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Número 1 - Octubre 1998

(Re) construcción estratégica del significado
del propio envejecimiento en personas mayores

Psic. Feliciano Villar Posada

fvillar@psi.ub.es

INTRODUCCIÓN

El envejecimiento del ser humano es sin duda un fenómeno omnipresente en nuestra experiencia cotidiana, no sólo porque observamos como las personas de nuestro alrededor cambian con el paso de los años, sino porque nosotros mismos estamos sujetos a dichos cambios. Por ello, parece plausible pensar que las personas poseemos ciertos conocimientos acerca del devenir evolutivo normativo de las personas en la segunda mitad de la vida.

Sin embargo, más allá de estas concepciones hasta cierto punto comunes sobre el envejecimiento, resulta plausible pensar que la persona juega un papel activo en la (re)construcción de estos conocimientos. Es decir, a medida que va experimentando los cambios que se suceden a lo largo del ciclo vital iríamos activamente modificando y reconstruyendo nuestras expectativas de vida futura e interpretaciones de la vida pasada (Ryff, 1984; Withbourne, 1985). De esta manera, esperaríamos que los significados atribuidos al envejecimiento puedan ser diferentes en función de la posición de la persona dentro del ciclo vital.

Generalmente, se piensa que esta supuesta ‘reconstrucción’ del significado del envejecimiento puede ser un medio para adaptarse a los cambios que se van experimentando, con el fin de lograr un sentido de continuidad personal de la propia vida y/o un mantenimiento del propio autoconcepto y autoestima en términos favorables.

En este sentido, a medida que envejecemos, el balance en pérdidas (o amenazas de pérdidas) y ganancias se decanta progresivamente hacia aquellas, hecho que reconocen incluso aquellos investigadores más optimistas respecto al potencial de ganancias que todavía es posible conservar en edades avanzadas (Baltes, 1993; 1997). Estas pérdidas se hacen especialmente evidentes en los planos físico y psicosocial. Respecto a los cambios físicos, la pérdida de capacidades biológicas y el deterioro parece ser general (Shock, 1977) y paralelo a una mayor vulnerabilidad a la enfermedad y a una cada vez mayor probabilidad de sufrir problemas crónicos de salud (Elias, Elias y Elias, 1990).

En cuanto al ámbito psicosocial, envejecer conlleva la pérdida de algunos roles sociales que habían sustentado la propia identidad durante muchas décadas de la vida. Así, llega un momento en que la persona deja de trabajar y la probabilidad de perder amigos, familiares o la propia pareja aumenta a medida que nos hacemos mayores.

Obviamente, no queremos significar con esto que envejecer implique exclusivamente pérdidas, sino que estas son lo suficientemente importantes y normativas como para que dominen sobre las ganancias. En este sentido, parece que en la propia percepción que las personas tenemos del envejecimiento la noción de pérdida también domina sobre la de ganancia, con independencia de las muestras que se utilicen para recoger los datos (Heckhausen, Dixon y Baltes, 1989; Triadó y Villar, 1997).

En consecuencia, podríamos pensar que el envejecimiento, al conllevar una pérdida de capacidades y roles sociales significativos, socavase de igual manera aspectos como nuestro autoconcepto, autoestima o bienestar subjetivo, o bien, al menos, supusiera un importante riesgo en este sentido. Sin embargo, hasta el momento no existen evidencias empíricas que avalen una conclusión de este tipo. Así, la edad no parece ser un factor que afecte significativamente al nivel de satisfacción vital (Stock, Okun, Haring y Wiltker, 1983). De igual modo, los niveles tanto de depresión como de autoestima de personas jóvenes son comparables a los hallados en muestras de personas mayores (Brandtstädter, Wentura y Greve, 1993).

En definitiva, mientras gran parte de las personas mayores experimentan cambios de carácter negativo, éstos parecen no afectar a su nivel de bienestar. Esta discrepancia puede ser reconciliada si tenemos en cuenta que las personas, con el fin de mantener intactos nuestra autoestima y bienestar, nos implicamos de manera activa en estrategias para afrontar aquellos cambios que podrían ponerlos en peligro. Estas estrategias permitirían que redujésemos el potencial impacto negativo de dichos cambios.

Precisamente el objetivo fundamental del presente escrito consiste en examinar algunas de las estrategias que las personas toman en consideración cuando se trata de enfrentarnos al envejecimiento. En concreto, nos vamos a centrar en aquellas que suponen de alguna manera alterar el significado que se le atribuye al envejecimiento. Si tenemos en cuenta que la mayoría de cambios asociados al envejecimiento son de carácter irreversible y por ello no controlables, las personas mayores podrían estar especialmente inclinadas a adaptarse a tales cambios a través de la reconstrucción del significado del envejecimiento y las implicaciones que tiene para la propia vida (Brandtstädter, Wentura y Greve, 1993; Brandtstädter y Greve, 1994).

Si aceptáramos este punto de vista, podríamos hipotetizar que el supuesto cambio el significado del envejecimiento se evidenciaría especialmente en personas de edad avanzada. Esta diferencia entre jóvenes y personas mayores sería especialmente evidente en aquellas áreas en las que se pone en juego de manera más clara el propio autoconcepto y autoestima: cuando la persona habla de su propio proceso de envejecimiento.

El tipo de estrategias para (re)construir el significado atribuido al envejecimiento que vamos a abordar en este trabajo, además de tener un fin adaptativo, presentan una naturaleza discursiva. Con ello queremos decir que son estrategias lingüísticamente basadas y por ello potencialmente observables en el habla natural de las personas al hacer referencia al propio proceso de envejecimiento.

De acuerdo con el denominado análisis del discurso (Potter y Wetherell, 1987; Edwars y Potter, 1992), el lenguaje no es un medio de describir una realidad supuestamente externa a él, sino un medio para la ejecución de ciertas actividades: mediante el lenguaje construimos versiones de la realidad que forman parte esencial de esa misma realidad. Estas versiones son de naturaleza funcional, permiten que logremos ciertos propósitos. Por ejemplo, en nuestro caso las personas mayores podrían construir ciertas versiones de su propio envejecimiento de modo que su propio yo sea evaluado en términos positivos.

Desde el análisis del discurso no se acepta la distinción entre unos objetos o hechos situados en el ‘mundo externo’ y unas palabras, situadas en el ‘mundo interno’ que simplemente los designan. Desde esta perspectiva el propio lenguaje constituye la realidad que se supone que describe

Por otra parte, esta elaboración cotidiana de versiones sobre hechos se articula de manera retórica (Billig, 1987, 1993): construimos nuestro discurso de manera que sea creíble, le insuflamos realidad para que sea difícil de rebatir o desmentir, con lo que implícitamente estamos tomando en cuenta versiones alternativas para construir la nuestra de manera que sea inmune a estas ‘versiones competidoras’.

 

MÉTODO

Sujetos

Cuarenta y ocho sujetos participaron en nuestro estudio, divididos en tres submuestras: una joven (personas de entre 18 y 24 años, con una media de 21,9 años), otra de mediana edad (personas entre 40 y 49 años, con una media 45,3 años) y una tercera compuesta por personas mayores de 70 años (media 73,6 años). Cada una de las submuestras contó con dieciseis sujetos, 8 de los cuales eran hombres y 8 mujeres.

El criterio de selección de la muestra fue intencional en función de los criterios de edad y sexo. Todos los sujetos participaron voluntariamente en el estudio, previa petición por parte del entrevistador, y residían en la misma comunidad, una ciudad de aproximadamente 250.000 habitantes situada en el área metropolitana de Barcelona.

En cuanto al nivel de estudios, las dos submuestras más jóvenes presentaban mayor nivel de estudios cursados que la muestra más mayor. En concreto, en la muestra más joven contamos con 4 universitarios (aunque ninguno titulado todavía), mientras que en la de mediana edad había 2 y en la submuestra de mayor edad ninguno.

Instrumentos y procedimiento

Los datos fueron recogidos mediante una entrevista semiestructurada. Esta entrevista constaba de 18 preguntas y en ella se trataban diversas cuestiones en relación a los cambios que las personas asociaban al envejecimiento en sentido genérico, a circunstancias de diverso tipo que influían en este proceso y a la visión del propio proceso de envejecimiento (Villar, 1998).

En este trabajo se van a exponer de manera sucinta únicamente algunos resultados en referencia a las respuestas en torno al propio envejecimiento, con el objetivo de resaltar como las personas mayores configuran estratégicamente su discurso sobre este tópico con el fin de apartar de sí mismos posibles connotaciones o implicaciones negativas. En concreto, las tres preguntas objeto de análisis hacían referencia a tres tópicos (edad subjetiva, representación del futuro y miedo ante el envejecimiento) y fueron las siguientes:

- ¿Se siente usted viejo? ¿Qué edad considera que tiene usted interiormente?

- ¿Cómo se ve usted cuando se haga más mayor? ¿Haciendo qué cosas?

- ¿Tiene usted algún tipo de miedo ante el hecho de envejecer?

 

Las entrevistas se grabaron en audio y fueron posteriormente transcritas de manera literal. Sólo las transcripciones correspondientes a las preguntas antes mencionadas han sido analizadas en el presente estudio.

RESULTADOS

Los resultados se obtuvieron a través de la aplicación a las respuestas de un análisis de contenido. En esencia, esta técnica pretende extraer de cada respuesta las diferentes unidades de significado relevantes a un determinado objeto de estudio (en nuestro caso, el afrontamiento al proceso de envejecimiento) de las que tales respuestas se componen (Krippendorf, 1980).

Edad subjetiva

Las 44 personas de nuestra muestra que contestaron a esta cuestión mencionaban o bien sentirse más jóvenes (26 personas) o bien con su misma edad cronológica (28 personas). Sin embargo, decantarse por uno de los dos polos parece estar decisivamente influido por la pertenencia a un grupo de edad u otro.

Esta influencia se encuentra representada en la figura 1, en la que vemos como el número de personas que afirman que su edad subjetiva coincide con su edad cronológica va disminuyendo a medida que esta última aumenta. La figura parece apuntar a que la diferencia fundamental se encuentra entre la submuestra de personas más jóvenes por un lado y las dos restantes submuestras por el otro. Así, mientras que en los jóvenes tan sólo encontramos un caso en el que la edad subjetiva se encuentra por debajo de la cronológica, en las otras submuestras los términos se invierten y encontramos únicamente cinco casos de coincidencia en la submuestra de mediana edad y tan sólo dos en la de las personas más mayores.

Figura 1. Comparación entre edad subjetiva y edad cronológica en función de la edad del entrevistado

Por otra parte, dentro de los que dijeron sentirse más jóvenes, existía una clara tendencia a mencionar edades más elevadas en la muestra de mayor edad cronológica. Así, mientras las personas de entre 40 y cincuenta años decían sentirse como jóvenes de 20 o 30, las personas mayores de 70 se sentían como personas de 40 o 50.

A parte de las edades que las personas estiman que tienen ‘interiormente’, otro tema que nos parece interesante considerar es en qué se basan las personas para llevar a cabo dichas estimaciones. En este sentido, tres parecen ser la fuentes principales: la comparación social, el mantenimiento de actividades y motivación y el modo de pensar.

Muchas veces las personas evalúan su edad subjetiva en función de la comparación con coetáneos o bien en función de la edad que los demás le atribuyen. Por ejemplo:

‘(...) yo ahora mismo tengo 47 años, si me comparo a otros que tengan la misma edad, yo digo que me parece que estoy más joven que ellos’;E21; hombre mediana edad, 47 años.

‘(...) porque ese hombre que está ahí (señala con el dedo), ese de las gafas, ese tiene como yo, año más año menos, para que veas la diferencia que hay entre las personas’; E36; hombre mayor, 71 años.

Otras veces las personas mencionan que todavía siguen manteniendo actividades o motivaciones propias de los jóvenes o que les dan sensación de ser más jóvenes:

‘(...) Yo, por ejemplo, desde hace 10, 12 o incluso 14 años no he cambiado mucho. Prueba de ello es que sigo haciendo las mismas cosas’; E24; hombre mediana edad, 48 años.

‘(...) 18 años, sí, sí, sí, además hago las mismas tonterías y soy capaz de asombrarme por cosas que... y sí, bueno, 18, 20 años’; E25; mujer medina edad, 42 años.

Algunas personas simplemente mencionan su manera de pensar, su ‘mentalidad’ igual o parecida a la que suponen que tienen los jóvenes:

‘(...) Me encuentro joven, mis pensamientos son jóvenes, por eso’; E21; hombre mediana edad, 47 años.

No obstante, son poco frecuentes las respuestas que aluden únicamente a uno de los tres aspectos, por lo que la respuesta típica suele mezclar varios de ellos, en una compleja relación.

 

Representación del futuro

Las respuestas a esta pregunta parecían agruparse en torno a tres grandes categirías diferentes:

Actividades de ocio: hace referencia a menciones un deseo de aprovechar la vejez o los años futuros para hacer cosas que actualmente no pueden hacer y que generalmente se refieren a actividades que proporcionan disfrute y placer a la persona.

(...) pues me veo, no sé, investigar igual cosas, temas que ahora no me he propuesto hacer, pues luego después cuando tienes más tiempo, pues más dedicarlo a... a nivel intelectual de aprender cosas y curiosidades que tenga de... de viajar y conocer ciudades, eso me gustaría también hacerlo (...)’; E09, mujer joven.

‘(...) haciendo algo que me guste, algo que me llene, eso sería lo primordial y algo que me de motivo para levantarme cada día y entonces mira, hace buen día o mal día y entonces a partir de aquí funcionar. Pienso que si no consigues eso mal vamos, ya no tendría sentido’;E29, mujer mediana edad.

Relaciones sociales. Esta categoría incluye referencias al mantenimiento o establecimiento de vínculos con las personas del entorno social del individuo, vínculos que se contemplan, al igual que las actividades de ocio, como una fuente de satisfacción y disfrute. Entre las relaciones mencionadas, obviamente las que se establecen con la familia son las más frecuentes y, entre ellas, se cita más a los hijos y nietos que a la pareja:

‘Me gustaría hacer... a ver... pues me gustaría tener ya familia, nietos... y cocinar... o sea, lo típico tonto, cocinar para los nietos, tenerlos en casa, tener la familia unida, que no creas que es tan fácil, porque por poco que se vayan por ahí... y disfrutar de los demás, de los tuyos en la vida, disfrutar de ellos, no sé, ser la abuelita buena’; E16, mujer joven.

‘(...) yo creo que me gustaría hacerme mayor al lado de una persona a la que quisiera bastante, que fuera un cariño viejo. Y... y si pudiera morirme en esa situación, pues sería feliz. Y si esa persona es mi mujer, mejor’; E24, hombre mediana edad.

Continuidad, categoría que incluye respuestas que enfatizan el mantenimiento en el futuro del estatus de vida presente. A diferencia de las otras dos categorías anteriores, esta no está centrada en nuevos planes de disfrute futuro, bien sea por medio de la actividad de ocio o de los vínculos familiares creados a través de la vida. Por el contrario, aquí se subraya el deseo de un futuro que mantenga los parámetros actuales, sin añadir proyectos nuevos, pero sin tampoco perder lo que se posee.

‘Hacer las cosas exactamente igual. Yo en mí ya no pienso, pienso en que tengo cinco hijos, uno está en América, pero los otros dos están aquí en España, y esto me afecta bastante, el porvenir de mis hijos y de la juventud me afecta bastante’; E33, hombre mayor.

‘Hombre, yo espero que esté tal y como estoy ahora, no dejar la casa, que es lo que tengo. No cambiaría nada. Si la salud me va tal como está no cambiaría’; E47, mujer mayor.

La frecuencia de cada una de las categorías estuvo estrechamente relacionada con la edad, como se puede observar en la figura 2: mientras las dos muestras más jóvenes se inclinaban por las actividades de ocio y las relaciones sociales, en los mayores era especialmente mencionada la continuidad. Dentro de la muestra más mayor, cuatro personas rehusaron contestar a la pregunta, alegando que no pensaban en el futuro ni tenían un proyecto para los años siguientes.

Figura 2. Representación del futuro en función del grupo de edad

Miedo al envejecimiento

Las respuestas se pudieron agrupar en tres grandes categorías:

Sin miedo: las respuestas encuadradas en esta categoría expresan de manera explícita que el envejecimiento no les produce ningún tipo de miedo.

‘No (...) porque tampoco pienso en ello, cuando venga, vendrá’; E07, hombre joven.

‘No, no, no. Se tiene que aceptar. Es algo a lo que todos llegaremos, más tarde o más pronto pero se llega’; E48, mujer mayor.

Miedo a aspectos asociados: Al igual que en la anterior categoría, aquí también la persona niega explicitamente tener miedo al envejecimiento, pero a continuación menciona algunos factores, procesos o acontecimientos que percibe asociados al hecho de envejecer y que sí le provocan temor. Estos factores, procesos y acontecimientos tienen que ver fundamentalmente con la enfermedad (en especial con la enfermedad mental y la dependencia) y la muerte.

‘No. De lo que tengo miedo es de no valerme por mí misma, eso sí. De envejecer no’;E45, mujer mayor.

Miedo: Las respuestas englobadas en esta categoría manifiestan abiertamente miedo ante el envejecimiento. Generalmente este miedo se fundamenta en alguno de los factores mencionados para la categoría anterior (enfermedad, muerte), aunque también se expresan algunos otros, como la soledad o la tristeza:

‘Si te soy sincero sí, le tengo miedo a ser mayor porque tengo miedo a la muerte, sí, sí hombre, es por eso’; E35, hombre mayor.

Una vez más, la edad determinó la frecuencia de cada una de las categorías, siendo la categoría ‘miedo a aspectos asociados’ la más citada entre las personas mayores, como podemos comprobar en la figura 3:

Figura 3. Porcentaje de citaciones en relación al miedo a envejecer y en función de la edad de los particiapantes.

DISCUSIÓN

De acuerdo con lo expuesto anteriormente, las respuestas referidas a la manera de percibir el propio envejecimiento parecían ser muy diferentes en función de la edad de las personas, especialmente por lo que se refiere a la comparación de las personas mayores con las muestras más jóvenes.

Más allá de los propios resultados numéricos que lo avalan, el elemento común a las tres cuestiones analizadas es que las personas mayores parecen desplegar un discurso sobre su propio envejecimiento que les aparta de las implicaciones negativas que el envejecimiento en sentido genérico podría tener para la mayoría de personas. Al hacer esto, creemos que están protegiendo su propio autoconcepto y alejándolo de las connotaciones que ellos mismo han afirmado que tiene el hecho de envejecer y los viejos.

Algunas de las estrategias discursivas que aplican para lograrlo y que subyacen y se evidencian en las diferencias encontradas en función de la edad son las siguientes:

Diferenciación entre envejecimiento biológico y envejecimiento psicológico

Al hablar de su propio envejecimiento, en especial en la pregunta sobre la edad subjetiva, las personas mayores (y en menor medida las de mediana edad, pero nunca las jóvenes) diferencian entre lo que podríamos denominar ‘envejecimiento biológico’ y ‘envejecimiento psicológico’.

El primero haría referencia a un proceso de declive continuo, acelerado e irreversible, que acaba en la muerte, y que se caracterizaría por una pérdida de recursos o reservas de carácter esencialmente biológico. El envejecimiento biológico tendría unas claras referencias temporales: por ejemplo, comenzaría en un punto susceptible de ser situado dentro del ciclo vital o, desde un punto de vista biológico, se podría ser más o menos viejo en función de la edad.

Por el contrario, el envejecimiento psicológico concerniría a una dimensión psicológica, interna a la persona, definida en términos de bienestar y satisfacción subjetiva. El envejecimiento psicológico haría referencia a un estado cualitativo y no anclado en una dimensión temporal ni relacionado con la edad. Su comienzo no se expresa en años, sino que se hace depender en gran medida de la propia voluntad de la persona, mientras que el envejecimiento biológico sería irreversible e inevitable (‘es ley de vida’ dicen nuestros entrevistados).

De esta manera, las personas de mediana edad y especialmente las más mayores tienden, como hemos visto, a concebirse ‘psicológicamente jóvenes’ con independencia de su edad cronológica y de su envejecimiento biológico. Así, enfatizan que internamente ellos no han cambiado a pesar de que su cuerpo lo haya hecho, dando especial valor a esa estabilidad con los años y sentimiento de ‘ser el mismo’, lo que les permite ser, en ese sentido, todavía jóvenes. Aunque conciben que pueda haber personas ‘psicológicamente viejas’ y describen este estado, nadie se ve a sí mismo como formando parte de este grupo.

Algunos ejemplos de esta diferenciación ‘envejecimiento biológico/psicológico’ serían los siguientes:

E26, mujer mediana edad (48 años)

¿Tú te sientes vieja?

No. No, no, yo diría, y mucha gente, que no se sentirían que pasan los años si no se mirasen al espejo. Porque tú no sabes, si no hubiesen espejos tú te sientes bien físicamente y no sabes que edad tienes, la edad es abstracta, es algo que... el tiempo que va contando, pero yo soy yo.

¿Tú que edad te echarías interiormente?

Yo una edad de siempre, no tendría edad, si quieres que te lo diga quizá 20 o 25 como mucho.

‘Yo me siento como si tuviera... cuando vine a Barcelona yo tenía 53 años, pues fíjate, yo me siento con menos facultades, menos oído y menos vista un poquito, pero con la misma ilusión y ganas de vivir. Como una persona de 50 años’; E35, hombre mayor (73 años)

Obviamente, esta diferenciación no es nueva y corresponde a una dicotomía que esta en el núcleo de la cultura occidental y cristiana: la contraposición entre materia, cuerpo por una parte y espíritu, mente, alma por otra. Reconstruyendo discursivamente el envejecimiento en estos términos, y valorando las cualidades psicológicas que se conservan estables por encima de las biológicas que declinan, las personas consiguen verse a sí mismas en términos positivos.

Esta vivencia de ser ‘jóvenes por dentro’ ha sido resaltada por autoras como Kaufman (1986) cuando hablan de la presencia de un ageless self.

Diferenciación entre envejecimiento sano y envejecimiento patológico

En este caso la dicotomía se establece entre el envejecimiento entendido como un proceso de declive libre de enfermedades y el envejecimiento descrito como un proceso caracterizado precisamente por la enfermedad incapacitante y la dependencia. Tal diferenciación aparece especialmente en las respuestas a la pregunta sobre el miedo al envejecimiento.

Las personas más mayores, a diferencia de las de mediana edad y de los jóvenes, resaltan la diferencia entre el envejecimiento sano y el patológico, la diferencia entre envejecimiento y enfermedad, autoadscribiéndose dentro del envejecimiento sano (con independencia de la salud ‘objetiva’ que se deriva de su historial clínico). Así, el envejecimiento sano y por extensión ellos mismos, puede ser evaluado en términos positivos, mientras que el envejecimiento patológico se contempla en todo caso como una amenaza situada en el futuro. De esta manera, las personas al afirmar que no tienen miedo al envejecimiento, pero sí a la enfermedad (que ellos no poseen en ese momento), separan ambos aspectos, quitando carga negativa al hecho de envejecer.

Por otra parte, en esta misma línea, el concepto de salud parece ser redefinido por los mayores de manera que incluye sólo cierto núcleo de actividades básicas para llevar una vida autónoma, libre de dependencias. Así, ellos pueden calificarse como ‘envejeciendo con salud’ a pesar de que experimenten ciertas pérdidas, que serían ‘accesorias’. Mientras para un joven la noción de salud probablemente incluiría correr, jugar, viajar y, en general, actividades que requieren una gran cantidad de recursos biológicos, las personas mayores tienden a definir la salud, el envejecimiento sano, en términos más modestos. Lo que para unos puede ser cotidiano, para otros pueden ser logros excepcionales de los que sentirse orgullosos.

Algunos ejemplos de estas (re)construcciones discursivas del propio envejecimiento pueden ser los siguientes:

‘No, yo me siento bien, mientras me pueda mover, y entrar y salir, que yo pueda hacer mi vida, que yo pueda decir ahora bajo la escalera ahora la subo, una cosa tan sencilla como esa, yo me sentiré bien’; E43, mujer mayor.

Reducción de aspiraciones futuras

En este caso, al hablar del futuro, las personas más mayores resaltan la continuidad en el estado actual como el mayor deseo para su propio futuro, enfatizando la importancia de conservar cierto número de capacidades básicas que les aleje de la incapacidad y la dependencia. Como en el caso de la salud, el futuro es construido por las personas mayores en términos modestos, su proyecto de futuro es prolongar la situación presente, sea esta cual sea.

Por contra, los jóvenes y las personas de mediana edad conciben su propio futuro como un espacio de crecimiento personal en el que podrán disfrutar (mediante la realización de diversos tipos de actividades de ocio o el cultivo de relaciones sociales satisfactorias) de aspectos que actualmente lo que se describe como ‘ajetreada vida de trabajo’ les impide desarrollar. Entre estas actividades con las que se planea gozar en la vejez destacan las , actividades de ocio y el aumento en la cantidad o calidad del tiempo dedicado a las relaciones familiares y/o de amistad. En cierta medida, la vejez para los jóvenes y personas de mediana edad sería un estado ‘idílico’ en el que podrán hacer lo que realmente siempre han querido hacer.

Así, el futuro en un caso se construye como una amenaza a esquivar, en otro como una esperanza a alcanzar. Estas diferencias parecen corresponderse con los resultados sobre reevaluación de metas en la vejez que obtienen numerosos estudios anteriores (p.e. Dittmann-Kohli, 1991)

‘Ummm... no lo he pensado tampoco... pero supongo que con mis nietos, con mi familia, con muchos amigos aunque sean mayores y feliz’; E10, mujer joven.

‘No, quisiera nuevos horizontes, quisiera cosas diferentes, quisiera estar pendiente... tener preocupaciones, eso sí, tener preocupaciones por mis actividades, pero ya me gustaría dedicarme pues un poquito más a la Naturaleza en el sentido amplio. Podría ser cultivando, pues a lo mejor un jardín con un huerto, que me gustan mucho los animalitos (...)’; E24, hombre mediana edad.

‘Yo lo que no quisiera es tener que depender de nadie. Yo quisiera morirme antes de, por ejemplo, que mis hijas tuvieran que levantarme, tenerme que lavarme si me ensuciaba, tenerme que llevar a una residencia o a una casa... Desearía que me acostara, no quisiera sufrir, no quisiera sufrir para morirme, pero quisiera que antes de tener que dar quebraderos de cabeza a mis hijas, pues morirme’; E45, mujer mayor.

‘Lo mismo que hago ahora. Procuraré conservar el carácter (...) gastar bromas con mis hijos y tal, que tal vez no sea muy propio de una persona de mi edad, pues yo lo hago. Procuro conservar el aspecto este de bromista que no el de viejo antipático’; E40, hombre mayor.

Vida frente a muerte

En este caso, el significado del envejecimiento no es construido mediante su oposición a procesos o etapas anteriores de la vida, sino mediante su oposición al final de vida: la muerte. Así, la categorización implícita crecimiento (o juventud) versus envejecimiento (o vejez) se reformula en los términos vida versus muerte.

Ya que el envejecimiento es vida, automáticamente adquiere connotaciones positivas y se opone al polo negativo de la dicotomía, la muerte, pero no porque sea intrínsecamente positivo, sino porque la muerte es peor. Este tipo de estrategia discursiva sólo se encuentra en las respuestas de personas mayores, nunca en las de personas jóvenes o de mediana edad, y aparece ante la pregunta sobre el miedo al envejecimiento: el envejecimiento no da miedo porque es un hecho positivo: lo contrario a la muerte.

‘(...) creo que es bonito envejecer, si envejeces es que has vivido y vives. Si no envejeces es que ya estás en el agujero’; E42, mujer mayor.

‘(...) Hombre, si no llegas es peor, malo no es, yo encuentro que no es malo envejecer tampoco, porque señal que vas poniendo años, que tienes vida (...)’; E44, mujer mayor.

Una posible pregunta que podría surgir a raíz de la lectura de los párrafos anteriores es si las posibles reconstrucciones del significado del envejecimiento tienen o no un límite. ¿Realmente podemos decir cualquier cosa del envejecimiento con el fin de vernos a nosotros mismos en términos positivos?

Nuestra respuesta es, obviamente, negativa. Pensamos que los límites de estas reconstrucciones las marcan ciertos supuestos compartidos, de sentido común, sobre lo que es el envejecimiento, lo que podríamos denominar representación social del envejecimiento. La existencia de este conocimiento compartido básico sobre lo que es el envejecimiento en sentido genérico (no sobre el envejecimiento propio, como las respuestas que hemos analizado en este trabajo) es un prerrequisito para que pueda darse comunicación efectiva. Por otra parte, también parece razonable pensar que cierta comunidad comparta ciertos presupuestos respecto a un proceso tan relevante y universal como es el envejecimiento.

¿Cuál es el contenido de esta ‘representación social del envejecimiento’? Sobrepasa los objetivos de este trabajo describirlos en profundidad, pero sin duda podemos afirmar que son de carácter mayoritariamente negativo. Así, las estrategias discursivas que hemos descrito en el apartado anterior no sólo no parecen entrar en contradicción explícita con el núcleo de la representación social del envejecimiento, sino más bien complementarlo y, en todo caso, apuntalarlo. Por ejemplo, al delimitar la existencia de un envejecimiento psicológico o un envejecimiento sano (categorías en las que las personas mayores se autoadscriben) se está, tácitamente, dando por sentado que existiría otro tipo de envejecimiento biológico caracterizado por las pérdidas, que afecta a la mayoría de personas. Las personas mayores (al menos las de la muestra que hemos analizado) se ver así mismos como excepciones, como representantes de lo que sería un ‘buen envejecer’. Pero al hacerlo, subyacentemente están dando por supuesta la existencia de otro envejecimiento más general, de carácter claramente negativo.

Así, en nuestra opinión, una de las tareas que debe acometer la persona a medida que se hace mayor es hacer compatible una visión positiva de sí mismo con una visión genérica del envejecimiento como proceso que implica muchos cambios de naturaleza negativa. Los mecanismos de reconstrucción discursiva que hemos analizado podrían ser un un elemento para conseguirlo.

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