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Número 11 - Octubre 2002

Salud mental, imaginario cultura y vínculos sociales en la vejez femenina

Deisy Krzemien
dekrzem@mdp.edu.ar

Este trabajo propone analizar la relación entre salud mental, vinculación social y envejecimiento en nuestra sociedad actual.

El creciente aumento a nivel mundial de la población de adultos mayores con predominio femenino, el cual también tiene lugar en el caso de Argentina, nos obliga a repensar los conceptos tradicionales de salud y envejecimiento.

 

Perspectivas acerca de la salud mental

Concepciones actuales de la salud (1) coinciden en considerar que ésta no constituye un concepto unívoco ya que existen múltiples factores intervinientes, los cuales propician un determinado estado de salud tanto objetivo como en el registro de lo subjetivo. Por eso, al momento de la evaluación del estado de salud se consideran factores biológicos, psicológicos, socio-ambientales y culturales como condicionantes.

Desde las últimas décadas, la OMS concibe la salud como "un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones y enfermedades" (1990). En otros términos, la salud sería la capacidad de desarrollar el potencial personal y responder en forma positiva a las exigencias del medio (2). Coincidentemente, el interés de las Organizaciones de Salud Pública se concentra de manera preferente en una definición de salud en el sentido amplio, haciendo referencia al bienestar físico y mental, las relaciones con los demás, la productividad, y la satisfacción personal. El balance entre estos procesos biopsicosociales se traduce en un cierto nivel de bienestar. Así, la salud resulta ser un concepto subjetivo-objetivo de valoraciones de satisfacción personal y social (OMS, 1998), (3).

La salud mental se la entiende como la capacidad de mantener relaciones armoniosas con los demás, satisfacer necesidades potencialmente en conflicto sin lesionar a otros y ser capaz de participar en las modificaciones positivas del ambiente ecológico y social (OMS, 2000). Es decir, la salud psíquica va más allá de la ausencia de síntomas desadaptativos, ya que también implica la actualización de capacidades positivas, incluyendo la pertenencia a una red social vincular, el goce de vivir, la creatividad, el aprendizaje y el crecimiento integral del individuo y su entorno. El bienestar psíquico se define, entonces, por su naturaleza subjetiva, vivencial y se relaciona estrechamente con aspectos particulares del funcionamiento físico, mental y social. Desde esta perspectiva, la satisfacción vital y de las necesidades psicosociales son esenciales en el logro de la salud mental.

Admitiendo el valor salud como relativo y distante de adherir a un concepto que sea definitivo o el mejor, lo entendemos como atravesado por la singularidad vivencial de cada sujeto.

 

Cultura y subjetividad

Considerando las variables ligadas al contexto social involucradas en la definición de salud, nos interesa describir algunas de las nuevas formas que adopta el discurso del imaginario social en tanto productor de formas de subjetividad y matrices vinculares. En este sentido, asistimos a cambios profundos de comienzo del milenio en los órdenes económicos, sociales, tecnológico y científico que van generando nuevos rasgos en la cultura y en las formas de sociabilidad, produciendo modificaciones en la subjetividad y correlativamente, cambios en la salud mental. En este escenario, los nuevos modelos culturales inciden no sólo en la estructuración subjetiva sino en los cambios subjetivos a lo largo de las diferentes etapas del desarrollo.

En el curso de un proceso histórico, quien es en un momento adulto mayor, se ha ido constituyendo en la compleja trama vincular y social de la historia de vida. Según Kaës (1977), la realidad intersubjetiva es condición de existencia del sujeto humano. En realidad, el sujeto transita entre varios grupos, coexiste en varios espacios intersubjetivos. Esta red vincular interiorizada organiza el psiquismo (4), y en esta interiorización juegan un papel principal las identificaciones. A partir de esta interacción con el entorno inmediato y mediato, el sujeto se configura en relación con los diferentes grupos de pertenencia que operan como sostén del psiquismo mediante la internalización de las formas de encuentro con el otro y consigo mismo, y de un sistema de significaciones sociales. De esta manera, como sujeto de interacción social, actor y participante, va construyendo su propio modelo de relación con el mundo.

Desde la perspectiva psicoanalítica, vemos pues que el psiquismo se constituye en el interjuego entre lo personal y lo social, donde las relaciones vinculares y el contexto social intervendrán en la determinación de las posibilidades de salud o enfermedad. Pichón Riviere (1978) dice que "el sujeto es un emergente de experiencias de relación dialéctica mutuamente modificante con el medio" (5). Destaca también la función del otro en la constitución e historización de la subjetividad, "que lleva al individuo a permanecer ligado a sus objetos internos y al investimiento sucesivo de los nuevos objetos que sostienen su sociabilidad." Este proceso de vinculación dialéctica del sujeto con el medio se halla en la base de la salud psíquica.

 

Imaginario cultural actual y sujeto envejescente

Los nuevos paradigmas discursivos y cambios sociales han afectado la cultura, en todos los campos, incluso las representaciones sociales, proponiendo determinados modelos identificatorios y vinculares.

Nuestra sociedad privilegia los ideales de juventud y belleza estética. El imaginario cultural actual exalta a Narciso como enamorado de su propia imagen, momento de ilusión de eternidad, anhelo de inmortalidad, donde el sujeto queda atrapado en la mirada del otro indiferenciado, en esa imagen especular que se devuelve como completa e inmutable. Cómo incide el discurso cultural en el sujeto que envejece? El envejecimiento no es deseable, al viejo se lo vincula con lo feo, lo inútil y lo antiguo. Las nuevas formas de sociabilidad, ligadas al dominio de los ideales estéticos juveniles que alimentan una representación social negativa de la vejez (6), al renegar la vejez y no favorecer objetos de ligazón libidinal al anciano, promueven un proceso regresivo que empuja a la fusión con los objetos del pasado, al desligamiento de los objetos del presente y al aislamiento consecuente, imposibilitando el reinvestimento libidinal de la realidad.

En el aspecto intrasubjetivo, el proceso de envejecimiento supone una tarea donde se enfatizan duelos, desinvestiduras y desapuntalamientos. Pero, cuando se considera que en la vejez se opera una regresión en el aparato psíquico, produciendo efectos análogos al deterioro de carácter involutivo, se posiciona a quien envejece en una franca introversión, en una actitud pasiva frente al mundo que lo rodea, y así, en su relación con el otro es concebido, en el mejor de los casos, como un mero "objeto de cuidados", descalificándolo como sujeto de acción, saludable, participante y social. Estas ideas, vigentes en el discurso social actual, se constituyen en mandatos identificatorios que propician la restricción de su universo simbólico. Lo internalizado es asumido por quien envejece, según las singularidades propias de cada sujeto psíquico, según sus vivencias e historia personal. Se favorecería así la supuesta ausencia de proyectos de vida y de posibilidades de cambio con que se suele describir a la vejez.

Podemos pensar que en la medida que el viejo logre cuestionar esos modelos culturales vigentes se permitiría su desarrollo personal y sus posibilidades de salud. Se puede decir que existe en cada sujeto un potencial de resignificar aquellas generalidades del discurso social que hacen a la vejez, y estas resignificaciones pueden ser múltiples, complejas e involucrar la apertura simbólica y la sublimación. Esto hace de las personas que envejecen un grupo heterogéneo en el que existirían distintas trayectorias que configuran las maneras de envejecer según cada individuo particular.

La vejez, entonces, no se reduce a un inventario de pérdidas y duelos sino que se trata más bien de la historización de sucesivos vínculos significativos que se actualizan y modifican en el presente, y que en tanto este pasado presentificado pueda ser elaborado, le permite al sujeto crear y recrear una nueva forma de estar en el mundo.

 

Vínculación social y salud en el envejecimiento

Si bien las personas que envejecen experimentan un gradual desgaste del funcionamiento del organismo, esto no implicaría necesariamente un proceso degenerativo ni involución en términos de salud. Desde esta perspectiva, según La Rosa (1998), podemos decir que el estado de salud no sería propio de una etapa de vida -la vejez, en este caso-, sino que éste se relaciona con la constitución subjetiva particular de cada sujeto, la historización de sí y la modalidad de relación con su medio.

En otros términos, más allá de las características generales atribuidas a la vejez, cada ser humano atraviesa el proceso de envejecimiento de acuerdo al posicionamiento personal que adopte frente a este momento de la vida. Este posicionamiento se relaciona con la propia historia de interacciones significativas que le permitirá enlazar los modelos de comportamiento ya conocidos a los modelos de hoy, en una vía de reconocimiento identificatorio de su pasado y de la proyección al futuro dentro de una historización de sí mismo. "Sólo así podrá anudar lo que es a lo que ha sido y proyectar al futuro un devenir que conjure la posibilidad y el deseo de cambio, con la preservación de esa parte de cosa propia singular no transformable, que le evite encontrar en su ser futuro la imagen de un desconocido que posibilitará que la vida sea investida como la suya propia" (7).

Por ende, la salud del adulto mayor estaría en relación con la posibilidad de que en esta etapa de vida se recree un proyecto vital autónomo, y que sea vivida como prolongación del proceso vital; y no como una fase de declinación funcional y aislamiento social.

Si como dijimos la salud se relaciona estrechamente con la vinculación social, la posibilidad de tener una vida saludable dependerá de que este sujeto se signifique y resignifique en su condición de "ser social" y no solamente en función de "abuelo", "viudo", "enfermo", y demás significantes que responden a la representación social predominantemente negativa acerca de la vejez.

Más que el número de contactos sociales, es importante la calidad de los mismos. En este sentido, el fortalecimiento de los lazos vinculares familiares, de amistad, de compañerismo serían factores importantes para promover la salud en la ancianidad. Las nuevas formas de grupalidad (grupos de autoayuda, talleres grupales, redes de apoyo social) emergentes en la sociedad actual proliferan y se instituyen cada vez más como estrategias sociales promotoras de salud en la vejez (8). Los apuntalamientos psíquicos y los vínculos afectivos significativos proveen de sentido y soporte de la personalidad. La subjetividad en la vejez continúa siendo producción de deseo, como experiencia vital de creación de sentidos, donde se vehiculiza lo simbólico, como acto de reconocimiento del otro (9).

Diversas investigaciones de la OMS (1982) demuestran que las personas que pertenecen a grupos sociales mantienen un estado de salud superior a los que están socialmente aislados; y que una vida rica en vínculos afectivos significativos tiende a prolongarse. Por otro lado, la pertenencia a redes sociales de apoyo (10) está relacionada con el bienestar psicológico. En consecuencia, entre los factores de riesgo principales de la pérdida de salud y malestar psíquico, se halla el aislamiento social, ligado a la exclusión y rechazo de la vejez.

 

Envejecimiento femenino y salud mental

En general, se describe a las mujeres ancianas como uno de los grupos de mayor vulnerabilidad desde el punto de vista de la salud (11), (12). La mujer anciana ha tenido que atravesar por el intersticio de la relación integración-exclusión social. Si bien las mujeres presentan mayor esperanza de vida con respecto a los hombres, sufren una doble prejuiciación: como mujeres y como viejas. El anciano continúa siendo destinatario de estereotipos negativos y el prejuicio del "viejismo" (13) sigue vigente. Así, se suman a las significaciones atribuidas al proceso de envejecimiento, las particulares provenientes de la diferencia de género.

Entre las diferentes formas de vinculación social de la mujer en nuestra sociedad, podrían pensarse por lo menos dos modelos de envejecimiento femenino: el primero conformado por aquellas ancianas más orientadas a la interacción y a la participación social, propiciándose la integración al medio como "actor social", y el segundo modelo, representado por las mujeres que adhieran al papel tradicional de ama de casa y abuela donde predominan relaciones sociales restringidas al círculo familiar y a los vínculos primarios. Ambas modalidades de vinculación implicarían diferentes niveles de salud; desde un estado de dependencia hasta la autonomía y sociabilidad existe una variedad de matices.

Entonces, el camino hacia un bienestar en la vejez requiere de un posicionamiento personal que suponga la actualización de la capacidad de investir nuevos objetos y posibilidades de encuentro con el otro. Este posicionamiento subjetivo en la etapa final de la vida es una apertura a reinvestir un presente significado por la presencia de los otros y su relación con ellos, favoreciendo un buen envejecer.

 

Consideraciones finales

Ciertas creencias compartidas en el orden social, diferentes según las culturas, ofrecen distintos roles sociales a las mujeres que siendo internalizadas, operan como modelos identificatorios. Estos imperativos sociales confluyen con la historia personal y sus vínculos primarios en calidad de dimensión constitutiva de la subjetividad de quien envejece (14). La extensión y recreación de vínculos sociales significativos resultaría de la posibilidad de reaccionar contra las creencias y prejuicios sociales culturalmente impuestos.

Cómo pensar la salud desde la perspectiva de la organización de la subjetividad y de las configuraciones vinculares de un sujeto psíquico en el proceso de envejecimiento?

En la medida en que la anciana establezca vínculos afectivos significativos que le permitan su permanencia en el universo de la simbolización, y como forma de oponerse a los mandatos culturales vigentes de desvinculación social, cobrará mayor significación el presente de su propia existencia y su proyección al futuro, posibilitando un envejecimiento con bienestar psicológico.

La última etapa vital, en tanto confluencia de deseos de longevidad y a la vez renegación de las marcas del envejecimiento, le presenta al sujeto envejescente la doble oferta de la identificación alienante a los significantes portados por el discurso social hegemónico, o bien la posibilidad de una resignificación a partir de la construcción del significado del propio envejecer desde el proceso de subjetivación. Ambos posicionamientos suponen el precio de mediar entre tensiones intrasubjetivas y sociales de lo cual dependerán posibilidades de salud mental en la vejez.

Notas

  1. Pineault, R. y Daveluy, C., (1995), El concepto de salud, en La planificación sanitaria, Barcelona, Masson.

  2. Epp, J. (1996), Lograr la salud para todos: un marco para la promoción de la salud, en Promoción de la salud: una antología, Oficina Regional de la OPS, Publicación científica N° 557, Washington, EUA, pag. 26.

  3. OPS, (1999), Subdirección de general de Epidemiología, Promoción y Educación para la Salud, Dirección de Salud Pública, España.

  4. Kaës, R., (1977), El aparato psíquico grupal, Construcciones de grupo. Barcelona. Gedisa Ediciones, pág. 48.

  5. Pichón Riviere, E. (1978), Del Psicoanálisis a la Psicología Social, Nueva Visión, Buenos Aires, Vol. I, pág.173.

  6. Monchietti, A., (2000) Representación social de la vejez y su influencia sobre el aislamiento social y la salud de quien envejece, Revista de Psicogerontología Tiempo on line, Nº 4, Buenos Aires.

  7. Zaarebsky de Echenbaum, G. (1996), Las representaciones de la vejez, Trabajo presentado en Jornada organizada por la Secretaría de Extensión de la Facultad de Ciencias de la Salud y del Servicio Social, Mar del Plata.

  8. Giberti, E. (1999), Nuevas estrategias en salud. Paradigmas y andamios, Revista FLAPAG.

  9. Cohen, E. (1998), Genealogía del concepto de subjetividad, en Ensayo y Subjetividad, Secretaría de Cultura, Facultad de Psicología, UBA, pág. 110.

  10. La red social de apoyo se refiere en esta investigación a entornos humanos que operen como red de sostén en situación de crisis y siempre que sea percibida como un beneficio para quien la recibe. En términos operativos, se refiere a la ayuda, orientación, información, cuidado, que un sujeto recibe o percibe recibir de su entorno social.

  11. Paltier, F. & Sennott, L., (1993), La mujer en edad avanzada en las Américas, en Género, mujer y salud en las Américas, OPS, Washington, Pub. Cient. 541, 12-17.

  12. Comité Preparatorio de la Segunda Asamblea Mundial sobre el Envejecimiento, Estrategia Internacional de Acción sobre el Envejecimiento 2002, Nueva York.

  13. Viejismo: conjunto de prejuicios negativos que se asignan a los ancianos simplemente por su edad.

  14. Monchietti, A. (1996), Formas de envejecimiento que propicia la sociedad de fin de siglo, Revista Argentina de Geriatría y Gerontología, pág. 187.

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Deisy Krzemien

*Licenciada en Psicología, Docente de Filosofía del Hombre y Psicología Evolutiva. Becaria de Investigación. Facultad de Psicología. Universidad Nacional de Mar del Plata.

Institución: Grupo de Investigación Temas de Psicología del Desarrollo, Secretaría de Investigación y Postgrado, Facultad de Psicología, Universidad Nacional de Mar del Plata, Argentina.

Dirección postal: Colón 2388 5 º H, tel. (0223) 4913958, 7600, Mar del Plata

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