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Número 11 - Octubre 2002

Diálogos de ida y vuelta

Rosa Monteagudo

Encarna Alvarez Gallego
eagallego2000@yahoo.es

La narración de los sucesos de los que vamos participando cada día, compromete nuestra forma de pensar y nuestros sentimientos. Todo relato es co-construído, tiene intención. Con lo expresado buscamos complacernos a nosotros mismos y a los que escuchan o leen nuestras palabras. Animadas por el objetivo de que dos narradoras se escuchen reciprocamente y tal vez, sean quizás escuchadas por terceros, es por lo que se han ido haciendo estos diálogos de ida y vuelta.

Una Gerocultora (llamamos así a las personas que atienden a los residentes ancianos en sus necesidades básicas), y una psicóloga del mismo Centro, reflexionan y conversan sobre lo que observan en su trabajo, en la Residencia para Personas Mayores de Laraxe, A Coruña (España). Ambas hacen una escucha activa de lo que la otra dice, retroalimentan su discurso, van haciendo que su visión se aproxime, de continuidad a las cosas y sobre todo, que sus emociones les guíen en este trabajo tan duro. El de la Gerocultora, de dignificar cada día el aspecto externo de los residentes; el de la psicóloga, de significar la vida vivida y la que queda por vivir a los ancianos.

 

NARRACIONES

Gerocultora:

-Son las 9 de la noche de un día de verano.Los residentes se están acostando.

La señora Ana me mira con los ojos anegados en lágrimas esperando un abrazo, una palabra cariñosa o una simple sonrisa. Siento que en esos momentos me necesita; le cojo una mano acariciándola pero no sé cómo consolarla, me gustaría tener las palabras adecuadas para reconfortarle pero no me salen; en realidad, ella solo necesita hablar y alguien que le escuche. Me dice:

1-" O meu fillo xa se foi. Non se despediu para non verme chorar; quizais cando volva outra vez xa non esté eu eiquí. Sou maior e estou mal".

Intento convencerla de que aquí tiene todo lo que necesita una persona de su edad y con su enfermedad, que todos somos como una gran familia pero lo que me contesta me desarma totalmente y ya no sé qué decir:

2-"Non necesito nada; o meu fillo me di si necesito algo que llo pida e mo manda. Non necesito nada, so cariño".

Me acerco más a ella y le doy un beso en la frente, me da las gracias pero sus ojos siguen tristes y llenos de lágrimas. Me gustaría seguir allí con ella y seguir hablándole para cambiar esa expresión de "dolor del alma" pero lo que no tengo es tiempo porque otros residentes esperan.

A veces, a pesar de trabajar la jornada, de encajar una tarea tras otra, a pesar de intentar hacer el trabajo lo mejor que sé y puedo, salgo con un sabor amargo, con un malestar y la impresión de no haber hecho las cosas como me gustaría.

Una vez acabada la jornada debo desconectar porque en casa mi familia me espera.

 

Psicóloga:

-Se me ocurre que...

La gerocultora observa la realidad desde sus ojos de persona sensible que es madre con hijos. La señora que llora, no es una mujer anónima para ella, es Ana, una anciana que está bien de la cabeza, "que controla" (como decimos) y esa similitud a ella, posiblemente nos impresione más.

Las expresiones de dolor nos conmueven más que las de alegría. Nos conmueven y nos "estorban", esto es, queremos deshacernos de ellas a toda prisa, queremos aliviarlas en los demás a la mayor brevedad posible. Pero no todo se puede reparar facilmente. La pena porque un objeto se rompió, quizás se pueda aminorar al comprar otro y aún así, el amor por ese objeto no se compra, lo hemos de ir construyendo con el nuevo.

En el caso de las despedidas de las mujeres ancianas de sus hijos, la tristeza es parte de la "gran despedida del mundo", es parte de la muerte lenta que vivimos al ir avanzando en edad. Hay dolores que no se pueden taponar por más manos, besos o palabras acertadas que pongamos. La mujer anciana también puede sentir pena de si misma: enferma sin poder valerse, en una institución, con sus hijos lejos....Pero por lo mismo también podría sentirse gozosa de haber llegado a esta edad, de estar en la gran familia que es un Centro, de tener unos hijos que se desenvuelven en la vida cuando la suya toca a su fin. Una gerocultora le da lo que pide, cariño, y quien se va mal es esta trabajadora porque no puede hacer más, dedicarle más tiempo.

Hablemos ahora de esa gerocultora, de lo que ella será pasados 50 años: ¿tenemos entonces a la señora Ana?. Puede que si, puede que sea la misma persona en algunas circunstancias pero, esa gerocultora habrá ido haciendo aprendizajes importantes. Uno de ellos, el de que el dolor de las separaciones precisa tiempo para calmarse y del bálsamo de unas palabras amables (un beso, unos brazos abiertos) que es lo que ella ha dado en todos sus años de trabajo. En la distancia apreciará que la mujer anciana lloraba por su propio adios, no por el de sus hijos y que la requería a ella ( a la trabajadora) en ese preciso instante para que le confirmara que aún estaba viva y era apreciada.

También habrá aprendido a entrar y salir de otras vidas, "a cerrar el libro" y dormir tranquila cada noche.

Gerocultura:

-Entramos en el turno de mañana. En la planta todo está en silencio, parece que todos duermen pero estoy segura que, en cada una de las habitaciones, un residente espera ansioso el buenos días bullicioso y alegre de las gerocultoras, la juventud insultante que les transmite nuestra sonrisa y familiaridad con la que les despertamos cada día.

Por los altavoces salen a trompicones una nota tras otra de una canción que da ánimos al madrugón, con las armas de trabajo en sus manos enguantadas: un pañal, la esponja, una palangana con agua caliente y la toalla.

Es el momento del encuentro con la señora Marta, la señora Carmen, el señor José, la señora Clara,...que, a los buenos días de cada uno de nosotros, responden agradecidos de estar otra vez presentes en este nuevo día y empiezan a dejarse llevar por las manos expertas que los lavan, secan, echan pomada pautada por el médico, poner el pañal y visten.

A veces, la ropa es tema de pequeñas controversias porque cojo el 1º vestido que veo en el armario. ¡Ah!, pero no:

3-"Ese non que quero poñerme esoutro de color. Estou farta do negro de tantos anos."

Pienso que quizás sea una última definición del carácter de cada cual, esa resistencia al dejarse ir que impone su voluntad.

A las 10 de la mañana el comedor es un hervidero de gente dispuesta a desayunar ".

Psicóloga:

 

- Esta gente empieza el nuevo día con el regalo de la hermosura de las Gerocultoras. Todas guapas ante sus ojos, con una juventud briosa, desenfadada. No todos los residentes lo podrán llevar bien, porque eso supone una tolerancia a la frustración de su imagen perdida.

Las trabajadoras tienen el tesoro del futuro y las ancianas ya no lo tienen. La edad y la enfermedad les han ido ensimismado; al salir de sí mismos cada mañana, tras una larguísima noche de sueño irregular, se encuentran con la mujer que trabaja, haciendo su mismo trabajo de entonces, cuando cuidaban, siendo jóvenes, a sus madres ancianas.

Se ponen frente a frente: de un lado la energía, del otro el desvalimiento. Por eso la Gerocultora piensa que tanto "poderío" es insultante. Desde luego puede ser la piedra en la que choque la mujer vieja: esa trabajadora es perfecta y no tiene sus faltas. Depende de ella, le cuesta esa dependencia y forcejea poniéndole las cosas difíciles. Esa otra residente sin embargo, se deja hacer, se entrega a todos los cuidados, su docilidad es un engaño porque se ha acostumbrado a ser un bebé grande y su cuerpo está como el del recién, replegado. Tiene entendimiento, mas su voluntad se ha rendido a la idea de 4"estou aquí, me truxo a miña familia por enferma e non me podo valer; elas están para facermo ".

Lo que la Gerocultora no dice es que a veces, los residentes las utilizan: su rabia va a ellas, sus pataleos van a ellas, los insultos van a ellas. No duelen los de las personas sin sentido, sino aquellas cargadas de intención quizás no dirigidas a su persona en concreto, sino a "¡la maldita situación de la vida!, ¡a este horror de la vejez con enfermedades! y tú tan sana, sin dolores, sin problemas, sin nada que se pueda comparar a lo mío".

Gerocultora:

-Observo una relación que está "fuera" de sus protagonistas.

La mujer le mira y calla.

Él cambió su domicilio hace tiempo; era inevitable porque su mente poco a poco fue borrando el entendimiento de las palabras, de las caras, de su oficio de tantos años en el que, seguramente, era un estupendo profesional.

Parece alguien perdido.

Las palabras que escucha no tienen significado aunque, alguna veces sus ojos brillan como antes.

Camina continuamente a lo largo del pasillo de la planta y si le ofrezco asiento, me mira pero no dice nada; puede que se siente pero al instante vuelve a caminar como si quisiese llegar a alguna parte intentando recuperar lo perdido que, día a día se aleja más.

Cuando quiere comunicarse con los demás, de sus labios brotan palabras que forman frases ininteligibles.

Hace unos días, con un balón en la mano, escuchó: "¡vamos a jugar al futbol!" y una sonrisa le iluminó la cara, se le humedecieron los ojos (¿o no?) y, por unos instantes, volvió a ser la persona que nunca debió dejar de haber sido, al que una enfermedad con nombre extraño le robó sus recuerdos.

Sólo fueron unos instantes.

Su mujer cada día viene a visitarle pero él no reconoce a quien fue tan importante en su vida, su compañera.

Los veo pasear cada tarde, parece un matrimonio como cualquier otro, pero él va del brazo de una desconocida".

Psicóloga:

El cuerpo va dando un mensaje que esta trabajadora trata de traducir en uno de los muchos residentes que, estando privados de su capacidad de hablar a voluntad, emiten la comunicación más pura, más cercana al sentimiento que nos generan las cosas: la de los gestos.

A mi este hombre me recuerda a los poetas en su intento desesperado por dehacer el orden de las frases y tratar de dar así, una emoción aún mayor a la fuerza del sentimiento. Escribe Gabriel Celaya en su poema: "La poesía es un arma cargada de futuro"

Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,

mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,

fieramente existiendo, ciegamente afirmando,

como un pulso que golpea las tinieblas,

cuando miran de frente

los vertiginosos ojos claros de la muerte,

se dicen las verdades:

las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.

Así dice este hombre con la mente enferma: la verdad del enojo, del fastidio, del desagrado, de la delicia, del amor en primer plano. Nada de lo que siente pasa por su raciocinio, por la valoración de las circunstancias. Si algo le incomoda, lucha con ello aunque sean sus propias heces que esparce por la pared.

El otro día le vi junto a su mujer paseando por el Centro. Ella le negaba la salida por una puerta y él se volvió y le dio una bofetada. Su mujer que le conoce "en la salud y en la enfermedad" como dice el responso de bodas, le devolvió la torta y ambos se fueron cabizbajos, caminando despacio con sendos carrillos colorados.

La muerte de las palabras le va destruyendo el mundo, por eso su expresión no tiene freno, ni tiento, no tiene tabúes, se desborda sin contención arrastrando con él al que le acompaña.

 

Gerocultora:

Otro matrimonio está en la Residencia. Ella sin saber dónde está y él sabiendo que se encuentran en la última estación del tren que tomó hace mucho tiempo, en el que viajó sin descanso hasta llegar al destino final.

Sus hijos, al igual que otros hijos, nietos, sobrinos...vienen a visitarlos a menudo. Cada uno de ellos es un mundo dentro de este pequeño mundo, en el que viven sus ancianos y, en algunas ocasiones, esos mundos son difíciles de conjugar porque una gente extraña también ha sido introducida en la familia del mayor, su familia ahora del día a día, de mañana, tarde y noche. Y al mismo tiempo, cuando sus hijos están aquí ya no existe nadie alrededor hasta que, al cabo de unas horas, te miran con melancolía y vuelven a reinsertarse en el ahora, en el presente de los achaques, sillas de ruedas, bastones, andadores...

Siempre me llamó la atención la soledad de los ancianos. En una mesa alrededor de la que hay otros compañeros de fatigas, nadie dice nada; cada uno dormita en sus pensamientos fijos para no escuchar las penas del otro porque "con las mías ya tengo bastante". Los temas de conversación no existen y, si acaso alguno habla, los demás le miran sin ver y poco a poco, vuelven a dormitar.

A veces el silencio puede decir muchas cosas, a veces puede ser ensordecedor.

Psicóloga:

La familia de origen de los residentes, viene al Centro y queda sumergida en éste pueblo de ancianos y de jóvenes entusiastas que les cuidan.

La familia..., todos son ojos que miran a esa gente que viene de fuera, añorantes de los lazos que algún día tuvieron. Mucha gente no tiene ya familia, está solo en el mundo. Hermanos muertos, sobrinos lejanos, vecinos de pueblos remotos para el lugar en el que está el Centro. Recuerdos vagos, tareas de arqueología las de rescatar de las ruínas y el abandono aquella memoria de las cosas.

Las conversaciones no surgen espontaneamente entre ellos porque todo está dicho, o porque no hay curiosidad en el oído del otro. Si les interrogas, se sorprenden, incrédulos de que quieras saber algo de ellos.

Están soltando amarras; muchos se desligan del mundo, se despiden de él quedando en un nirvana sin deseos, ni anhelos. El deterioro de la mente hace presa en ellos y el exterior va desapareciendo para quedar únicamente su paisaje interior, no ya el de sus pensamientos, sino el de sensaciones viscerales, movimientos, posiciones del cuerpo,...

Es muy grande el choque entre la vida activa, apurada, frenética de los trabajadores y la de los residentes. Llegan con el coche al trabajo, se cambian, comienzan el turno de intenso trabajo, arreglan a la gente, fabrican un nuevo día para los ancianos y lo sacan del horno intentando que sea lo más agradable posible. Es trabajoso para todos arrancar a la gente de su apatía, vivir con la cronicidad de la desgana. Nos cuesta más comprender cómo la motivación para las cosas desaparece, en ocasiones de forma irreversible debido a las mismas enfermedades que borran la memoria, entorpecen el andar o dificultan la comprensión del lenguaje.

Palabras clave: Narrativas, usos terapéuticos.

Notas

1 -"Mi hijo ya se fue. No se despidió para no verme llorar; quizás cuando vuelva otra vez yo ya no esté aquí. Soy mayor y estoy mal".

2 -"No necesito nada; mi hijo me dice que si necesito algo, que se lo pida y me lo manda. No necesito nada, solo cariño".

3 -" Ese no, prefiero ese otro. Estoy harta del negro, tantos años poniéndolo".

4 -"Estoy aquí porque me trajo mi familia, estoy enferma y no me puedo valer, ellas están para hacerme todo".

Bibliografía:

-Ramos, Ricardo (2001): "Narrativas contadas, narraciones vividas". Ed. Paidós.

-Cyrulnik, Boris (2001): "La maravilla del dolor". Ed. Granica Ensayo.

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