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Reportaje a Jorge Baños Orellana
Realizado por el equipo de redacción de Relatos de la clinica

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2° Parte

Viene de ....

Tergiversaciones clínicas: el dilema de la exactitud y la verdad

MS –Volviendo a las cuestiones de la transmisión de la clínica, creo que los psicoanalistas arrastramos cierto problema que se origina en Lacan. Lacan, a diferencia de Freud, no sólo no hablaba de sus pacientes, también podríamos decir que, lo que tomaba de la clínica, siempre lo tomaba desde un punto de vista más estructural o conceptual.
Por ejemplo, en sus siete versiones del Hombre de los sesos frescos, lo que vemos es cómo Lacan toma eso y lo va adecuando para mostrar cómo piensa él el acting-out. Y cómo piensa él el acting-out, es de suponer que es el resultado de su clínica. Pero de esta clínica sólo tenemos noticias por esta elaboración conceptual más distante. De su clínica no dice ....

JBO –...no dice prácticamente nada; en este momento únicamente tengo presente dos viñetas que él declara como provenientes de su propia experiencia. Una, la del paciente obsesivo que atraviesa un período de impotencia al término de su análisis, eso figura en el escrito "La dirección de la cura", y la otra es la viñeta de una analizante mujer que aparece, si no me equivoco, en el seminario de "La angustia". Mi hipótesis optimista es que se pueden encontrar otros testimonio suyos mucho más extensos por una vía indirecta: buscando detrás de ciertas especulaciones clínicas en torno a de sujetos que él no analizó. Al respecto, me detuve especialmente en dos de esas pantallas o biombos del consultorio de Lacan, el de Kris y el de Joyce. Cuando se miran de cerca el Seminario 23 y las siete menciones que hace del Hombre de los sesos frescos, se encuentran a cada paso las huellas digitales de Lacan tergiversando, torciendo esas vidas y esos testimonios para que se parezca más a.... ¿A qué?, ¿a la medida de sus chicanas políticas?, ¿a las expectativas de sus gustos teóricos? No, no exactamente a eso; si hay una acusación que Lacan no merece es la de que haya sido facilista consigo mismo o con los demás. ¿Entonces, para que tergiversaba? Creo que hay suficientes indicios para sostener seriamente que lo hacía para representar lo que le ocurría en su consultorio.

Desde hace más de diez años vengo insistiendo, con mucha y bastante costosa documentación, que el Joyce del Seminario 23 no es James Joyce, y que Lacan lo sabía perfectamente.(17) En cuanto a las siete variaciones de ese caso de Kris, estuve varios meses buscándole otras soluciones, buscando mejores justificaciones en la historia de la política del psicoanálisis, en la miseria de los nacionalismos, en la circulación de las publicaciones y hasta en trastornos de la memoria; pero no hay vuelta, la única explicación verosímil es la de que Lacan convirtió ese caso ajeno en una pantalla de su propia experiencia con el acting-out. En un intenso debate que mantuve con Jean Allouch, el pasado mes de febrero en París, él aceptó esa idea llevándola todavía más lejos, al sostener la hipótesis (con argumentos sumamente atendibles) de que Lacan tergiversó el caso del Hombre de los sesos frescos para hablar de sí mismo... Sus razones y mi respuesta (entusiasmada, pero muy poco complaciente) aparecerán publicadas como un capítulo extra en la traducción francesa de El escritorio, prevista para abril de 2001, pero antes se podrá leer en español en el número de diciembre de 2000 de Acheronta.

Entonces, estrictamente hablando no hay casos clínicos publicados por Lacan. Podría objetarse que está el extenso caso Aimée, incluido en su tesis de psiquiatría,(18) pero no se la puede tomar por una cura psicoanalítica, a pesar de que tenga un tremendo interés para el psicoanálisis. Y otro tanto sucede con las presentaciones de enfermos. La única alternativa está en buscarlos en esas pantallas tergiversadas.

 

Ventajas y riesgos del documentalismo

MS –Sí, pero no sería sólo de lo que pasa en su consultorio en términos de dar cuenta o de relatar la clínica, sino de la deducción conceptual que él hace a partir de esa clínica. Con lo cual nos ubica ya a una distancia que no encontramos en Freud (en Freud el caso clínico siempre está más "cerca").
Y quizás nos ha quedado, por identificación, por imitación o por lo que sea, este vicio de hablar de la clínica desde cierta "distancia", es decir, ubicarnos primero en la teoría y en lo conceptual, y desde ahí tratar de mostrar algo de la clínica; lo que implica una inversión completa de la suposición de que cada caso debe funcionar como el "primer" caso. En la medida en que esa distancia se va haciendo cada vez mayor, en la medida en que ya no se trata de Lacan sino de los "hijos de Lacan" (para retomar lo de los "hijos de Malinowsky"), digamos, ya no se sabe muy bien qué se está discutiendo.

Valeria Mazzia –Lo que pasa es que ahí el tema queda como "ejemplo". Si priorizamos algo desde lo conceptual, sin mostrar el proceso, nos queda la viñeta, lo que fuera, pero como "ejemplo" de lo conceptual.

FR –Además, esa retórica, por las licencias que podría permitirse, pasaría ya, a ser una poética. Es decir, se pierde de vista esa clínica, por estas facultades que se atribuyen al autor de configurar el caso clínico como quiera y alimentarlo también de la manera que quiera, del mismo modo que puede alimentarse el síntoma y hacerle decir muchas cosas.

MS –Lo que subraya Valeria es que todo tiene que encajar en la teoría. Esto no significa que esté mal la preocupación por el interlocutor. Pero esta distancia, se vuelve problemática cuando hace que el caso pase a ser una ilustración y no un material cuestionador de la teoría, como, por ejemplo, el Hombre de las ratas, que, en Freud, viene a problematizar gran parte de su teoría sobre la histeria.

JBO –Indudablemente, Lacan vino a complicar el estatuto y a alentar nuevas perversiones de la escritura de casos; pero también vino a poner en evidencia la complicación inevitable, la opacidad fatal de esos testimonios. Al respecto, en ese artículo que mencioné sobre la fundación del género del caso clínico psicoanalítico, (v. nota 3) puse el acento en que la posición de Freud estuvo lejos de ser única o ingenua. Por una parte, en "Un caso de paranoia contrario a la teoría psicoanalítica", afirma sensatamente a la manera de un filólogo clásico que: "Me parece, en efecto, una mala costumbre deformar, aunque sea por los mejores motivos, los rasgos de un historial patológico, pues no es posible saber de antemano cuál de los aspectos del caso será el que atraiga preferentemente la atención del lector de juicio independiente y se corre el peligro de inducir a este último a graves errores." Con lo cual, a primera instancia, difícilmente uno podría estar en desacuerdo. Un caso sería un recuento fiel, una placa fotográfica intacta, que hoy quizá solamente podemos comentar de una manera muy limitada; pero que mañana, con los nuevos avances, los futuros analistas sabrán observar con lupas más poderosas. Es una bella esperanza; sin embargo, Freud mismo admitía que si se sacan fotografías de un grano muy fino, es muy probable que ni hoy ni nunca se conseguirá que se les preste atención. Por eso en "Consejos al médico en el tratamiento analítico" avisaba que: "...en cuanto se refiere a los historiales clínicos psicoanalíticos, los protocolos detallados presentan una utilidad mucho menor de lo que pudiera esperarse. Pertenece, en último término, a aquella exactitud aparente de la cual nos ofrece ejemplos singulares la Psiquiatría moderna. Por lo general resultan fatigosos para el lector, sin que siquiera puedan darle en cambio la impresión de asistir al análisis. Hemos comprobado ya repetidamente que el lector, cuando quiere creer al analista, le concede también su crédito en cuanto a la elaboración a la cual ha tenido que someter su material, y si no quiere tomar en serio ni el análisis ni al analista, ningún protocolo, por exacto que sea, le hará la menor impresión."

 

El estilo y el coraje

JBO –No voy a negar que los casos tergiversados por Lacan caminan en el borde de la cornisa; tampoco me opongo tajantemente a la posibilidad de que el descuido, por parte del grueso del lacanismo, de esas tergiversaciones haya obedecido no tanto a la inadvertencia como a un temor de que su ejemplo se generalice, alentando ciertas libertades poéticas que fácilmente podrían convertirse en canalladas didácticas. Pero creo que es mejor no proteger tanto a nuestros colegas, ni tomar a los analistas por menores de edad, sino subrayar esas tergiversaciones como una colaboración para que se pierda la inocencia con respecto a la escritura. Después de todo, ¿quién creer, hoy, en la completud documental de un caso relatado a la manera clásica? La transparencia clásica también obedece a una poética, no es una escritura grado cero, como diría Barthes.

Además, no sería justo asumir que la poética de L acan (e incluso las del lacanismo) siempre apunta a consolidar lo que busca de antemano. Una retórica más elaborada no es necesariamente sinónimo de insinceridad. Por ejemplo, el Joyce de Lacan es indudablemente una distorsión, pero no sería justo agregar que es una distorsión al servicio de complacer su teoría. Me parece indudable que la omnipresente figura de Joyce ayudó a que en el Seminario 23 se introdujeran novedades, a que se desacomodara y hasta se pusiera en crisis lo afirmado en el Seminario 22. ¿Pero podemos atrevernos a decir lo contrario: que ese progreso o autocrítica, del Seminario 23, fue resultado de su estilo? No estoy completamente seguro. Por un lado está esa declaración de Lacan del Seminario 19 que puse como epígrafe general de El escritorio: "Es un hecho —al menos para mí— que es mientras escribo que encuentro. Esto no quiere decir que si no escribiera no encontraría nada. Pero, en definitiva, tal vez no me percataría de ello." Si la tomamos al pie de la letra (¿y por qué no?), la respuesta sería afirmativa; de todas maneras, prefiero ver la poética de la escritura como un factor necesario pero no suficiente para el descubrimiento. Si bien el poder heurístico de cada estilo es una fuerza fundamental y no sería exagerado admitir que hay formas de escribir que llevan a lugares que sólo a través suyo se llega, creo que hace falta algo más para dar el último paso: hace falta coraje. Sobran ejemplos de emuladores del estilo de Lacan que se la pasan mordiéndose al cola, ¡y no hay menos que hacen otro tanto con el pulcro estilo de Freud! Si Freud publicó el problemático Hombre de las ratas en lugar de otro caso que lo mantenía en sus convicciones previas, eso no se debió exclusivamente a la potencia de la honesta prosa clásica, sino al coraje de Freud de avanzar por caminos peligrosos. Otro tanto habría sucedido con Lacan: lo que hizo lo alcanzó gracias al estilo, pero no solamente gracias a eso.

A estos dilemas de la producción de casos, hay que agregar los de su recepción. Por ejemplo, el del tremendo error de leer a Lacan como si se tratara de Freud. Lamentablemente hay una demanda muy grande de que Lacan nos cuente sus casos como si fuera un hombre del siglo xix. Con el mencionado Seminario 23 eso se ha vuelto desesperante; hay decenas, o acaso cientos de trabajitos girando alrededor de la creencia de que Lacan no puede sino estar hablando del escritor irlandés James Joyce, de que Lacan no puede sino ser veraz para contar la verdad... Ese enredarse en las expectativas de otro estilo trae costos tremendos, por ejemplo los que leen así el Seminario 23 ven censuradas la posibilidad de leer estudios joyceanos (los cuales irremediablemente desdicen a Lacan) y la posibilidad de hacerse preguntas tales como ¿de quién o de qué habla ese seminario: del Sr. Primeau, de varios casos a la vez, de una patología nodal ideal?

Tampoco estoy sugiriendo que Freud haya sido un escribano de la clínica. Si Lacan habló de Joyce sin decirnos "en realidad cuando nombro a Joyce estoy pensando en…", algo cercano hizo Freud con Leonardo da Vinci. En una carta a Jung, cuenta que tiene un paciente que es una suerte de Leonardo sin genio.(19) Era en ese paciente en quien pensaba, ese era el punto de apoyo clínico de Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci: un caso de Freud del que nunca sabremos nada explícitamente. Esa apoyatura en su consultorio, más su coraje agrandado al regreso de las conferencias en los Estados Unidos, más la imprudencia de utilizar una mala traducción al alemán de los diarios de Leonardo, tuvieron como fruto el primer acercamiento al narcisismo y a la madre fálica. Claro que también sería un error acercar demasiado el Seminario 23 a Un recuerdo infantil; porque cuando Freud plantea acerca de Leonardo ciertas conclusiones que los historiadores del arte pronto le objetarán, eso no ocurrió debido a que el Leonardo de Freud era una tergiversación deliberada, sino debido a la escasa y falsa información con la que contaba Freud; el Joyce de Lacan, en cambio, era deliberadamente contradictorio con la documentación joyceana que Lacan sí conocía, en buena medida.

Fabular un caso para contar otro. ¿Hizo Lacan lo acertado?, o mejor, ¿valdría la pena alentar que lo suyo se generalice? Quizás él no pudo encontrar otro modo mejor de contar sus casos; y no solamente porque estaba demasiado advertido de los problemas de la representación, sino por su lugar institucional y por la prisa que más de una vez admitió sufrir debido a lo avanzado de su edad. Aún así, contar un caso nunca fue una tarea sencilla. Melanie Klein y Donald Winnicott eran grandes narradores de viñetas clínicas; sin embargo, para hablar de modo exhaustivo acerca de un caso, tanto Klein (con el caso Richard) como Winnicott (con "The Piggle"), tuvieron que esperar a encontrarse al borde de la muerte: de hecho, los dos casos tuvieron publicación póstuma.(20) Como decía antes, el relato clínico es el género de escritura analítica más codificado, más restringido y más prevenido, lo cual se entiende, porque es en el que el autor queda más expuesto en su condición analítica, más amenazado por los otros —naturalmente amenazado por rivales, pero también por sus pares, sus superiores institucionales e incluso por los propios analizantes.

 

Casuística lacaniana

MS –Pero también podría ser una cuestión de estilo, de manera de pensar. Porque eso siempre fue constante en Lacan, desde el principio hasta el fin. Siempre opera en este nivel más conceptual. Es menos arqueólogo que Freud, deja el terreno menos abierto. En este sentido, viendo las cosas al nivel de los "hijos de Lacan", pensando en esta mímica del estilo...

JBO –Sí, se ven algunos intentos de llevar eso muy lejos entre nosotros; pero también es cierto que en todas las instituciones lacanianas se presentan cotidianamente casos a la manera más clásica. Por otra parte, sería injusto olvidar que, en paralelo a sus seminarios, Lacan mantenía una presentación semanal o quincenal de enfermos. Creo que la hacía los viernes. La desgrabación de esas presentaciones circula fragmentaria y escasamente, pero formaba parte de la enseñanza que Lacan preveía para los analistas. Allouch, por ejemplo, insiste en el peso que tuvo para él concurrir a esas presentaciones; cuenta que allí encontraba otro Lacan, uno de una expresión accesible y mucho más movido por la curiosidad hacia la palabra del paciente que por un afán de transmitir la propia palabra. Asimismo, él supervisó a mucha gente —Nasio cuenta que supervisó con él durante muchos años. Lo que pasa es que eso permaneció como lo esotérico y no como lo público de su enseñanza.

MS –A mí me preocupa todo esto por la cuestión de la incidencia del "interlocutor" a la hora de transmisión de la clínica. La pregunta podría ser: ¿Cuáles son nuestros interlocutores, ahora, cuando escribimos? ¿Nuestros interlocutores son "el atravesamiento del fantasma", "la identificación al síntoma", la certificación analítica en el pase, etc., es decir, ciertas teorizaciones muy cristalizadas en torno a necesidades o funcionamientos institucionales?

En tus libros presentas algunos de los interlocutores con que se manejaba Lacan, los interlocutores con los que se manejaba Freud. El asunto seria medir la incidencia de nuestros actuales interlocutores, para ver como pensamos la clínica, como damos cuenta de ella. Es en ese punto que me pregunto por la función de esta distancia, tan acostumbrada ya, entre la teoría y la clínica. Me pregunto si no estamos inmersos en un círculo vicioso, donde solo discutimos teoría, ergo, una simple discusión de grupos.

JBO –Yo creo que, por ejemplo para el tema de la escritura de casos, entre nuestros interlocutores posibles están justamente los autores de estos libros de historia, antropología, semiótica y filosofía que se fueron juntando en esta mesa. Lacan era alguien absolutamente actualizado y advertido de lo que estaba pasando en el mundo, seguramente él los habría leído y les habría ido a golpear la puerta, como hizo con tantos, incluso cuando él ya era alguien muy conocido. Hay colegas que suponen que si Lacan hubiese sobrevivido hasta hoy, él seguiría trabajando con los modelos que lo ocupaban los últimos años (los nudos, las trenzas, la escritura joyceana, etc.), ¡es absurdo! Estas ideas que están sobre esta mesa empezaron a ocurrir, o por los menos a tomar estado público, no antes de principios de los '80, vale decir, cuando Lacan ya no estaba. Si nos identificáramos un poco más a ese rasgo de la curiosidad e incluso de la voracidad teórica de Lacan, estos autores serían nuestros interlocutores naturales, sobre todo porque son autores mucho más molestos que modestos. Podríamos, así, aprovechar mucho de las crisis que ellos tuvieron, para no darnos los mismos golpes. Sin embargo será difícil; la tranquilidad de convertirse en un lacaniano integrado es más fuerte que la de hacer propios los riesgos de actualidad que asumía Lacan. Lamentablemente el cuadro que describe Michel es bastante ajustado a lo que pasa en la actualidad con la mayoría.

 

Los peligros de Babel y del metalenguaje

VM –Volviendo al tema de los debates clínicos, a mí, a veces, de la presentación de casos, me queda la sensación de que hay cierta torre de Babel, cierta incomunicación o imposibilidad de transmitir o de cernir los ejes de una discusión, dentro del mismo psicoanálisis.

JBO –Comparto esa sensación, aunque no deberíamos pasar por alto que algo de eso viene pasando desde que nació el psicoanálisis. Ya en las reuniones de los miércoles de la Sociedad de Viena empiezan a insinuarse diálogos de sordos provocado por la incomensurabilidad de distintos paradigmas. Las llamadas "grandes controversias" que mantuvieron los tres grupos de la escuela inglesa, en los años cuarenta son la teatralización de la torre de Babel. No, no hubo que esperar que apareciera el maldito Lacan para que se cayera la torre de Babel del psicoanálisis. Es un tema urticante y habría que tomarlo con interés antes que con resignación; aunque no con un interés por instaurar algún esperanto analítico universal, sino para entender cómo es la arquitectura de nuestra torre, cómo es que se fueron agregando nuevos pisos, cómo es que se derrumban.

VM –Hay algo en la forma de transmitir el caso que podría cernir mejor eso, ¿o no? Por momentos queda como que es algo que sí o sí va a pasar, pero, ¿qué de esto tiene que ver con cómo pensamos que es la transmisión, el lenguaje?, y ¿qué de la presentación de un texto, del formato?
No de un método, pero sí de tener ciertas herramientas, de acuerdo al tipo de argumentación que uno use, que podrían facilitar al menos el debate.

JBO –Antes de decidir si hay una solución superior a las restantes, hace falta contar con buenas descripciones, con buenos relevamientos del catalogo de cómo se cuentan los casos. Y para hacer buenas descripciones hace falta un vocabulario para poder hablar de eso. Las pocas veces que se escucha describir la retórica de un caso, se lo hace desde perspectivas muy poco trabajadas, como si la semiótica y la retórica de los últimos cincuenta años no hubiesen ocurrido. Está casi todo por hacerse. No conozco un solo trabajo acerca de ni siquiera cómo construimos en los casos la voz de narrador. Tampoco acerca de cómo construimos el protagonismo del paciente; inevitablemente hay ahí la construcción de un personaje; pero apenas hablamos de "personaje", aparecen en primer plano connotaciones despectivas por las que se lo toma por una especie de títere?

No es sencillo. Geertz intentó hacerlo, intentó describir la poética según la cual cada uno de los grandes antropólogos construyeron su salvaje, y hay que ver en qué aprietos se mete para advertir que él no pretende denunciar a esos maestros de haber "inventado" su salvaje de la nada, sino que, en realidad, lo único que se puede hacer es construir. En "Descripción densa: hacia una teoría interpretativa de la cultura", que es el capítulo programático de este libro, La interpretación de las culturas, afirma lo siguiente: "Apoyándonos en la base fáctica , la roca firme (si es que la hay) de toda la empresa, ya desde el comienzo nos hallamos explicando y, lo que es peor, explicando explicaciones. Guiños sobre guiños sobre guiños. (...) Hacer etnografía es como tratar de leer (en el sentido de "interpretar un texto") un manuscrito extranjero, borroso, plagado de elipsis, de incoherencias, de sospechosas enmiendas y de comentarios tendenciosos y además escrito no en las grafías convencionales de representación sonora, sino en ejemplos volátiles de conducta modelada."(21)

SB –En un momento dado me llamó la atención que utilizaras la palabra "amenaza" de parte de los psicoanalistas, en relación a relatar o contar su clínica y el modo de fin de análisis. Estás diciendo que hay cierta cosa de sentirse amenazado? ¿Cuál sería esta amenaza?

JBO –Es que siempre parecen pocos los resguardos cuando lo que se pone a consideración de los demás es un testimonio del propio desempeño como analista. Aunque se supone, y con razón, que todo conduce a la clínica, es indudable que nos resultan menos temidas las escenas en las que a uno le corrigen el modo en que dibujó una superficie topológica o escribió la fórmula de uno de los cuatro discursos, que las escenas en las que somos cuestionados por el diagnóstico que le dimos a un caso que presentamos, o por la falta de oportunidad con que allí pronunciamos una interpretación. Y subiendo por el gradiente del terror, una de las peores escenas es la de exponerse al juicio adverso de los demás con respecto al propio análisis, para ver si hubo o no un final; es por eso que el trámite del pase transcurre, al menos en sus primeras etapas, por mediaciones tan complicadas y secretas, y aún así la mayor parte de los analistas no estamos muy convencidos de las garantías y la calidad de interlocución que se ofrecen para atravesar semejante prueba. No es casual, entonces, que los testimonios públicos del pase merezcan, por parte de su auditorio, prolongadísimos aplausos y lagrimeos indisimulados, así como también las peores murmuraciones. Para unos es la verdad que habla; para otros, el oportunismo.

Y, en este sentido, se crea una oposición rabiosa entre los que escuchan allí la honesta sinceridad sin vueltas (como si el fin de análisis nos desabonara de la maldición del lenguaje) y los que sólo escuchan la fabulación política (como si el deseo de testimoniar el propio fin de análisis fuera patognomónico del final de los analistas hipócritas). En medio de semejante tensión de opuestos, cualquier intento de formalizar esos testimonios bajo la forma relato, o la preguntar de si no es posible que la pregnancia de forma relato haya apurado la creencia de un final, resultan igualmente repugnantes para los dos bandos.

En realidad, ante el menor atisbo de hacer un análisis formal de los relatos clínicos (no importa si del propio análisis o de análisis que uno dirige), a un número considerable de colegas se les ponen todavía los pelos de punta; porque sospechan que por ese camino se acabará asumiendo que todo es ficción. La sola idea de sacar ventaja de los estudios de la retórica de la literatura ficcional, equivaldría a aceptar que toda escritura que apele a la forma relato es ficticio, y desde allí comenzaría un desbarrancamiento a la tontería suprema de que se puede decir cualquier cosa de cualquier cosa y que no hay ningún referente. Yo creo que no es necesariamente así. De lo que se trata únicamente es de que reconozcamos, de una buena vez, que hay una mediación del lenguaje y de que eso no es gratuito y de que eso es, al mismo tiempo, nuestra única oportunidad. Es porque hay retórica que podemos contar (documentando o falsificando) casos clínicos, los perros no pueden hacerlo.

 

Hacia una escritura no ficcional

MS –Ahora, de alguna manera, tal como lo planteas, ¿no terminaríamos siendo todos "hijos de Shakespeare", tal como lo plantea Bloom?(22)

JBO –Me niego a aceptarlo. Hay un algo más por lo cual la historia, la antropología y el psicoanálisis no producen literatura ficcional, aunque utilicen una serie de recursos retóricos de los cuales, hasta ahora, solamente los escritores de ficción habían sido muy conscientes de estar empleando.

Lo que pasa es que esta operación de atender a la propia escritura (que con mueca de desprecio se la suele tildar de "posmoderna"), tiene muy mala prensa porque surgió simultáneamente a la caída de la credibilidad de lo que venían tomándose por referentes seguros. En los años en que yo fui un marxista juvenil, tenía una convicción absoluta acerca de cómo iba a desarrollarse la historia, y me hubiese parecido una repugnante irreverencia burguesa encontrar un libro como el de Geertz a propósito de la escritura de Marx. Pero el deterioro de las certezas marxistas o las de la antropología o las de la lingüística de hace medio siglo, no se debió al giro posmoderno. No fue Geertz el que tiró abajo el muro de Berlín de aquellos dioses que nos permitían vivir con la Verdad ante los ojos y con el revolver de lo Inevitable en la campera.

A mí me parece que el estudiar la escritura de la clínica no llevará a ningún nihilismo, en la medida en que no se entregue la oposición ficcional/no ficcional. Es cierto que esto último puede suscitar discusiones; pero la mayoría serán puramente terminológicas. Por ejemplo, en el artículo que vimos hace un momento, "Descripción densa", Geertz apela a las astucias de la etimología para robarle a la literatura convencional el título de propiedad del término «ficción»: "En suma, los escritos antropológicos (...) son ficciones; ficciones en el sentido de que son algo "hecho", algo "formado", "compuesto" —que es la significación de fictio—, no necesariamente falsas o inefectivas o meros experimentos mentales de "como sí".(23) Francamente, no le veo la ventaja, tampoco el peligro; fíjense que esa declaración no le impidió llamar al orden a sus "hijos".

A lo que voy es a que, por un lado, en todo relato hay una serie de complicadas operaciones de montaje, de elección de puntos de vista, de construcción de la voz del narrador, etc. que no están menos en la escritura del informe de campo de la antropología, en la crónica de la historia o en el historial del psicoanálisis que en el cuento de ficción (no en vano se habla de "literatura analítica"). Y, por el otro lado, la antropología, la historia y el psicoanálisis son prácticas literarias en donde el único mérito al que pueden aspirar es el de deshacerse de lo ficcional.

Son tres disciplinas urgidas a contar algo que sucede a lo largo del tiempo; un algo que sucede con un complejidad tan grande que requiere de la sintaxis del cuento o incluso de la novela. No todas las disciplinas son cosas del contar; las matemáticas "cuentan", pero de otro modo ¿o hay una matemática diacrónica? No lo sé. Es probable que, por ejemplo, la forma sonata de la composición musical se pueda escribir en una fórmula; sin embargo, no creo que la matemática pueda demostrar porque la forma sonata hace mayor sentido que otras fórmulas en el auditorio humano. Es lo mismo con el famoso número áureo que ubica las líneas fuertes de la composición fotográfica o pictórica: ningún matemático podrá "demostrar" el porqué esa fórmula es mejor vista por el ojo que cualquier otra; ocurre que es "áurea" para el ojo, no para el mercado de valores de los números. Los objetos de la historia, la antropología y el psicoanálisis son (esperamos que sean) escribibles pero no son mera escritura.

FR –¿Cuáles serían los límites de esa retórica, los límites de la interpretación y los límites que hacen a la libertad de la intención lectora de un caso, de un texto? ¿Cuál sería la piedra de toque? ¿Cómo mediar ahí entre lo que es válido y lo que sería ya despegarse demasiado de lo que alguien (un paciente, el mismo expositor o cualquier otro agente de la enunciación) cuenta? Porque en la descripción misma, de la que hablábamos antes, y por la que vos abogas, ya esa descripción esta imbuida de retórica.

JBO –Estoy de acuerdo, siempre hay retórica; al contar un caso hacemos inevitablemente "guiños sobre guiños sobre guiños". Ahora bien, no hay retórica más nefasta que la retórica de la antiretórica, porque es el mayor engaño. En este aspecto la literatura ficcional, en la medida que asume sus marcas (en la medida en que una novela se presenta como novela), es la más veraz de las escrituras. Pero, insisto, que hagamos guiños sobre guiños sobre guiños no quiere decir que todo dé igual o que no haya frontera entre descripción posible y ficción segura, o si se prefiere, entre ficciones verdaderas y verdaderas ficciones. El escándalo está en que las líneas de borde de esos dos conjuntos no son tan netas, ni para quién cuenta el caso ni para quien lo recibe. Aunque no escribamos ni leamos nunca más ingenuamente un historial clásico o un informe de campo de un antropólogo del siglo xix, eso no quiere decir que no debamos sentir una justificada alarma frente a emprendimientos límites de la descripción posible: como es el caso de Lacan describiendo su experiencia con el acting-out a través de tergiversaciones de un relato de Kris. ¿Estuvo justificada o no la condena de Geertz a sus discípulos del trabajo de campo en Marruecos? Son casos fronterizos difíciles de definir.

Los antropólogos tienen otro ejemplo escandaloso, el de Shabono: A true Adventure in the Remote and Magical Heart of the South American Jungle, un libro aparecido en 1982 que tuvo un éxito fenomenal. Se debía a Florinda Donner, una muchacha recientemente graduada en antropología que escribió maravillosamente bien acerca de su convivencia con los yanomanos en su breve trabajo de campo en Venezuela. La obra venía con una contratapa consagratoria firmada por Carlos Castaneda (lo que debió ser tenido más en cuenta) y fue saludada por varios antropólogos y medios masivos, como la revista Newsweek. La controversia comenzó cuando apareció la reseña de la revista American Anthropologist, firmada por una tal Rebecca DeHolmes, en la que acusaba a Donner de haber cometido plagio. No es que el libro dijera hago antropológicamente falso, sino que ese libro no era la true adventure de su autora, sino, en una buena extensión, la aventura contada, en 1965, por una niña raptada por los yamoama en los años cincuenta. Tanto la defensa de Donner alegando y defendiendo una metodología de "onirismo etnográfico", así como las acusaciones de DeHolmes y otros fiscales, se encuentra ecuánimemente discutido por Mary Louisse Pratt en su participación en aquel congreso de Santa Fe a favor de "los hijos de Geertz".(24)

FR–¿Hasta dónde hay legitimidad en esos ejercicios? Borges sostuvo muchas veces, e igualmente se habrá contradicho al respecto, que la filosofía es una rama de la literatura fantástica. Hay quienes desestiman la metafísica por esta misma vía, y ahí tenemos la filosofía analítica, y quienes, por el contrario, sostienen que la filosofía tiene mucho más que ver con un vuelo cercano al de la poesía (el caso de Heidegger). La interpretación también puede oscilar entre la psicoanalítica y la interpretación del zen, por ejemplo, absolutamente libre, sin ningún tipo de coto. Entonces, entre estos dos extremos, ¿qué patrones deberían marcar el camino de aquella interpretación, de aquella escritura, que sería la del psicoanálisis?.

 

Tres gestos posibles y sólo uno fecundo

JBO –Es indudable que no debemos basarnos en criterios puramente escriturales o de la lógica de la argumentación (como sería el problema de la coherencia interna), porque en ellos no cuenta la oposición ficcional/no-ficcional. En algún momento se plantea la cuestión de la veracidad del referente; sin embargo, ese problema primordial o no tiene porqué ser el primero a resolver. Al menos en psicoanálisis, el referente no es simplemente algo que se pueda señalar así nomás con la punta del dedo.

Por supuesto que tampoco en esto último valdría la pena ser extremadamente quisquilloso; es indudable que, en algunos aspectos, esa oposición se resuelve sencillamente. Por ejemplo, si se encontrara alguna prueba fehaciente de que Kris atendió al Hombre de los sesos frescos en Londres y no en Nueva York, como dice Lacan, e incluso si se encontraran otras pruebas de que Lacan sabía ese dato pero lo ocultó, ¿por qué no habríamos de creerlo? Ahora bien, esas pruebas mostrarían que Lacan tergiversó el relato, ¿pero por qué razón? No es nada fácil saberlo... y es, a la vez, lo que más nos interesa. Esto que pasa con este ejemplo, es lo que sucede generalmente con lo que interesa realmente al psicoanálisis: se trata de cuestiones muy difíciles de verificar por terceros.

A lo que voy es a que esta cuestión, en buena medida imposible, de lo veraz y lo no veraz, no habría que colocarla en la puerta de nuestros esfuerzos, porque puede acabar siendo muy paralizante para un estudio posible de los relatos de la clínica. Luego de cierto tiempo de discutir estas cuestiones, uno se da cuenta de que se abren tres posibilidades de su abordaje y solamente una puede llevar a alguna parte. Si me permiten, las figuraré con tres gestos.

El primero lo resumo en el gesto de extender la mano así, mostrando la palma de la mano al auditorio, como cuando un vigilante ordena a un automóvil detenerse. "¡Alto! —vocifera el vigilante filósofo— ¡Deténdanse ahí! Hasta que el Comité de redacción de la revista Relatos de la Clínica no defina qué es lo Real del Relato, no está autorizado a publicar ni un solo artículo, porque eso no sería serio".

VM –Casi nos pasa ..... (risas)

JBO –No creo que ningún auténtico filósofo los detendría con un grito semejante, pero tenemos algunos colegas que leen filosofía en las vacaciones que pueden llegar a aconsejar algo así. Este primer gesto nos indica que debemos esperar sentados hasta que la filosofía nos defina qué es "lo veraz"; seguramente después tendremos que esperar que nos digan qué es "una definición" y que nos digan que es el "es". No vale la pena inscribirse en esa lista de espera: por fascinante que sea, hace más de veinticinco siglos que dan vueltas detrás del asunto sin alcanzar una solución ecuánime.

El segundo gesto se hace así: hay que cerrar el puño y sacar el dedo índice señalando el cielo, mientras miramos el rostro del auditorio. Si el gesto anterior era la mano de la prudencia escéptica, esta es la mano de la certeza prescriptiva. Es el dedo rector que viene a decirnos: "Un relato clínico debe comenzar de tal manera; debe contar cómo la cura atraviesa primero este paso y luego ese y luego aquel otro; debe emplazar las acciones según el siguiente montaje temporal; debe hacer el diagnóstico diferencial con esto y aquello; la voz del narrador debe pronunciarse desde la siguiente plataforma; etc. ". ¿Y por qué? Porque es una orden, ¡a los niños tampoco se les pregunta con qué palabra quieren nombrar a las cosas!

Finalmente, está el tercer gesto que creo que es el más fecundo, el que conviene adoptar como punto de partida. Se hace así: nuevamente hay que mantener el índice extendido y el resto del puño cerrado, pero esta vez el dedo señala hacía abajo, no exactamente hacia el suelo sino así, en unos 30°, deslizándose por las líneas de un texto de clínica que tenemos sobre el escritorio o, si prefieren, hacia el parlantito de un grabador con el cassette de algún ateneo. Ese es su primer movimiento, el de la lectura, y ahí está su objeto, el de la materialidad de la escritura. Avanza sin precipitarse a juzgar si hay o no allí falso testimonio, sin precipitarse a juzgar si acuerda o no con las reglas de estilo de una prescriptiva general; antes de juzgar, prefiere detenerse a describir lo que encuentra, a ver cómo es que la clínica se escribe, preguntándose cuáles son sus retóricas, cuál es el estatuto de su respaldo en oro, cómo es su vida social, cómo se abrocha con la argumentación, cuál es la imagen que se hace de sí misma, qué grado de deliberación asume en sus autocomentarios, etc.

 

Notas bibliográficas

(1) Baños Orellana, Jorge, El escritorio de Lacan, Oficio analítico, Buenos Aires, 1999.

(2) Ruíz, Alejandra, Tratado de cortesía, Simurg, Buenos Aires, 1999.

(3) Baños Orellana, Jorge, "Freud: de la adquisición de un estilo a la fundación de un género", rev. Pliegos (de la Sección Madrid de la Escuela Europea de Psicoanálisis) n°4, 2da época, enero 1997, Madrid; pp. 83-87.

(4) AA.VV., "La Literatura Lacaniana en la Argentina", incluido en rev. Conjetural n° 10, Buenos Aires, agosto 1986.

(5) Lacan, Jacques [1958-59], El Seminario 6: El deseo y su interpretación, inédito.

(6) AA.VV., La cura psicoanalítica tal como es: Treinta relatos clínicos, Colección Orientación Lacaniana, Buenos Aires, 1992.

(7) Geertz, Clifford [1973], La interpretación de las culturas, Gedisa ed., Barcelona 1995.

(8) Geertz, Clifford, "The Antropologist at Large", The New Republic, 25 de mayo 1987, p. 34. Cit en Reynoso, Carlos, "El lado oscuro de la descripción densa", Rev. de Antropología, Buenos Aires, 1990, pp. 17-43.

(9) Cit. en Serna, Justo y Pons, Anaclet, Cómo se escribe la microhistoria, Cátedra, Madrid, 2000, p. 185.

(10) Puede consultarse un completo informe de los antecedentes del juicio en: Guttenplan, G.G., "The Holocaust on Trial", rev. The Atlantic Monthly, february 2000, pp. 45-66.

(11) Sabin, George, "Heart or Darkness: David Irving and Holocaust denial", rev. Speak, summer 2000, San Francisco, pp. 54-59.

(12) Geertz, Clifford [1983/88], El antropólogo como autor , Paidós, Buenos Aires 1989.

(13) Clifford, J. y Marcus, G. (ed) [1986], Retóricas de la antropología, Júcar Universidad, Barcelona 1991.

(14) Darton, Robert [(1972)1984], La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa, FCE, México, 1987.

(15) Ginzburg, Carlo [1986], Mitos, emblemas, indicios: morfología e historia, Gedisa, Barcelona, 1989.

(16) Roazen, Paul, Meeting Freud's Family, University of Massachusetts Press, Amherst, 1993.

(17) La condensación y actualización de esas presentaciones se encuentra en los dos últimos capítulos de El escritorio de Lacan. pp. 269-331. Más recientemente fue publicada una conferencia de octubre de 1991, "Cómo está hecho el «Cómo está hecho el Ulises » de Ricardo Piglia", en rev. Fort-Da, julio 2000, Santa Fe, Argentina, pp. 17-33.

(18) Lacan, Jacques [1932] De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad, siglo xxi, México, 1976.

(19) "Desde que he vuelto [de Estados Unidos] ha ocurrido una cosa: el enigma del carácter de Leonardo da Vinci se me ha aclarado de pronto. Ello supondría, por tanto, un primer paso en la biografía. Pero el material sobre Leonardo es tan escaso que dudo de exponer a otros, de forma accesible, mi sólida convicción. Espero ahora, con gran interés, una obra italiana sobre su juventud que he encargado. [cf. Ricercha e Documenti sulla Giovinezza di Leonardo da Vinci de N. Smiraglia Scognamiglio] Mientras tanto, quiero revelarle el secreto: ¿Recuerda usted mi observación en las Teorías sexuales infantiles (segunda parte) acerca del necesario fracaso de esta primitiva investigación por parte de los niños y del paralizante efecto que emana de este primer fracaso? Lea las correspondientes palabras; no fueron entonces tan seriamente entendidas como las entiendo ahora. Uno de los que han transformado tan precozmente su sexualidad en afán de saber y que han permanecido fijados en el modelo de lo inconcluso, es también el gran Leonardo, el cual era sexualmente inactivo o bien homosexual. No hace mucho me he encontrado en un neurótico su vivo retrato (pero sin su genio)." Freud, Sigmund, Correspondencia, ed. de Nicolás Caparrós, T.3, "1909-1914: Expansión. La Internacional Psicoanalítica", Bib. Nueva, Madrid 1997; pp. 74-75.

(20) Klein, Melanie [1961/75], Obras completas, T. 4: Relato del psicoanálisis de un niño: La conducción del psicoanálisis infantil ilustrada con el tratamiento de un niño de diez años, 3ra ed. revisada y ampliada, Paidós, Buenos Aires, 1990. Y Winnicott, Donald [1971/77], Psicoanálisis de una niña pequeña (The Piggle), Gedisa, Barcelona, 1980.

(21) Geertz, Clifford [1973] La interpretación de las culturas, Gedisa ed., Barcelona 1995, p. 24.

(22) Bloom, Harold [1994], El canon occidental, Anagrama, Barcelona, 1995.

(23) Geertz, Clifford, op. cit., p.28.

(24) Pratt, Mary Louisse [1984], "Trabajo de campo en lugares comunes", incluido en Clifford, J. y Marcus, G. (ed) [1986], Retóricas de la antropología, Júcar Universidad, Barcelona 1991, pp. 61-90.

 

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