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Se expresan los adultos mayores

LOS PERFUMES DE LA INFANCIA

Por Pablo Gabriel Guerstein

Alumno de la Escuela 9 de Bordenave, de 1963 a 1967

Era la época de los bulevares que dividían las calles de tierra, de los cosecheros y camioneros que venían de todo el país para recolectar y transportar el trigo, de los trenes que todavía llevaban y traían gente, del cine donde se exhibía la misma película el sábado y el domingo, de los carnavales con comparsas y mascaritas que asustaban o divertían a los niños, que éramos nosotros. Eran tiempos donde se confiaba en la palabra y el pueblo prometía ser algún día un lugar próspero, adonde habían llegado inmigrantes de distintos lugares del mundo para abonarlo con su esfuerzo y apostaban al progreso que daba un trabajo digno, fuera el que fuese.

Era la época en la que se construyó uno de los jardines de infantes modelo de la provincia, el monumento al gaucho más grande del mundo, la escuela secundaria, cuando los habitantes tuvieron la fortuna de disfrutar de conferencias científicas, exhibiciones deportivas y el club había pasado de ser un garito donde se intercambiaban cartas de truco por un ámbito social, cultural y deportivo.

No había distinciones sociales. Todos jugábamos con todos. Recuerdo mis bolsillos llenos de mandarinas para compartir con mis amigos, mis pares, mis iguales, sin importar si eran hijos de tal o cual. Y también eran las noches de los bailes en la Sociedad Española, de los asados donde no faltaba nadie, de los partidos de fútbol cuando Unión salió campeón de la Liga Puanense y en los que aprendimos a comer girasol, de los tazones de café con leche en la casa de la tía Rosa, de las indigestiones por comer frutas de verano en primavera.

Si la memoria no fuera tan frágil uno podría recordar estas y muchas otras cosas. Pero los años van desdibujando esas imágenes tan hermosas y sólo quedan algunas que nunca se borraron. Posiblemente entre las más emotivas y conmovedoras se puedan contar las vividas en la escuela. Por aquel entonces era inmensa. El salón de actos un verdadero teatro en las fiestas patrias y el pasillo que daba a las aulas tan largo como una carretera. No creo que haya habido maestras más hermosas y buenas que las de la Escuela Nº 9 de Bordenave. Allí aprendimos a pelear con la pata de la letra "a", que no nos salía, o con el 8 que siempre se nos acostaba más de lo que queríamos. Pero los olores los vamos a llevar siempre con nosotros. El de la goma, los guardapolvos, los lápices, las tizas, los pizarrones. Eso es algo universal. En todas las escuelas del mundo esos aromas son los mismos. Es el perfume de la infancia.

Cuando había actos patrios, las madres cosían la ropa, nos disfrazábamos y jugábamos a que éramos actores. Era maravilloso ver tanta gente orgullosa viendo a sus hijos hacer de gaucho, de mulato, de pistolero o policía, de médico o enfermo, de dama colonial, de Sarmiento, San Martín o Belgrano. Y cuando nos tocaba bailar el Pericón Nacional sentíamos una emoción indescriptible porque sabíamos que en algún momento deberíamos cruzarnos con la chica que nos gustaba y tomar su mano. Nuestros corazones latían con alborozo, timidez y miedo. Porque allí, en la Escuela número 9 de Bordenave, conocimos el amor, el primer amor. Ese que no se olvida, que se lleva con uno para siempre

Pero la memoria es frágil. Por eso resulta difícil recordar muchas cosas vividas por entonces en la escuela. A veces se nos cruza algún hecho aislado. Juegos en el patio, un muñeco de nieve en un día poco frecuente en el que había nevado, alguna penitencia por alguna picardía inocente, o la imagen de Adela, la directora, que nunca dejó de ser tan firme y recta como dulce. Es imposible no relacionarla con ese ámbito educativo. Fue ejemplo de ejemplos. Y aunque pasaron los años y ya no está ni en el colegio ni entre nosotros, nunca podremos olvidarla. Adela es sinónimo de "escuela primaria de Bordenave". Ella fue única. Pero todas nuestras otras maestras también lo fueron.

En nuestro pueblo era maravilloso ir a clase. Es más: era maravilloso ser un niño sin balcones ni semáforos. Antes de tener que afrontar tiempos más difíciles como la adolescencia y la adultez que nos llevaron por caminos diversos, puedo afirmar sin lugar a dudas, que en aquellos tiempos fuimos muy felices.

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