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Número 1 - Octubre 1998

Pérdidas y Procesos de Envejecimiento
(Crisis e Identidad)

Lic. Montse Fornós Esteve

mfornos@arrakis.es

La organización y el funcionamiento de la identidad, modula el modo en que una persona convive con las experiencias y acontecimientos de su vida. Esta dinámica, articula los sucesos relacionados con la cotidianeidad del individuo (familia, trabajo, cultura...) con las derivaciones en la autoestima, bienestar, salud... La identidad integra las experiencias del individuo a lo largo del tiempo, proporcionando continuidad y significado (Markus y Herzog, 1991). Para O. Kernberg (1976) la identidad es el más alto nivel de organización de los procesos de internalización.

La identidad es la vivencia de lo que somos, de nuestro "yo", una unidad que nos distingue de los otros, que nos hace singulares, que nos señala nuestro lugar en la sociedad. La identidad es la respuesta que damos a la pregunta : "¿quién soy yo ?". Y esa respuesta hace que nos sintamos personas diferenciadas, únicas. Tendemos a mantener la identidad a través de todos los cambios que sufrimos a lo largo de la vida : en nuestro cuerpo, en nuestra forma de pensar, en nuestros roles, en nuestro lugar en la sociedad.

A lo largo del ciclo vital se producen una série de crisis que afectan a la identidad. Las crisis se consideran como elementos de construcción del Yo, y como puntos importantes de transición en la vida de las personas. En general, asociamos que, las crisis vitales, van unidas a una serie de sucesos importantes que las provocan. Los estudiosos de las Teorías de los Estadios (Erikson, Levinson, Loevinger, Havighurst), consideran que, las transiciones que se producen entre estadios, se presentan como crisis y reorganizaciones de la personalidad.

La vejez es un periodo crítico de la vida en el que se debe hacer frente a una serie de circunstancias personales, laborales, familiares y culturales, que modifican la percepción de sí mismo y afectan a la propia identidad. La imagen que cada cual tiene de sí mismo comprende aspectos cognoscitivos y afectivos, y estos últimos estarían relacionados con la propia estima ; ésta ejerce una influencia universal sobre nuestro modo de comportarnos y nuestra actitud ante la vida. Según N. Branden, la estima de sí : "es la suma integrada de la confianza en sí mismo y del respeto por uno mismo ; es una convicción que se tiene de la competencia para vivir y que merece vivir".

Si bien las crisis, como agentes de transformación, son algo más que un conjunto de pérdidas y de ganancias, es cierto que se da crisis en la vejez cuando éstas son vividas por el anciano como una agresión a su identidad. Esto sucede cuando las pérdidas asociadas al envejecimiento generan para la persona un área de experiencias que son una quebrantamiento para su estima y autoimagen. Nuestras consideraciones no van dirigidas solo hacia las pérdidas importantes, como puede ser el paso del mundo laboral a la jubilación, sino también hacia los pequeños sucesos de la vida diaria, que transmiten a la persona la sensación de disminución de su capacidad. A ellas van asociadas una serie de fantasías y ansiedades que están enlazadas con el problema de la identidad y el miedo al cambio. Estas pueden estar referidas a la salud (preocupaciones y temores), a la economía (pérdida de ingresos), al variación de rol social y familiar, o a los prejuicios sobre la vejez, de los que el propio individuo puede ser portador. Como señala L. Grinberg (1988) nos encontramos ante la dificultad de la elaboración patológica del duelo por las partes perdidas del Yo, que afecta a esta edad de la vida. Cuando este sentimiento de perdida no es tolerado, se puede buscar una salida maníaca a la situación; esto puede llevar a un verdadero empobrecimiento de la vida emocional de la persona, aumentando las tendencias destructivas y dañando el carácter y el sentimiento de identidad. La alternativa estaría en poder elaborar dicha vivencia depresiva, recurriendo a la capacidad del individuo de estima y confianza en sí mismo, para atenuar los aspectos destructivos, y abrir la posibilidad de reparar lo dañado y elaborar la perdida de esas partes.

En este periodo de crisis, la persona mayor debe redefinir su propia identidad, los cambios en la vejez deberían suponer una transformación que hiciese posible la reorganización del individuo ante la nueva situación. En ello influye también su capacidad para adaptarse a las nuevas modificaciones. Los teóricos que trabajan desde los modelos de personalidad, pretenden predecir dicha adaptación y el ajuste de la persona mayor. Según la teoría de la actividad, las personas que mantienen sus niveles de actividad, y van sustituyendo las actividades perdidas por otras nuevas y adecuadas a sus necesidades, envejecen satisfactoriamente y mantienen sus vínculos y roles sociales, que son fuente de salud y satisfacción. La teoría de la continuidad de Atchley (1989) señala que, al efectuar nuevas elecciones, la continuidad es una estrategia adaptativa del individuo que le ayuda a mantener sus estructuras internas y externas.

En resumen, y concluyendo este breve articulo, la principal función de la identidad personal es asegurar un sentimiento de continuidad. De ahí la importancia del recordar para "ser" con integridad en la vejez, por las importantes transformaciones que conlleva. Ante esta perspectiva de cambios, debe buscarse el hilo conductor, el nexo de permanencia, por el que la persona mayor persevera, idéntica a sí misma, a través de las pérdidas vinculadas al proceso de envejecimiento. Esto supone que el adulto mayor pueda vivir sus experiencias sin que ello incida de un modo lesivo en la imagen que posee de sí mismo ni en su nivel de estima. El adulto mayor debe conservar su identidad, debe lograr la continuidad a través de los cambios.

 

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