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Curso Virtual:
Educación para el envejecimiento

Bibliografía:
Por los viejos tiempos
Reflexiones desde la práctica psicológica en el campo de la vejez

Psic. Fernando Berriel
ferber@psico.edu.uy

Psic. Mónica Lladó
monllado@adinet.com.uy

Psic. Robert Pérez
rperez@psico.edu.uy

Valen la pena unas páginas de reflexión, por los viejos tiempos.

Queremos compartir con ustedes, tal cual es la convocatoria de estas Jornadas, algo de la experiencia que involucra nuestra práctica docente en el Servicio de Psicología de la Vejez.

Hace ya algunos años que nos hemos acercado al trabajo en este campo, y apenas comenzamos a vislumbrar tanto algunos de los motivos que nos acercaron al mismo, como algunas de las problemáticas a las que el abordaje de la vejez nos enfrenta.

Sobre estas últimas transitará esta comunicación, sobre aquéllos, tratamos de resumirlos en el título de este trabajo, que suena a brindis.

La actividad en este campo de alguna manera nos acerca a viejos tiempos, a los tiempos por nosotros sólo conocidos por referencias y que los viejos conocen por haberlos vivido, y a los tiempos de la vejez, tiempos que, si tenemos suerte, trataremos de vivir a pleno.

El Grupo para el Avance de la Psiquiatría, en EEUU, enumeró en 1971 algunas de las razones de las actitudes de los psiquiatras para tratar a las personas viejas:

"1) Los viejos estimulan a los terapeutas temores sobre su propia vejez.

2) Reactualizan en los terapeutas conflictos reprimidos en relación con sus propias figuras parentales.

3) Los terapeutas piensan que no tienen nada que ofrecer a los viejos porque creen que estos no van a cambiar su conducta o porque sus problemas se deben a enfermedades cerebrales intratables.

4) Los terapeutas creen que no vale la pena hacer el esfuerzo de prestar atención a los psicodinamismos de los viejos porque están muy cerca de la muerte; algo similar a lo que ocurre en el sistema médico militar de urgencia, en el cual el más grave recibe menos atención porque es menos probable su recuperación.

5) El paciente puede morir durante el tratamiento lo cual afecta el sentimiento de importancia (¿omnipotencia?) del terapeuta.

6) Los terapeutas se sienten disminuídos en su esfuerzo por sus propios colegas. Habitualmente se escucha decir que los gerontólogos o los geriatras tienen una preocupación morbosa por la muerte; su interés por los viejos es o "enfermizo" o, por lo menos sospechoso" (1)

Si bien algunas de estas conclusiones no parecen muy relevantes, creemos que en mucho de esto está presente en cierto desinterés histórico de la Psicología Nacional por la vejez.

Sea como fuere, es casi seguro que cuando alguno de nosotros cuenta en una conversación que el trabajo con viejos es una de nuestras actividades, reciba preguntas del tipo ")y te gusta?" o comentarios como "yo, jamás trabajaría con viejos".

Cuando un joven profesional se acerca a la temática de la vejez, se enfrenta al hecho de que estará sobre su mesa de trabajo un tema con el cual normalmente no estará habituado a trabajar o a manejar afectivamente: la muerte.

Si bien este tema tiene connotaciones y derivaciones psicológicas y sociales, que permiten y exigen un nivel de reflexión muy profundo, a los efectos de esta comunicación querríamos detenernos sólo en algunos aspectos que, creemos, determinan ciertas características que ha de tomar el trabajo con viejos.

Los técnicos pensamos sólo a veces en la muerte, sin embargo ella está graduando en gran medida nuestra vinculación afectiva con los ancianos con quienes trabajamos. No hace falta pensar en la muerte para defenderse de ella, alcanza con estar en contacto directo con aquéllos que desde su mera presencia nos recuerdan el tema y sus abismos, para que se desarrollen mecanismos defensivos que, por lo que hemos podido observar, en gran medida reproducen aquellos que desarrolla la población con la que trabajamos.

Sabemos de lo necesario y largamente fundamentado en torno a una "distancia óptima" que, sin caer en una acepcia profesional, permita llevar adelante un trabajo que contemple, al decir de Bleger, una "disociación instrumental" que permita identificarnos con quien trabajamos y a la vez poder pensar en relación a la problemática que el mismo trae. Es en el movimiento de acercamiento al otro, en el intento de ubicarnos en la situación y problemática de los ancianos, donde se ponen en juego las limitaciones de los técnicos en tanto lo que ese acercamiento moviliza. Por un lado, autolimitarnos en el compromiso afectivo es defendernos ante la frustración y el dolor de la pérdida. Por otro, la dificultad de acercarnos al anciano, da cuenta de nuestra imposibilidad de contactarnos con aspectos no resueltos y otros imposibles de resolver de nuestra psiquis.

Llegado a este punto no podemos eludir hacer algunas consideraciones en torno a la transferencia. Si bien todo lo que pueda decirse en torno a este tema en relación a otras edades es aplicable también para el trabajo psicológico con adultos mayores, ésta adopta aquí características particulares.

Una de las características que afecta directamente el trabajo con el viejo es que desde su imagen cargada de significación, se juega una relación transferencial que nos remite al vínculo con nuestros primeros modelos, nuestras figuras parentales.

De esta forma se abre el espacio para que se reediten prototipos de vinculación infantil como pueden ser la necesidad de sentir cariño de parte del anciano. A partir de aquí podemos observar, por ejemplo, ante la demostración de afecto, la actitud de aceptación gratificante, o el rechazo ante la vivencia de ser transportados a reeditar viejas relaciones.

 

Por otro lado al momento de pensar en las dificultades especiales que puede plantear el trabajo con viejos debemos remitir necesariamente a los temores que el mismo despierta. Aludimos a dos posibles movimientos en relación a la temida vejez, a la temida muerte. El primero tiene que ver con un movimiento defensivo: al trabajar con viejos, anticipamos nuestra vejez y sus abismos. El segundo, radica en la fantasía de que, al abordar técnicamente lo temido, se pueda integrarlo, enriquecerse con ello y controlarlo.

Lo siniestro, tal cual lo identificatorio, nos acompaña toda la vida. En la vejez y en la muerte lo ubicamos como algo lejano. El trabajo con adultos mayores nos hace revivirlo y vemos también sus efectos en nuestro trabajo y en el de otros técnicos: las ansiedades por las separaciones, la impotencia, la infantilización de los vínculos, la necesidad de mantener una relación de dependencia, la necesidad de estar haciendo constantemente, son algunas de las vivencias que conmueven nuestro trabajo.

Una de las preguntas más cuestionadoras y problemáticas a formularse por los técnicos y las instituciones que accionan en el campo de la vejez debería ser en torno a los objetivos y el sentido del trabajo que llevan adelante. En tanto en este campo no se prepara al anciano para una nueva etapa, como se hace en instituciones que trabajan con otras franjas etáreas, y si se propone algo más que un depósito de viejos, el problema surge al momento de pensar la posibilidad y la dimensión del proyecto en la etapa vital que supone la vejez.

Una de las nociones a trabajar es el de la temporalidad, cómo se registra y se vive el tiempo, entre otras cosas la dificultad de llevar al menos a un plano discursivo la posibilidad de pensar el futuro, y por lo tanto de sostener un proyecto vital. Algo de esta imposibilidad se observa también en lo relativo a proyectos y políticas en torno a la vejez.

A modo de ejemplo: un grupo de estudiantes, exponiendo un trabajo en un ateneo, se refieren a esta imposibilidad de formulación de un proyecto en los viejos y la relación de esto con la muerte. A continuación, aunque sin conexión aparente con lo anterior, se refieren a las dificultades de planificación del trabajo a largo plazo; sólo se puede planificar de una reunión a la otra.

El problema radicaría, más que en cuestionarse si es realmente imposible el proyecto en la vejez, en preguntarse en qué consistiría, cuáles serían sus alcances y significaciones y sobre todo no verlo sólo a la luz de lo que un proyecto implica desde otra edad diferente.

Lo que rápidamente podemos formular es que el presupuesto de la imposibilidad del proyecto en la vejez conduce fácilmente a actuar en el trabajo profesional eso que se adjudica al viejo y, de esta forma, oficiando como un prejuicio más, lleva a obturar las potencialidades del trabajo así como las de los propios sujetos de generar sus proyectos.

El trabajo psicológico con adultos mayores nos lleva a reflexionar seriamente en los planos científico y académico, pero también íntima y personalmente, sobre el tema del proyecto de vida.

Una primera puntualización a la vez sencilla y fundamental: es necesario discriminar clar amente el proyecto de vida de la idea de plan. Creemos que es la asimilación de un término al otro lo

que hace creer a muchos estudiosos de la vejez que un proyecto de vida es imposible o al menos sólo remisible a plazos muy cortos en la ancianidad.

Preferimos vincular esto del proyecto, si se nos permite cierto desliz existencialista, al problema del sentido de la vida para el sujeto.

Las instituciones y los diversos discursos sociales son originales invenciones de los hombres, y también sus condiciones de existencia, sin embargo una vez creadas, aparecen para los hombres como dadas. Similar proceso sufre la evolución del proyecto de vida: es creado por el sujeto a la vez como clave de proyección y autonomía, fruto de las condiciones sociales de posibilidad, producto de lo que Piera Aulagnier denomina "violencia secundaria", movimiento de sujetación, libertad y celda. El proyecto también, si no surge la oportunidad de la ruptura, aparecerá para el sujeto como dado.

El desafío es, en general, igual en todas las edades: al decir de Cornelius Castoriadis, hacer posible "el devenir de una subjetividad reflexiva, capaz de deliberación y de voluntad" (2).

En definitiva, consiste en aceptar que "la vida contiene e implica la precariedad del sentido en continuo suspenso, la precariedad de los objetos investidos, la precariedad de las actividades investidas y del sentido del que las hemos dotado" (3). El desafío es, para comprender el problema del proyecto en la vejez, la aceptación de la precariedad de todos los proyectos, en todas las edades.

Algo más nos dice Castoriadis, hablando sobre la autonomía y el Psicoanálisis, que creemos ilustra gran parte de la lucha a darse en la vejez: "El análisis se vuelve interminable, en primer lugar, en razón de la incapacidad del paciente (y del analista) de aceptar la muerte del que era para devenir otra persona... Pero también en razón de la incapacidad del paciente de aceptar la realidad de la muerte real, total, plena".

Esto no lo traemos por puro preciosismo macabro, lo hacemos porque es lo que nos permite comprender algunas de las razones por las cuales el viejo es preso de un proyecto dado pero también irrealizable, o se encuentra condenado al no proyecto. En el viejo, el único proyecto posible es el proyecto autónomo. El problema del proyecto en la vejez nos enfrenta al viejo problema de la autonomía.

Uno de los efectos que genera la "3ra. Edad" como colectivo, y a partir de lo que se significa en ella, es el de oficiar como cuestionador del sistema social y del lugar que ocupan y ocuparán más adelante los demás. Desde determinados discursos se denomina a los viejos como pasivos, fuera de la actividad, de la producción, en una especie de quietud. Este discurso, ejerce una violencia que justifica y asigna el lugar del no-conflicto. El mensaje que llega desde la nominación "clase pasiva" parecería decir que ya dieron lo mejor de sí, ya cumplieron con la sociedad, y ahora deben mantenerse al margen de ésta, ya sea al margen de la producción, la toma de decisiones, etc. Sin embargo, no olvidemos que, al menos en nuestro país, pocos colectivos tienen la fuerza de éste en cuanto a la influencia en las votaciones nacionales, único momento (no reconocido), en que aparentemente pasan a la actividad para volver luego a su "estado natural".

Desde este discurso social, que en la cotidianeidad del viejo opera a nivel psíquico, corporal y vincular, se va construyendo un imaginario social respecto a la vejez.

Teniendo en cuenta todo lo anteriormente dicho, estamos en condiciones de retomar la pregunta sobre el sentido de la mayoría de las instituciones que trabajan con viejos. Por lo general, las instituciones que trabajan con un grupo etário definido, preparan a éste para algo posterior, para asumir una nueva etapa en la vida.

En cambio, en las propuestas en torno a los ancianos, llámense clubes, centros diurnos, asilos, casas de salud, etc., la consigna parecería ser "que pasen lo mejor posible los años que les quedan ya que no hay próxima etapa". Surge así toda una gama de propuestas que son exclusivamente recreativas y por momentos infantilizantes o totalmente disociadas. Es muy común escuchar de muchos profesionales, la comparación de los viejos con los niños.

El modelo a lograr y a mostrar es el del "viejo feliz", no importa a costa de qué.

Este tipo de propuesta produce un doble efecto: Por un lado, en los técnicos, ayuda a exorcizar las angustias que produce el trabajo con viejos, y que tratamos más arriba. Por otro, cumple con un encargo social, que es el mantener a este colectivo en el lugar de no-conflicto, negándoles la posibilidad de crear y apropiarse de su producción. A su vez, el mostrar a ese "viejo feliz", oficia a nivel social como válvula de escape, aflojando tensiones y culpas, a la vez que señala a los más jóvenes un modelo menos malo a seguir.

Con esto no queremos decir que haya que dejar de lado las propuestas recreativas o alegres, y que el viejo tenga que soportar propuestas para "sufrir". Lo que sí queremos enfatizar, es la necesidad de ver, desde dónde y para qué realizamos nuestras intervenciones.

Si pensamos que el objetivo del trabajo con viejos, es colaborar con ellos, en la tarea de apropiación de sus propias vidas, o sea generando un nuevo proyecto, se abre una multitud de posibilidades para la integración de propuestas a un proceso donde no les sea negada su propia capacidad de reflexión y crítica. Esto posiblemente lleve a ver un viejo que como todo ser humano tiene alegrías y tristezas, pero aquí, ambos sentimientos estarán integrados a su persona y no serán una defensa negadora de sí mismos, y tranquilizadora de los técnicos.

Tal vez, a partir de aquí podamos trabajar en temas como el lugar que ocupa en su familia, sus modelos identificatorios, su cuerpo, etc. En definitiva, sobre los distintos soportes de su personalidad, los que le permitirán o no acceder a crear su propio proyecto de vida, o sea, comenzar o recomenzar a transitar hacia su autonomía.

Montevideo, junio 30 de 1995. -

Notas

(1) Salvarezza, L. Psicogeriatría, teoría y clínica. Ed. Paidos. Bs.As. 1993. pág. 26

(2) Castoriadis, C. El mundo fragmentado. Ed. Nordam, Montevideo, 1993, pág. 93.

(3) Castoriadis, C. Idem, pág. 101


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