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Número 3 - Octubre 2003
Presentación clínica: "Caso Lucas"
Pablo Peusner

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"...me causa singular impresión el comprobar que mis historiales clínicos carecen, por decirlo así, del severo sello científico, y presentan más bien un aspecto literario. Pero me consuelo pensando que este resultado depende por completo de la naturaleza del objeto y no de mis preferencias personales "
S.Freud – Estudios sobre la Histeria (Epicrisis a Isabel de R.) 1

"El progreso de Freud, su descubrimiento, está en su manera de estudiar un caso en su singularidad.
¿Qué quiere decir estudiarlo en su singularidad? Quiere decir que esencialmente, para él, el interés, la esencia, el fundamento, la dimensión propia del análisis, es la reintegración por parte del sujeto de su historia hasta sus últimos límites sensibles, es decir hasta una dimensión que supera ampliamente los límites individuales"
Jacques Lacan – Seminario I 2

I.

Cuando Susana, la mamá de Lucas, me llamó por primera vez, el sentido de su llamado era mucho más que el de pedirme un horario para concretar una entrevista. Quería contarme "todo" por teléfono. Y "todo" estaba compuesto por la desidia de su esposo (el papá de Lucas), su exigente trabajo (dueña y directora de un Jardín de Infantes), los problemas de conducta de Lucas en casa y en la escuela, la psicopedagoga.... los problemas del sueño.... los abuelos... Ese discurso vertiginoso me confundió, entre nombres de personajes que desconocía y alusiones a hechos de los que nunca había oído.

Le propuse que habláramos personalmente y que concurriera acompañada del padre de Lucas. A tal fin buscamos un horario en el que él pudiera hacerse presente.

El día de la primera entrevista a la hora consignada llegaron junto a sus dos hijos: Lucas -mi futuro paciente, de 8 años- y Luciana, su hermana de 5. La posibilidad de que los niños se quedaran en la sala de espera, fue desechada por inverosímil. La mamá traía una Coca Cola de dos litros y medio en mano, y los chicos una bolsa de papas fritas grande cada uno. Supongo que ante mi asombro, me explicaron que no tenían con quien dejar a los chicos y, para poder cumplir con la consulta, los trajeron.. No escuché en estas palabras una disculpa, sino más bien lo que para ellos era una argumentación absolutamente racional.

Mientras intentábamos encontrar un nuevo horario para nuestra entrevista, pude observar cómo Lucas revisaba cada objeto del consultorio que llamara su atención -destacando que dicha conducta no estaba dirigida sólo a los materiales de juego, sino también a objetos que en otras ocasiones, de haber sido tomados por mis jóvenes pacientes, los padres hubieran sancionado con alguna frase del estilo "no toques eso". Por ejemplo, encendió la computadora, abrió cajones e intentó investigar mi teléfono celular –esto último sin éxito, puesto que fui más rápido que él.

Se me presentó una lectura: Lucas estaba autorizado por sus padres a llevar adelante lo que estaba haciendo.

Vale aclarar que mientras Lucas desarrollaba estas actividades, su madre intentaba mantener conmigo una entrevista exponiendo sus puntos de vista, su padre contemplaba la agenda y su hermana destrozaba papas fritas sobre la alfombra del consultorio.

II.

Dos días después se realizó la primera entrevista con Susana y Daniel, los padres de Lucas. Fue ella quien explicitó los motivos de la consulta: en primer lugar refirió ciertas particularidades de la actividad lúdica "Lucas juega un ratito a cada cosa, en realidad no juega a nada. Pasa horas ante la computadora. Los chiches no le interesan".

En lo referente al quehacer escolar, Lucas presentaba problemas serios en el área de lecto-escritura que hacían peligrar su pasaje a tercer grado. Respecto de su conducta, la psicopedagoga de la escuela la había calificado de "hiperactividad" y había sugerido con frecuencia la necesidad de una consulta neurológica a los fines de que el cuadro fuera medicado.

La mamá también me contó que Lucas tenía problemas para dormir. Se despertaba en medio de la noche pidiendo gaseosa a los gritos desde su cama. Era el padre quien se levantaba a satisfacer esos pedidos, en ocasiones, más de una vez por noche. Durante el día, si Lucas se enojaba por algún motivo, lo manifestaba encerrándose en el baño presa de lo que su mamá llamaba "una crisis de angustia" (a pesar de que no lloraba) o se arrojaba en un sillón en posición fetal, guardando silencio durante largo rato, ignorando la presencia del otro y sin responder a las palabras. Sus padres describieron esta situación diciendo "es como si él no estuviera allí. Se va. No nos contesta. Nos ignora"

Lucas fue el primer hijo de este matrimonio. Su madre estuvo embarazada seis veces antes, pero perdió todos los embarazos (en dos casos, ni siquiera supo que estaba embarazada antes de las hemorragias que dijo haber padecido). Aparentemente, no podía retener los embriones. Por este motivo guardó cama durante casi todo el período de gestación de Lucas. Recuerda aquella época con tristeza, aclarando que lo pasó muy mal: "no podía contar con nadie. Nadie me ayudaba. Daniel se iba a trabajar temprano, yo pasaba todo el día sola". El mismo caso se dio durante el embarazo de Luciana, con una dificultad extra: la presencia de Lucas: "él estaba todo el tiempo encima mío. Me pedía que jugara con él, yo no podía. Ese embarazo era muy riesgoso y apenas podía levantarme de la cama. No sé qué era más problemático, si el embarazo o Lucas".

Ante la descripción de una situación en la que esta mamá embarazada se presentaba como tan poco contenida, decidí preguntar por los abuelos de los chicos.

Los padres de Daniel vivían en una provincia del interior del país. Con ellos se veían una vez por año, para Navidad. No habían venido a Buenos Aires nunca, de hecho, ni siquiera estaban interesados en conocer la ciudad, por lo que en las navidades eran Daniel y su familia los que viajaban. Los describió como "gente de campo que odian la ciudad." Su padre era chacarero, dueño de muchas hectáreas. Hombre rudo y de pocas palabras, sin instrucción ni tiempo para dedicarle a sus hijos. Su madre lo había parido en el campo, sin ayuda médica alguna –incluso él había sido testigo del nacimiento de su hermana tres años menor. Daniel se había trasladado a Buenos Aires a los dieciocho años a estudiar en la universidad a pesar del deseo de sus padres –los que querían que permaneciera en el campo- y había vivido en un residencia universitaria hasta recibirse, pagándo sus gastos con trabajos de ocasión. Al momento de la consulta se desempeñaba como técnico químico en una fábrica de productos de PVC.

El papá de Susana era un militar retirado. Ella lo presentó diciendo que "...no soporta a los chicos. Si los chicos van a su casa él se va al cine o al café de la esquina. Pero no soporta el desorden". Su mamá había fracasado en los intentos de flexibilizar a este hombre. Aparentemente, ella quería mucho a sus nietos pero "...no le gusta venir a mi casa. Dice que es muy lejos. Ella vive en Barrio Norte y yo en Saavedra. Prefiere que le lleve a los chicos allá. El problema es que mi papá no quiere saber nada de llevar los chicos para allá."

El noviazgo de Susana y Daniel se había prolongado por siete años y había sido penoso, puesto que los tiempos estaban siempre ordenados a partir de los estudios universitarios de Daniel. Pasaban mucho tiempo juntos y les gustaba salir. Esto se había modificado totalmente desde el embarazo de Susana. Fue ella quien, a modo de chiste (?), contó que la última película que había visto con su marido en el cine había sido "Tootsie". Ella era profesora de Inglés y hacía tres años junto a una amiga de la infancia, habían instalado un jardín de infantes.

El organigrama familiar suponía que los chicos estuvieran en la Escuela o con sus padres. Al momento de la consulta, trabajaba para la familia una señora que permanecía con los chicos dos horas diarias, entre la salida de la Escuela, y la llegada de Susana al hogar. Esta señora teníaun hijo con síndrome de down de catorce años que la acompañaba durante esas dos horas. Sin embargo, eran frecuentes los inconvenientes –por lo general, relacionados con este hijo- que la obligaban a no poder cumplir con su trabajo. Se originaban de esta forma desajustes del tipo de los ocurridos en nuestra primera consulta.

Mientras realizaba una anamnesis de los desarrollos madurativos de Lucas, noté mucha confusión para diferenciar los hitos madurativos de uno y otro hijo. Esto no ocurrió al preguntar acerca del devenir escolar de Lucas. Este eje parecía ser uno de los preferidos de su madre, la que se explayó a gusto en su respuesta:

El niño había concurrido tempranamente al Jardín Maternal. Ahora bien, en sala de cuatro años había sido"discriminado". Según su madre, el Jardín era de un nivel social alto y, si bien ellos económicamente participaban del nivel supuesto, el estilo de vida que llevaban no. El prescolar lo había realizado en otro Jardín, pero allí el problema se había planteado con la maestra, quien "discriminaba" a Lucas por ser algo más lento en el desarrollo de las actividades. Susana había realizado múltiples gestiones destinadas a sancionar a la maestra, con infructuosos resultados. Finalmente, Lucas había iniciado el primer grado en una tercer escuela. Aquí el niño no se integraba al grupo de sus compañeros. No recibía invitaciones para jugar en sus casas, ni para asistir a los cumpleaños (salvo que se tratara de invitaciones generales). Este hecho fue observado dentro del gabinete escolar a la vez que Lucas comenzaba con sus problemas de conducta y sus fallos en la lecto-escritura. Se habían iniciado las entrevistas de Lucas con la psicopedagoga de la escuela y de allí la sugerencia de la consulta con el neurólogo a los fines de "medicar el tratorno" (sic). De todas maneras, Lucas había pasado a segundo grado con el apoyo de la maestra de primero y el compromiso de reforzar el área problemática.

III.

A pesar del espacio dedicado a esta primera entrevista, no tenía aún claro cómo se había decidido consultarme. Lo pregunté indirectamente durante el encuentro, pero no obtuve respuesta. Antes de despedirlos, volví a intentarlo. Esta vez en forma directa. Transcribo la conversación:

-Tengo entendido que Lucas asiste al gabinete psicopedagógico de la escuela y que también les han indicado consultar un neurólogo. ¿Cómo es que decidieron venir aquí?

- Yo decidí venir –dijo Susana- Él no quería. Él piensa que son cosas de chicos, que ya se le va a pasar todo a Lucas. Que tiene que crecer...

Mientras ella decía esto, Daniel mantenía la mirada baja, sin decir nada.

- ... a mí me parece que esto no es normal. Quisiera que alguien nos dijera quién tiene razón.

- Usted qué opina, Daniel?

- Yo opino diferente. Pero colaboro. No quiero que nadie diga que no me interesa lo que le pasa a mi hijo. Ella ha llegado a decir que nuestro hijo no es lo que era. Que ya no se porta como nuestro hijo se portaba. Como si fuera otro...

Al acordar el horario para integrar a Lucas, les comenté el encuadre y allí hice constar que mantengo entrevistas con frecuencia fija con los papás de mis pacientes. Ambos se comprometieron a concurrir.

En la última frase de Daniel, confundido en la polifonía que la misma portaba, escuché un testimonio de lo que se les presentaba como "unheimlich".

IV.

El día de la primera entrevista con Lucas, fue difícil hacerlo ingresar al consultorio. Había llegado con su mamá y su hermana; y su padre estaba buscando lugar para estacionar el auto en la calle. Si bien él ya conocía el consultorio, mostraba su reticencia tomándose de las piernas de su madre y haciendo "pucheros". Fue ella quien le asignó un significado a dicha actitud, diciendo "lo que pasa es que está cansado...". Logró hacerlo entrar prometiéndole comprarle "algo" cuando saliera.

Una vez dentro del consultorio, se desenvolvió con normalidad. En aquella ocasión, la segunda pero la primera, se dirigió a los canastos con juguetes. Propuso jugar a "la guerra". Curiosamente le llevó mucho tiempo a Lucas establecer un orden entre los elementos de juego y tal vez por eso el juego nunca se inició. Lo observé concentrado en la distribución equitativa de tales elementos -lo que era fácilmente realizable cuando el número de éstos era par, y un gran problema cuando se trataba de números impares. Allí echaba mano a diversas reglas de equivalencia, las que en ocasiones eran complejas y novedosas. Por ejemplo, decía: "a vos te doy esta granada que está sola y yo voy a tener un campo de fuerza que acá no está, pero que sirve para que vos no puedas usar tu granada". Cuando no podía realizar la equivalencia mediante los objetos tridimensionales de juego, lo hacía con palabras. En aquel encuentro no le dio a ellas otro uso, se rehusaba a narrar hechos de la vida cotidiana o a responder preguntas que estuvieran relacionadas con ella.

Si yo intentaba comenzar a jugar, él, con mucha ansiedad, trataba de deshacer mis movimientos. Vale decir: yo movía un muñequito en dirección a su posición, él lo retrasaba nuevamente para hacerlo quedar en el lugar inicial. En aquél, nuestro primer encuentro, al que él ingresó proponiendo una consigna de juego, no pudimos jugar. Cuando el nivel de ansiedad lo superó, abrió la puerta y salió del consultorio: había advertido que la tarea se tornaba interminable.

El problema del ingreso al consultorio se repitió en la segunda entrevista. La mamá le sugirió que entrara para contarme qué había hecho el fin de semana, y su papá le dijo que si no entraba, no lo llevaría luego a Mc.Donald´s. Mientras entrábamos al consultorio construí una hipótesis: existía, tanto por parte de la mamá como del papá de Lucas, la tendencia a interpretar la ansiedad del niño en términos de "presencia-ausencia" de objetos; lo que los llevaba a ofrecerlos o a retirarlos a los fines de compensar el estado afectivo de Lucas. En este sentido, sus padres funcionaban como "Uno".

En la segunda entrevista le propuse jugar a las cartas. Aceptó. Propuso jugar a "La guerra" (un juego que consiste en descubrir las cartas por pares, ganando la de mayor valor. Obviamente, quien gana se queda con la carta del adversario). No terminamos el mazo, su atención se desvió hacia la caja del Memotest. Se dirigió hacia él y me propuso jugar. Lo hicimos, también a medias. De esta manera fue probando con diversos juegos: damas y ludo. Si bien conocía las reglas de estos juegos, se producían frecuentes desajustes en su estructura operatoria. Al señalarle un error en el movimiento de una pieza, intentó abrir la puerta del consultorio.
Le dije:

-Si abrís la puerta, ya está. Se termina el juego, y no podés volver hasta la semana que viene.

Lucas se detuvo, tomó un castillito de cerámica de un canasto y me preguntó.

-Me lo regalás?

-Te lo presto hasta la semana que viene –respondí y dí por finalizada la entrevista.

En la tercera entrevista, Lucas entró directamente al consultorio. Sobre la mesa lo esperaban una cantidad de hojas y lápices. Le propuse que me hiciera un dibujo. Aceptó la consigna sin problemas, pero no se sentó a la mesa.

Dibujó cuatro siluetas humanas exactamente iguales, sin rasgos diferenciales de sexo o edad, en un auto visto desde arriba. "Es mi familia...yendo a comprar un pollo". A pedido mío incluyó los nombres de los cuatro miembros de la familia. Sólo borró en la silueta que luego sería atribuída al papá.

La familia que va a comprar un pollo es "Uno", como la que lo trae a la consulta –porque, cabe aclarar que hasta el momento venían todos.

V.

Al final de esta entrevista comencé a advertir que el caso tomaba dimensión espacial y que se me presentaba como un bucle.

Al jugar a la guerra, Lucas intentaba borrar las diferencias entre las posiciones iniciales de ambos jugadores... ¿esas mismas diferencias eran las que su madre intentaba hacer desaparecer en el ámbito escolar con sus constantes intervenciones para denunciar la " discriminación"?

El movimiento "en bloque" de la familia para concurrir a las consultas, aquél que se dio a leer en la primera entrevista y que era el formato habitual con el que se movían en la vida cotidiana... ¿coincidía con el dibujo de la familia en el que no había rasgos que permitieran diferenciar o discriminar quién era quién en esa escena? –escena que, por otra parte mostraba un movimiento de todos para realizar un objetivo que no lo requería.

Estas repeticiones podrían nombrarse como "los modos de sostener el Uno" .

Anteriormente ya había propuesto una hipótesis que, apuntando en la misma dirección, sostenía el funcionamiento del "Uno" vía la interpretación de las ansiedades de Lucas en término de objetos.

Ahora bien... se repetía este formato en los dichos referentes al estado de Lucas?

La mamá estaba preocupada y hasta desbordada por el carácter que había tomado para ella la presencia de este hijo. Para el papá, lo único grave... eran los términos de la mamá. "Que se diga..." autoriza a abrir la hipótesis de la existencia de "El sufrimiento de los niños" en su matiz objetivo: sufren -los padres- de este niño. ¿Por qué motivo había sido capturado este matiz del sufrimiento bajo el carácter de lo que se me presentaba como "unheimlich"?

VI.

A la segunda entrevista que debía mantener con los padres de Lucas, concurrió sólo la mamá. Interrogada por la ausencia de su esposo, me contó que no había podido venir debido a una complicación de último momento en su trabajo.

El eje central de aquel encuentro consistió en hacer una larga defensa de su sacrificada posición en tanto que "...estoy llevando adelante todo esto sola, porque a Daniel nada le interesa. Yo no sé si lo hace a propósito, o si él está enfermo... Allí donde para mí hay un problema, él va y lo arregla consintiendo a Lucas con lo que pida".

Según Susana, Daniel era una especie de hombre sin carácter, incapaz de pelear con su hijo cuando éste hacía macanas. Contó un episodio ocurrido dos días antes:

"Lucas jugaba al fútbol en la cocina de casa. Yo lo reté y nada. Llegó el padre y al rato, de un pelotazo rompió unas botellas de vino que estaban en una bodeguita a ras del piso. Sabés qué hizo el padre? Juntó los vidrios, y con un trapo de piso limpió el desastre. Creo que ni dijo tres palabras sobre lo que había pasado. Se puede ser así?"

Le pregunté a Susana si acaso ella no hubiera podido detener el juego de Lucas en la cocina, o al menos, reconducirlo a un lugar de la casa más adecuado.

-Noooooo! Yo no lo dejo solo.... trato de tenerlo a la vista... te imaginás el desastre que "podría hacer/podría ser" si estuviera solo?

"Podría hacer" o "podría ser"?

"Solo" -último término de la frase- inscribe el mismo valor que "discriminado"?

VII.

En la cuarta entrevista, nuevamente Lucas se negó a ingresar al consultorio. Se tomó de las piernas de su mamá, gritó y lloró. Finalmente comenzó a hablar como si fuera un bebé. Con ese lenguaje... exigía de su mamá un CD. Todo el problema se había suscitado porque su madre se había negado a dejarlo entrar en el consultorio con un CD de juego para computadoras.

Al entrar me propuso jugar con la computadora al juego del CD 3.

El juego (cuyo nombre traducido sería algo así como "el hombre bomba-atómica") tenía una temática puntual: colocar bombas en el terreno del otro participante, cercándole el paso hasta que éste explotara y muriera. El otro participante, podía ser un segundo jugador o la misma computadora. Puesto que Lucas no sabía cómo hacer para que yo fuera el segundo jugador –y yo mucho menos aún- acordamos jugar por turnos; y ya que el juego le otorgaba a cada participante "tres vidas", al producirse la "tercera muerte" cambiábamos de lugar.

Las siguientes tres sesiones transcurrieron jugando de este modo. Gradualmente, Lucas pasaba más tiempo al comando del juego. Ya sea porque me "explicaba" las mejores estrategias, o porque directamente jugaba en mi lugar, debido a que " ...vos sos medio tonto para jugar a esto"

Nuevamente, Lucas se sentía autorizado a manipular los objetos del consultorio, ahora representados por la computadora. Señalarle esta actitud era producir un enojo y retraimiento por su parte (el mismo que se había producido al señalarle una "regulación" mientras nos enfrentábamos en algún "juego de mesa").

Se producía un desplazamiento de los lugares que ordenaban el juego.

Conviene recordar que las reglas del juego virtual coinciden con el programa que lo regula. De allí, la imposibilidad de poder modificarlas más allá de los cambios que el programa autorice (dificultad, cantidad de jugadores, diseño en pantalla del juego, etc). Sin embargo, nada impide que los jugadores agreguen reglas no escritas en el programa pero sí en el lugar simbólico que garantiza la igualdad en las posiciones de los participantes del juego.

Ahora bien, la existencia de este lugar simbólico donde se inscriben las "reglas del juego" no impide el despliegue de las diferencias entre los jugadores

Cuando comenzamos a jugar, la única regla que agregamos fue nuestra alternancia en los comandos. Pero Lucas no obedeció durante mucho tiempo dicha regla. Se las arregló para desplazarme del juego y quedar él jugando solo (los chicos llaman a esta práctica "jugar contra la máquina", teniendo en cuenta que "máquina" condensa los valores de "programa de juego"-software- más "hardware" ). Por lo tanto los lugares del "adversario" y de "la regla del juego", quedaban unificados. Y en este caso, resultaba imposible agregar nuevas reglas puesto que no había con quién negociarlas: la intransigencia del programa no permitía ningún pacto4...

Desde entonces entraba al consultorio sin problemas y no hacía berrinches. Su mamá me contó que durante este tiempo Lucas tenía ganas de concurrir a las sesiones y que incluso durante la semana preguntaba cuándo nos encontraríamos.

También en este período Lucas cumplió años y el papá le regaló una computadora.

VIII.

Puesto que la actividad de las sesiones se había tornado una repetición incesante de la misma escena, decidí ponerme a estudiar el juego. Fue así que logré aprender cómo preparar la computadora para que jugáramos los dos juntos, en carácter de rivales. En principio, a Lucas esto le gustó. El problema fue que en más de una ocasión, le tocó perder. Él atribuía mis triunfos al hecho de poder leer las pequeñas letras y números que iban apareciendo en las pantallas de juego (que sólo llevan el conteo del tiempo y el puntaje, pero no aportan al jugador información relevante como para mejorar su perfomance) –recordemos que a él le resultaba todo un problema la lectoescritura lo que, sumado a la velocidad con que tales signos aparecían en el monitor, aumentaba el grado de dificultad en su reconocimiento. Aquí comenzó a enojarse. Hasta que en cierta ocasión decidió retomar la práctica de agregar nuevas reglas.

La primera fue que yo debía manejar mis controles con una sola mano. La segunda, que no podía tener puestos mis anteojos durante el juego. Más tarde me decía: "... si la bomba que vos ponés es roja, a mí no me mata, aunque en el juego me muera. Pero a vos te matan todas"

Cada vez yo quedaba más restringido en el juego y eran cada vez más desiguales nuestras posiciones. Lucas "discriminaba" en su favor, anulando las diferencias subjetivas mediante la inscripción de reglas cuyo campo de aplicación no coincidía con lo que habitualmente se considera "el espíritu de la regla".

Por aquellos días, recibí un informe de la Escuela en el que hacían constar el notable cambio que Lucas había producido en su conducta: estaba más tranquilo, prestaba más atención y hacía esfuerzos por aprender a leer y escribir. También me informaron que su inclusión en el grupo era la adecuada y que ahora era él quien elegía entre sus compañeros a los que formaban parte "de su banda" y descartaba a los otros.

En la entrevista con los padres, alrededor del quinto mes de tratamiento, me contaron que habían pedido turno con un neurólogo. Señalé la coincidencia de este acontecimiento con la mejoría que Lucas manifestaba en su posición, pero más que nunca invocaron los argumentos que cinco meses atrás había propuesto la psicopedagoga de la Escuela.

IX.

La última vez que vi a Lucas volvimos a jugar con la computadora. La lista de reglas a las que yo estaba sometido era tal, que no podía recordarlas todas: una mano, sin anteojos, tales bombas producían tales efectos pero tales no, mi silla estaba más lejos de la computadora que la de él, él empezaba a jugar primero y yo tenía que esperar un minuto para empezar...

En determinado momento del juego, apagué la computadora -desde el interruptor- al grito de "Corte de luz!"

Habíamos quedado igualmente afectados –ante quien fuera que administrara la electricidad.

Lucas dijo en voz alta: "...la reputa madre que me parió!"

Por la interrupción habíamos empatado el juego, pero la "reputa madre" lo había parido a él.

Se había discriminado?

Una semana después, por teléfono, Susana me avisaba que en el EEG que les había indicado el neurólogo se había detectado una irregularidad y que debido a ello Lucas sería medicado con Ácido Valproico. Por indicación del neurólogo no debía concurrir más a las sesiones.

Le pedí que me permitiera despedirme de Lucas en un último encuentro.

Me dijo que era un "hijo de puta" que les había hecho perder cinco meses en el tratamiento del problema de Lucas y que me iba a demandar (?).

X.

Aún espero la demanda, pero no llega.

Mientras tanto, a veces, juego con la computadora.

Notas

1En S.Freud "Obras completas" – BN (1948) Tomo I – pag. 92.

2En Jacques Lacan "El Seminario: Los escritos técnicos de Freud" Libro 1 – Clase 1 ("Introducción a los comentarios sobre los escritos técnicos de Freud") – pag.26 – Ed. Paidós.

3 Quisiera en este momento del texto, compartir con vosotros mi posición sobre los problemas que este incidente clínico aportó a mi quehacer de psicoanalista. Porque en aquella ocasión, cuando este niño me propuso "jugar con la computadora", vacilé.

Muchos años antes, había decidido no retroceder ante la psicosis. Hacía algunos menos, no retroceder ante los niños. Pero nunca me había planteado si debía o no retroceder ante una propuesta de incluir el juego virtual en una sesión de psicoanálisis con un niño. Había estudiado muy bien el desarrollo del concepto de "juego" en la teoría de Piaget (de hecho, al momento de la consulta ejercía la docencia universitaria de la matería "Psicología Evolutiva"), pero nunca había leído nada en relación a jugar con las computadoras; y considerando que el modelo del uso del juego en psicoanálisis con el que me había formado provenía netamente de la escuela inglesa, articulado con el habitual pasaje por el brevísimo capítulo 2 del "Más allá del principio del placer" de Freud, me encontraba ante una situación inédita a la que, respondí con una fórmula producto de mi análisis personal: "huír para adelante". Acepté.

Desde entonces, intento convertir esta pequeña anécdota de trabajo en un problema original para quienes ejercemos esta práctica. Desde "Fort-Da" hasta "tren Dick, tren papá" hay un primer movimiento que todos hemos revisado y del cual hemos obtenido saber para leer los materiales de nuestros pacientes. Pero resulta que hoy existe la posibilidad de que un niño nos proponga algo nuevo. Y sin duda, el concepto de "juego" con el que se nutre el psicoanálisis debe ser revisado, criticado y actualizado para producir un efecto en la clínica psicoanalítica. Considero esta necesidad, no de tipo teórica, sino ética -en tanto consiste en decidir qué valor puede tener en el devenir del tratamiento de un paciente.

4 Tal vez convenga aquí aclarar que más allá de la supuesta igualdad de condiciones en las que la existencia de la regla coloca a los adversarios, éstos de igual modo son diferentes. A modo de ejemplo, podría decirse que el reglamento del fútbol permite delimitar que ambos equipos formen con la misma cantidad de jugadores (los equipos serían iguales), pero ésto no inhibe la posibilidad de que en el terreno se enfrenten once virtuosos de la pelota contra once pataduras (¿y los juegos o deportes que admiten "handicap" acaso no refuerzan la idea de que los que se enfrentan son diferentes?). Vale decir que más allá de la garantía de equivalencia que un juego supone, la condición particular adviene para cada jugador –aunque se considere "un jugador" a un equipo, como en nuestro ejemplo. Este rasgo es tal vez más visible en nuestros juegos típicos de naipes como "el truco" –en el que el jugador puede incluir en sus estrategias la mentira- o el "tute" donde además de ganar ("ir a más") también, para ganar, se puede perder ("ir a menos").

Dando un paso más, podríamos intentar producir aquí una articulación con la propuesta que Alfredo Eidelsztein desarrollara en su reciente libro "Las estructuras clínicas a partir de Lacan" (Vol.1) de distinguir en la enseñanza de Lacan al "Otro" de "A" (op.cit. págs.143/9). De esta manera, los lugares "en juego" serían necesariamente tres: un Sujeto (que podría reducirse a una perspectiva del asunto y que en nuestro caso podría estar indicado por la posición de Lucas), un Otro (aunque el adversario sea más de uno) y "A" (como la representación del lugar simbólico donde se inscribe la regla de "igualdad de condiciones").

Dejo constancia aquí que, a pesar de justificar en el libro citado esta propuesta teórica con citas de Lacan, considero el aporte de Alfredo como original y le atribuyo a él la autoría del mismo.-

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