de pensamiento, energía ligada) así inaugurados, van a permitir una salida de la repetición absoluta, alucinatoria, permitiendo la transformación de la realidad externa al sujeto que le impone la postergación de la satisfacción y donde encontrará los objetos de la satisfacción que serán siempre incompletos ya que la satisfacción originaria es irreproducible.

Entre la búsqueda permanente del placer originario y la adaptación a la realidad gobernada por el lenguaje que impone la lógica de la flecha del tiempo, el Yo permanecerá siempre dividido. Queda claro que principio de placer y principio de realidad son procesos psíquicos que no se anulan y gozan de temporalidades diferentes. Por un lado tenemos proceso primario que no acepta postergaciones, transformaciones, ni negatividades, tiempo de repetición absoluta de lo mismo; y proceso secundario, principio de realidad que impone el tiempo linear, busca la reiteración en la diferencia con lo primario y gracias a su posibilidad de sustitución posibilita el placer, pero exige la espera, así promueve recuerdo y esperanzas.

En el texto de 1916 "El Inconsciente" Freud afirma que los procesos inconscientes son atemporales, es decir, que no son ordenados ni modificados en relación al tiempo. Pero tratándose de procesos, es difícil pensarlos sin movimiento. Podemos considerar le tiempo del inconsciente como tiempo de repetición. Un tiempo donde, a pesar de nuestros esfuerzos elaborativos, algo retorna siempre igual, pareciendo cosa del destino, sorprendiéndonos y mostrándonos que algo ocurre que no podemos controlar y que a veces, sería mejor olvidar.

El inconsciente no es atemporal, es una historia que no se reconoce como tal. No está fuera del tiempo, sino que es regido por otro tiempo que, en el presente constante de sus diferentes inscripciones, rechaza el tiempo del consciente, de lo secundario y se impone como repetición. Pero en la conciencia, la temporalidad es otra, aquí se construye sobre una ilusión de linearidad, aquí se cree que, a partir del presente, podemos evaluar el pasado, rectificarlo y proyectarlo al futuro. Este es el movimiento de la historicidad humana que crea la subjetividad y preserva la identidad, otorgando un sentido de permanencia.

Tener una historia es guardar en la memoria una versión (compartida, pero siempre personal) de una secuencia de acontecimientos significativos de la existencia; secuencia que da una idea de causalidad o destino y permite descubrir movimientos, cambios, giros inesperados; pero también, permanencias, repeticiones, modos, estilos. Lo que permanece y lo que muda en la constante construcción de identidad. Continua "construcción del Yo por el Yo" como decía Piera Aulagnier, movimiento temporal ininterrumpido que construye el "proyecto identificatorio" del cual depende la existencia del sujeto.

La construcción del Yo representa la entrada en escena de un tiempo histórico que le asegura un saber sobre sí mismo y sobre el futuro. Se crea así, un "compromiso identificatorio" del cual el Yo será el gran redactor. En este compromiso una parte de las cláusulas no deberán cambiar para garantizar la identidad, mientras que otras deberán ser siempre modificables para asegurar la permanencia de esa instancia.

Esta historia constructora de instancias, es la que le interesa al psicoanálisis. Es una historia siempre actualizada, una lectura que el sujeto hace hoy de los hechos del pasado, lectura que provoca efectos y es transformada en su devenir, que crea las vicisitudes de la subjetividad a lo largo del tiempo, eso que se constituye como su "verdad". Efecto de posterioridad que no es una simple acción diferida en el tiempo, no es el retorno idéntico del pasado, ya que este tampoco es una acumulación de recuerdos depositados en algún lugar a la espera de un estímulo cualquiera; por el contrario, es una reconstrucción realizada en el presente de aquello que fue vivido en el pasado. Entonces, la memoria no va a responder por una ratificación del pasado, mas por la construcción del presente. El pasado no existe si no es recordado, y sólo lo será si, a partir del presente es llamado a construir un sentido para la identidad

El ser humano es el único ser vivo que sabe que va a morir, sabe de su finitud e intenta desesperadamente negar esta idea, aunque no haga mas que confirmarla en sus interminables intentos de planificar la vida. Y a pesar de esta idea estar siempre presente será sólo durante el proceso de envejecimiento que adquirirá la connotación de lo ineludible. La forma especial en que esto sea vivido dependerá delas características de cada sujeto y de las diferentes experiencias de proximidad con la muerte. Proximidad esta que, como sabemos, forman parte del difícil trabajo de elaboración de pérdidas. Duelo necesario para la sustitución de objetos y la continuación de los investimientos que posibiliten la vida.

Mas existen casos en que esta elaboración parece no ser posible. Y aquí entramos en el campo de lo traumático, de aquello que por su intensidad y modalidad de inscripción, no puede ser retomado en la posterioridad, aquello que se constituye como un resto imposible de ser elaborado, Lo innominable que no se representa simbólicamente y sólo puede ser actuado en el cuerpo.

Siguiendo esta línea de pensamiento, podemos pensar la demencia senil como efecto de lo traumático sobre el proceso identificatorio; pensarla como una vía regresiva que separa al Yo, interrumpe la comunicación con los otros y lo aisla en el olvido mas mortífero pues constituye la muerte de la propia identidad. Falta de elaboración que puede ser razón suficiente para llevar a un sujeto por el camino sin retorno del olvido mas radical y violento, que impide la elaboración de las pérdidas. Dominio de la pulsión de muerte.

En este caso, es legítimo pensar que la especificidad de la demencia –donde el sujeto historicamente constituido se pierde, no estaría dada por un déficit orgánico que afecta la memoria como función neurológica y si, por un transtorno de identidad que tiene efecto sobre la memoria como función historizadora.

En las demencias podemos observar que en primer lugar se pierden las representaciones de palabra e después las representaciones de cosas. En el comienzo del proceso, el sujeto quiere decir algo, nombrar algo que sabe lo que es y para que sirve, pero le faltan las palabras. Comienza así una especie de desconstrucción psíquica que avanza afectando la memoria, los vínculos y finalmente todo el campo de lo simbólico. Se realiza entonces, una especie de desinvestimiento del mundo exterior bajo la forma de una indiferencia generalizada que puede ser interrumpida, de forma mas o menos frecuente, por súbitas demostraciones de interés en situaciones y objetos cuya elección, de hecho, no nos resulta aleatoria.

En estos casos, gracias a una escucha atenta, veremos un intento de reactualización del pasado en el presente, pero no como ocurre en la reminiscencia, que es una forma elaborativa, mas como actualización idéntica a lo que ya fue, como si el tiempo no hubiese pasado, como un tiempo de repetición, siempre el mismo, tiempo en suspensión. Como último y desesperado intento de la pulsión de vida de conservar una identidad.

Para avanzar mas en esta cuestión, no debemos olvidar que Lacan habla de un "tornarse sujeto". Si hay un extraño que habla por nosotros, que nos hace decir lo que no queremos, si hay alguna cosa que parece externa pero molesta como propia; tornarse sujeto será tomar esa alteridad como formando parte de sí mismo, comprometerse en esa extrañeza, excluir al destino como causa y apropiarse de esas vicisitudes, realizando ese pasaje de objeto a sujeto del propio destino, causa de la propia existencia en el proceso de subjetivación. Entonces, el sujeto será siempre mutante, capaz de diversos posicionamientos. No será la cristalización de imágenes ideales y si lo sorprendente sobre sí mismo. El sujeto se descubrirá allí donde no sabía que estaba. El sujeto irrumpe cuando, ante una sorpresa sobre si mismo puede preguntarse: "? Pero yo hice esto?".

Vemos que el "tornarse sujeto" es ir mas allá del registro imaginario del yo. Es tener un posicionamiento en relación al Otro, es estar en el orden de lo simbólico. Tornarse sujeto es asumir el clivaje, lo que interrumpe nuestra omnipotencia, es ser dividido, barrado y al mismo tiempo, estar siempre intentando superar esta situación sabiendo anticipadamente que el fracaso es inevitable. Y esto no se consigue sin sufrimiento, por eso, a veces parece tan tentador escapar de lo simbólico.

Sabemos que es condición del sujeto la falta de estabilidad y permanencia. Si es posible no devenir sujeto, como ocurre en las psicosis, es posible también dejar de serlo por pequeños períodos o de forma permanente. Para Fink, el sujeto psicoanalítico tiene dos fases: El sujeto como precipitado y el sujeto como orificio. El sujeto como precipitado es la sedimentación de sentidos dados por la substitución de un significante por otro. Mas es sedimentación, algo que permanece rígido, es objeto del deseo del Otro. El sujeto como orificio es el camino abierto entre dos significantes, que abre las posibilidades de conexión y puede desatar los sentidos cristalizados, no sería un precipitado sedimentado y si una precipitación, un movimiento. Y donde aparece el agujero de la falta de sentido, el sujeto aparece creando una metaforización. Metáfora que va a substituir la falta de sentido por un nuevo sentido que producirá la ilusión de persistencia y continuidad.

De este modo, podemos pensar que la pérdida de memoria en la demencia sea una falla en la metaforización, una imposibilidad de encadenamiento de significantes. Una imposibilidad de darle nuevos sentidos a la vida, de producir nuevas ideas, de articular una cadena de significantes dentro de otra y así crear un nuevo significado. Una negativa a comprender.

Un sujeto puede negarse a comprender, a recordar, a subjetivar. Este viejo sujeto que según el dicho popular "vuelve a ser un niño" puede finalmente triunfar sobre el asujetamiento al otro abandonando su posición de sujeto. Podemos pensar que ante una situación no metaforizable renuncie a ser sujeto para aprovechar la ventaja de no serlo. En este sentido "vuelve a ser un niño", así el discurso del Otro no lo afecta con toda su fuerza. Como "niño"finalmente podrá aproximarse mas de la experiencia primaria de satisfacción, podrá olvidar que esa recuperación es imposible. En este sentido la demencia puede ser considerada un recuerdo: intento radical de reencuentro con el objeto perdido.

Si la psicosis representa el fracaso en devenir sujeto, la demencia representa el abandono de esa condición. Al abandono de todo proceso de subjetivación, sobrevive un yo primarizado que es capaz de responder al nombre propio, pero que es incapaz de decir: "yo hice", ni "a mi me pasó tal cosa". Hay entonces un retorno a un tiempo de dependencia anterior al tiempo del lenguaje y pensamiento. El Otro internalizado, mas extraño, finalmente puede ser desconectado en una especie de muerte psíquica. El Otro deja de existir como tal. La ley y el lenguaje se olvidan. Todo se reduce al nivel de experiencias no simbolizables, por lo tanto extremadamente fuertes, inmediatas, fragmentadas.

En este contexto me parece fundamental considerar la fuerza de las investiduras que la cultura hace el la constitución del sujeto. Podemos pensar cuales son las posibilidades de investimiento libidinal que tiene un anciano cuando ya próximo del fin de su vida se encuentra marginalizado, excluido, empobrecido. Situación donde la retracción libidinal puede constituirse como la única forma de salida. Entiéndase.... salida de los intercambios energéticos con el mundo tal como Freud o explicaba en "Duelo y Melancolia": "Un estado de ánimo profundamente doloroso, el fin de todo interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de todas las funciones y la disminución del amor propio" Esta definición se adapta perfectamente a estados observados en la fase inicial de varios procesos demenciales. La demencia podría ser considerada una fuga de la depresión. Habría una pérdida no metaforizada, no tramitada, que provoca un dolor insoportable ante al cual el sujeto "decide" literalmente olvidarse que el mundo existe. Y lo consigue.

Delia Catullo Goldfarb

dcg@dme.com.br

3257-8011

BIBLIOGRAFIA

AULAGNIER, Piera: "Los dos principios del funcionamiento identificatorio: permanencia y cambio" in: "Cuerpo, historia, interpretación" Ed. Paidós, Bs As, 1994.

CATULLO GOLDFARB, Delia: "Corpo, tempo e envelhecimento" Casa do Psicólogo,SP, 1998.

FINK, Bruce: "O sujeito lacaniano: entre linguagem e gozo" Jorge Zahar, RJ, 1995.

FREUD,Sigmund: Todos os textos citados são da Amorrortu Editores, Bs As, 1998

GARCIA –ROZA, Luis A: "Introdução à metapsicologia freudiana" Vol I, Jorge Zahar, RJ, 1994.

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