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Se expresan los adultos mayores

El narcisismo en la vejez

Manfredo Teicher

e-mail: fredi@pccp.com.ar

¡¡¡ Hoy cumplo mis primeros 80 !!!

He cumplido 80 años. Por lo cual debería estar muy contento.

El más joven de los conocidos que hace tiempo mira las plantitas desde abajo, tenía 18 años cuando empezó esta tarea. El nazismo, la guerra, el cáncer, algún trastorno cardíaco, algún accidente, hasta el suicidio, terminó en forma más o menos dramática, la competencia que los humanos solemos mantener con aquellos que elegimos como objetos significativos para uno. Amplio triunfo del sobreviviente.

Mi actual compañero para los paseos en bicicleta y para los alardes aeróbicos que cumplimos cuatro, o cinco veces por semana, aún tiene 76.

Nos "enganchamos" cuando yo tenía los 76. Los dos recordamos juntos, café mediante, a muchos que abandonaron este club. Mientras gozamos, muchas veces "a las patadas", la compañía de los hijos, yernos, nueras y unos cuantos nietos.

Algunos de los "nuestros" que siguen firmes en la lucha por la vida, presentan desagradables ilustraciones de Alzheimer, Parkinson, osteoporosis, artritis, pasaron con más o menos secuelas algún accidente cerebrovascular, cuando no, "disfrutan" revolcándose en un oscuro y profundo pozo melancólico.

A nosotros nada de eso nos ha tocado. En cambio le debemos al avance tecnológico sencillas intervenciones como una angioplastia que, dejando un minúsculo espiral dentro de una coronaria, en ese sentido, me sacó 30 años junto con los ateromas. A mi compañero le cambiaron los cristalinos y ahora ve mejor que su hija que tiene 50. Y, me olvidaba, los dos lucimos una sonrisa perfecta gracias a la maravilla de los implantes. Y, por si fuera poco, somos dos profesionales que, a pesar de la recesión económica y del dramático entorno que uno encuentra en este Buenos Aires del nuevo milenio, disponemos de suficiente trabajo para mantener, lo que no es fácil, un status envidiable.

Como ven, debería estar contento. Tengo suficiente motivo. Y hoy es mi cumpleaños. Sí, debería.

En cambio pienso que es una injusticia. Que en realidad ese día se lo deberían festejar a las madres, que realizaron el trabajo. Pienso en otro triunfo machista. Cuando hay que crear una madre esquizofrenógena, no hay mucha resistencia. Cuando hay que echarle la culpa de todo lo malo que le pasa el resto de su vida al hijo (o hija), rápidamente nos ponemos de acuerdo. Pero festejarle el esfuerzo realizado y las ansiedades soportadas hasta ver el resultado de nueve meses únicos, algo que por lo menos los hijos deberían estar eternamente agradecidos, ya es otro cantar. O sea, que la envidia a los atributos femeninos es más fuerte que la clásica envidia al pene.

Aunque mi protesta por la injusticia viene por otra vía.

Freud, el mismo al que critico su ideología machista, propia de la época, escribe en "Psicopatología de la vida cotidiana" a los 42 años: "En el ejemplo que en 1898 elegí para someterlo al análisis, el nombre que inútilmente me había esforzado en recordar era el del artista que en la catedral de Orvieto pintó los grandiosos frescos de 'Las cuatro últimas cosas' (Signorelli). [ ] Fue en el curso de un viaje en coche desde Ragusa (Dalmacia) a una estación de la Herzegovina. Iba yo en el coche con un desconocido, trabé conversación con él y cuando llegamos a hablar de un viaje que había hecho por Italia le pregunté si había estado en Orvieto y visto los famosos frescos. Poco antes habíamos hablado de las costumbres de los turcos residentes en Bosnia y en la Herzegovina. Yo conté haber oído a uno de mis colegas, que ejercía la Medicina en aquellos lugares y tenía muchos clientes turcos, que éstos suelen mostrarse llenos de confianza en el médico y de resignación ante el destino. Cuando se les anuncia que la muerte de uno de sus deudos es inevitable y que todo auxilio es inútil, contestan: «¡Señor, qué le vamos a hacer! ¡Sabemos que si hubiera sido posible salvarle, le hubierais salvado!» [ ] Los turcos de que hablábamos estiman el placer sexual sobre todas las cosas, y cuando sufren un trastorno de este orden caen en una desesperación que contrasta extrañamente con su conformidad en el momento de la muerte. Uno de los pacientes que visitaba mi colega le dijo un día: «Tú sabes muy bien, señor, que cuando eso no es ya posible pierde la vida todo su valor.» [ ] Me hallaba entonces bajo los efectos de una noticia que pocas semanas antes había recibido [ ] Un paciente en cuyo tratamiento había yo trabajado mucho y con gran interés se había suicidado a causa de una incurable perturbación sexual."

Lo que Freud señaló a través de los turcos, hace bastante que me persigue.

Pero "eso" ¿ya no es posible? Claro, la masturbación no es "eso". ¿Pagar a una prostituta? El sabor amargo posterior aconseja abstenerse. Que no estoy seguro que sea lo mejor. Si tendría suficiente dinero me separo y me busco una que tenga 30, 40 o 50 años menos. O una amante de esa edad.

Pero, ni tengo suficiente dinero y sería bastante complicado intentar seguirle el tren a alguien tan joven. Y cuando recuerdo el cuerpo de mi compañera en otra época, me dan ganas de llorar.

La injusticia de la que quería ocuparme (para quejarme) tiene que ver con "eso". Ahora, que la experiencia adquirida me permitiría disfrutar plenamente de lo que entiendo es realmente la gratificación más anhelada que la naturaleza nos brinda, posiblemente para compensar un poco las frustraciones que encontramos a cada paso. Sí, ahora cosecho onstantemente un doloroso rechazo a la gastada imagen que luzco ante el mundo y que se muestra en toda su crudeza antes y después de entrar en la ducha.

Esa es la injusticia ante la cual la razón reclama resignación. Y el fondo de mi alma clama venganza, lo que me complica más la existencia. Por más bien vestido que esté, la mirada de los jóvenes en el mejor de los casos me ignora, cuando no me desprecia. Desprecio que comienza por mí mismo ante el espejo.

Por más esfuerzo que hago para negar esta afrenta narcisista, por más que intento convencerme que "los verdaderos valores de la vida" no están ahí, debo creer en algún antepasado turco en mi bagaje genético.

Decía el poeta:

Si todo en la vida me causa fastidio y hastío
al sólo pensar en la muerte me entran escalofríos.

Ved si estaré divertido.

Si todos viven cual yo vivo,
como hay Dios, si lo hay,
no sé para qué habremos nacido.

Maldito sea el día,
y el día sea maldito
en que me trajeron al mundo,
sin consultarlo conmigo.

Joaquín Bartrina

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