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Número 1 - Noviembre 2000
Obediencia deb(v)ida
Gabriel Battaglia

 

A través de esta presentación clínica me propongo destacar el valor que el significante de la transferencia adquiere en la constitución del dispositivo analítico. Como idea colateral, subrayaría la importancia que en psicoanálisis tiene la elaboración del diagnóstico en transferencia. Recordemos que, a partir de la producción discursiva de un sujeto, se trata de establecer su ubicación en el campo del Otro. En este caso en particular, la consulta se vio motivada por un cuadro clínico al que la psiquiatría actual nombra descriptivamente como ataque de pánico y al que, junto con Freud, podríamos pensar como una neurosis de angustia.

Voy a comentar el material clínico al modo de un pequeño historial. Ubico la sintomatología con la cual el paciente se presenta, para luego revisar sus movimientos a partir de las primeras intervenciones y del desarrollo de la transferencia. En esta misma línea ubicaría la posibilidad de elaboración de cierta hipótesis diagnóstica.

Se trata de un hombre que, separado de su esposa, ha vuelto a vivir en casa de su madre. Tiene dos hijos pequeños, que no viven con él. Su padre falleció joven, de un ataque de presión.

El paciente, inicialmente, recurrió a la guardia del hospital para solicitar medicación. Allí se le indicó iniciar tratamiento en consultorios externos. Hacía ya varios años que había establecido cierta relación de dependencia para con las benzodiacepinas, por padecer – con intensidad variable – estados angustiosos. Buscaba atemperarlos con psicofármacos, así como con el consumo esporádico de marihuana.

En una primera entrevista refiere que sufre de ataques de pánico, que lo llevaron a perder empleo y familia. Estas crisis severas de angustia habían aparecido inicialmente en su juventud, para luego desaparecer durante quince años, y retornar cierto tiempo antes de esta consulta. Las experimentaba regularmente al viajar en tren en dirección a su trabajo, así como en su oficina.

En el período reciente en el cual reaparece esta angustia de su adolescencia, se encontraba terminando de construir la casa en la que vivía, al tiempo que su mujer esperaba su segundo hijo. Su esposa lo acosaba con sus insistentes y variados pedidos: avances y mejoras en la edificación de una casa importante, ropa y cosméticos caros, así como un nivel de vida cada vez mejor. Atribuye al hecho de ser un cobarde el no haber podido afrontar tantas exigencias, para terminar finalmente separándose. Se reprocha una y otra vez su insuficiencia como padre. Reconoce que, por alguna razón que ignora, su ex – esposa y sus dos hijos quedaron ubicados en una misma serie. El abandono de su familia aparece en la línea de cierto movimiento de huida, al modo de un corte: "A los chicos, ella los tenía amaestrados para que también pidieran". El único modo posible de contacto en la situación posterior que se establece con su ex – mujer es por la vía de la violencia verbal y, en algún episodio aislado, también física.

La descripción del correlato somático de sus estados de angustia se acompaña, en ese primer momento, con el enunciado de una frase repetida con insistencia, casi al modo de una súplica: "Quiero ser un tipo normal". Tanto la frase en su conjunto como el significante normal – tomado en su acepción más literal – cobrarían un valor particular en un tiempo posterior del tratamiento. Escuchar en esa insistencia la expresión de cierta demanda peculiar e intervenir respecto de "eso" propició el establecimiento del campo transferencial.

En la progresión del relato del paciente se recortan, puntualmente, dos estallidos de angustia significativos a lo largo de su vida. Paso a comentarlos, así como el material que se les asocia.

El primer estallido se ubica hacia finales de su adolescencia. Se habría producido con posterioridad al fallecimiento de su padre, en el contexto de un encuentro amoroso. A la salida de una visita que le hace a una mujer – cita a la que tampoco faltó la marihuana – se ve asaltado por una sensación de muerte inminente, con sudoración y temblores. Tras ese primer ataque, experimenta estados angustiosos inespecíficos, acompañados por la intensificación del consumo ya precedente de esa droga. Del mismo modo que los psicofármacos que en ese momento se le prescriben, esta sustancia parecía servirle para lograr cierto efecto tranquilizador por la vía de la sedación. Finalmente, dichos estados angustiosos encuentran alguna resolución cuando conoce a la que será su esposa. La describe con manifiesto desprecio, diciendo que es una mujer de un nivel social y económico inferior al de él. No dejará de interrogarse por los móviles de esta elección amorosa, signada por cierta degradación. Paralelamente, recordará a la mujer que reconoce como su primer y verdadero amor como algo puro. Por otra parte, y en función del desarrollo ulterior del material, habría que pensar en el valor de un rasgo particular de su ex – esposa: se trata de una mujer sumamente apegada al dinero.

En un primer momento, dirá que la etapa inicial de su relación con esta mujer fue muy "intensa". Posteriormente rectificará su relato: "En realidad, con ella estuve mucho tiempo sin tener relaciones sexuales, porque para ir a la cama necesito de tiempo". Este "necesitar tomarse un tiempo" respecto de un encuentro probable con una mujer reaparece en relación a otras mujeres que conoció, y que inclusive conoce durante el tratamiento. Este intervalo que precisa interponer entre él y una mujer aparece jugado, también, bajo la forma de la marihuana y de la bebida. A los encuentros a solas con una mujer necesita ir acompañado por algún porro o una botella de alcohol. De las reseñas de sus aventuras amorosas lo que refiere como un elemento perturbador son sus inhibiciones sexuales, que atribuye a la medicación. Respecto de su ex – esposa también dirá: "Con ella se me fueron los síntomas, con ella volvieron cuando empezaron las exigencias: quiero esto, quiero lo otro ... quiero otro hijo".

En lo referente a su peculiar relación con la marihuana, el paciente describe una etapa que va desde su adolescencia hasta el inicio del noviazgo con su esposa, época en la que – con el objetivo de obtener dicha droga – arriesga reiteradamente su vida. En conexión con este material irán apareciendo una sucesión de escenas, en las cuales insiste la necesidad de ir siempre más allá. Relata haberse visto compelido, una y otra vez, a conducir autos y motos a gran velocidad, en situaciones de marcada exposición.

El segundo estallido tuvo lugar en forma contemporánea al nacimiento de su segundo hijo, cuatro años antes de esta consulta. La iniciativa de un nuevo embarazo fue sólo de su mujer, que logró tras sostenida insistencia. Reconoce, no sin dificultades, el pánico que siempre le había despertado la idea de la paternidad. Dos meses después del parto, mientras se dirigía a tomar el tren, se desploma invadido por la angustia. Dirá: "En ese instante, lo único que pensé fue: me muero, me traga el mundo". Agotada la licencia laboral que solicita, pierde su trabajo. Ya no podía salir de su casa, aunque la pérdida de ese empleo atemperó su estado de angustia.

Al contexto complicado relativo a este segundo estallido – hasta el momento, signado por la llegada de un nuevo hijo – se agrega otro elemento: la relación con su trabajo. Hacia esa época, la situación laboral del paciente era – en cuanto al beneficio económico – excelente. Hacía varios años que trabajaba como secretario de un exitoso empresario, quien aparece presentado como una suerte de capo de la maffia, en un entorno de cossa nostra propio de la película El padrino. La función del paciente era la de ser su asistente, ocupándose con absoluta eficiencia de la resolución de todo tipo de problemas, tanto laborales como personales. El rol desempeñado se fundaba en una lazo de confianza entre ambos. No sólo se aseguraba buenos dividendos económicos, sino también cierto lugar particular en el vínculo establecido: le agradaba la idea de contar con el reconocimiento de alguien que parecía haberlo apadrinado, y a quien no vacilaba en complacer. Lo tranquilizador de esta relación en cierto momento empezó a perturbarse, a partir del acceso a lo que se le vuelve un exceso: el dinero. La cotidiana abundancia de billetes – inherente al rubro en cuestión – se le tornó insoportable. Pensó, entonces, que tenía que poner algún corte a ese circuito, sin saber cómo.

El tema de este empleo abre al recuerdo de otros anteriores, enmarcados por lo que pensé en nombrar como transgresión. Este ingrediente aparecía, por lo general, bajo la forma del hurto. En dichos empleos, habría tenido oportunidad de desplegar con amplitud lo que sitúa como una suerte de habilidad especial: "Soy un tipo muy rápido . Siempre estuve en ese tipo de trabajos". Recuerda el modo en que – casi lúdicamente – se esforzaba en satisfacer a quienes solicitaban sus servicios. Por ejemplo, jugando activamente el contrabando requerido por sus clientes, con impunidad y con sorpresa por su propia impunidad. Subrayo el término activamente, dado que remitiría a cierta posición ocupada repetidamente por él, tanto en estas escenas como en otras que irá relatando.

Lo que se introduce como transgresión respecto de la esfera laboral se hará extensivo a otras situaciones. Lo que empieza a escucharse es que él roba, pero para alguien. El producto de sus hurtos es entregado a otro. En este sentido, el avance de los años de matrimonio trajeron más y renovadas exigencias por parte de su mujer, a las que respondía siempre sin dilación. Contaba con la apoyatura de estas transgresiones que acompañaban su carrera laboral, garantizándole un respaldo económico seguro.

Recorto este elemento porque, en la medida en que las entrevistas prosiguieron, su significado me interrogó. La pregunta por el lugar que en la economía libidinal de este paciente ocupaba lo que en este momento inicial aparecía como transgresión operó como cierto organizador de mi escucha.

Otra situación, jugada en un momento transferencial muy inicial, se anuda a esta línea de pensamiento. Al final de la primera entrevista le planteo cuáles serán las condiciones del tratamiento, haciendo mención a cierto contrato que regularía la prestación institucional. No sin cierta sorpresa le escucho responder, en actitud casi reverencial: "Las normas son las normas. Están para ser cumplidas". Simultáneamente, parecía darse la coexistencia de dos corrientes anímicas: una que se inscribía en la línea de un actuar transgresor, y otra que proponía una estricta adhesión a lo normativo. Lo que inicialmente aparece con cierta pregnancia por el lado de la ambivalencia cobró a posteriori un valor diferente. De entrada se presentaba lo que podría ser pensado como el anverso y el reverso de una misma moneda.

Paso a situar ahora cierto recorte referido a las intervenciones en relación con el discurso del paciente, así como a sus efectos. Retomaría la idea del valor de la elaboración de cierta hipótesis diagnóstica en el marco de la transferencia, a partir de la respuesta subjetiva del paciente al modo de intervención del analista.

En algún momento de las entrevistas preliminares, el relato de las escenas ligadas a lo que ubiqué como transgresión comenzó a verse acompañado por cierto intento explicativo por parte del paciente. En el campo de la transferencia parecían haberse establecido condiciones en alguna medida tranquilizadoras para él. Al mismo tiempo, en dicho terreno, empezó a manifestarse una actitud de velado desafío hacia mi persona. Esto encontraba expresión en cierta impostura por él adoptada, en el sentido de una suerte de mostración de sus presuntas hazañas, como un "estar de vuelta de la vida". La respuesta que encontró al interrogante por el valor de sus transgresiones fue expresada, más o menos, en términos del siguiente imperativo: "Tomé la vida tal como se me presentó, como si algo en mí me dijera: ¡Viví!. Siempre fui un tipo rebelde, que en el fondo sólo buscó ir en contra del sistema". En este punto, intervine por primera vez diciendo que, muy contrariamente a lo que él creía, él era alguien sumamente obediente. ¿Efectos de esta intervención? Por una parte, sorpresa, así como la anticipación de cierto alivio y la simultánea caída de la impostura sostenida hasta ese momento. En este punto, creo que empezó a consolidarse la constitución de algún lugar posible para la suposición de un saber. Pasaje de la neurosis de angustia a la neurosis de transferencia. Por otra parte, la producción de nuevas asociaciones. En este material ya no sólo aparecían sus supuestas transgresiones, sino toda una serie de escenas en las que él siempre quedaba colocado en las proximidades de una zona peligrosa. Valen como ejemplos las situaciones de extrema exposición ya comentadas, las discusiones con su mujer coronadas por la violencia, etc. En relación con este material, mi señalamiento consistió en decir que en dichas escenas los puntos de límite parecían hacérsele difusos. La respuesta del paciente fue: "No sé que son los límites. Nunca me interesaron". Yo agregué: "Aunque los límites estaban".

En función de la lectura de los alcances de esta intervención en un momento posterior, ubicaría, en este punto, el posible inicio de un trabajo analítico. A partir del reconocimiento de cierta dimensión subjetiva particular – ordenada en torno de alguna ley aún en lo más extremo de su falla – el devenir del tratamiento comenzó a transitar algunos de los carriles que menciono a continuación. En principio, una disminución notable de la angustia y una sensación concomitante de alivio sintomático. La suspensión de las situaciones de agresión entre el paciente y su ex – mujer, así como la aparición del proyecto de divorcio. La adopción de una posición de docilidad en la transferencia, con un sesgo confesional: "Vengo a decir toda la verdad". En relación con esto, el paciente dirá que cree que sus anteriores tratamientos fracasaron porque respondía mecánicamente: "Ahora empiezo a encontrar el hilo. Estoy en un proceso de búsqueda de la verdad". Comienza también a tomar consistencia cierta postura crítica respecto de su dependencia para con las sustancias, la que no le resultaría de sencillo relevo. Se empieza a limitar en su vida cotidiana: compra con moderación, y empieza a pagar el boleto para viajar en tren hasta el hospital. El trabajo en torno de la cuestión de los límites llega casi a obsesionarlo y se hace extensivo a los distintos órdenes de su vida. Se configura una otra temporalidad subjetiva, distinta, ya no marcada por la vertiginosidad.

Como efecto más interesante de esta secuencia en la que el amor y la sumisión se presentan juntos, señalaría la posibilidad de prosecución del trabajo de análisis, así como la progresiva aparición de la neurosis infantil. Se afirma el despliegue de aquellos significantes que lo determinan. En el punto en el que el paciente comienza a ocuparse de esto que nombra como la "cuestión de los límites", se recortan las coordenadas relativas a la constitución de su subjetividad. Aparecen recuerdos profusos acerca de su padre, un hombre al que define como "demasiado liberal", "transgresor" y "amante de los excesos", por esa razón muerto prematuramente. En esos recuerdos, su padre lo introduce en la sexualidad de modo salvaje. A los fines de mostrarle a su hijo adolescente cómo abordar a una mujer, mantiene relaciones con sus amantes en presencia de él. A estas mujeres el padre les paga. Aún cuando no adscribiera plenamente a la ética paterna, su muerte pareció dejarlo sumido en una situación de soledad y de falta de respuestas. Hará también referencia al conflicto que se le planteara muy tempranamente por la confrontación de la figura de este padre en "extremo liberal" con la de una madre "demasiado recta", que se avenía a tolerar los deslices del marido en la medida en que el dinero no faltara en casa. Describe las feroces discusiones entre ambos, acalladas en función del reaseguro económico ofrecido por el padre. La madre es definida como una mujer codiciosa. Lo único que la tranquiliza es, precisamente, el dinero. El paciente recuerda que, en la etapa posterior a la muerte de su padre, ella lo atormentaba con exigencias económicas, mientras dirigía interminables reproches al difunto por las deudas dejadas en este mundo.

En el contexto de estos recuerdos, traerá una significativa escena infantil. La refiere diciendo que dejó su marca en él, sin poder precisar el acontecer temporal de la misma. Aún cuando se la pudiera considerar al modo de un recuerdo encubridor, me parece que vale para pensar en alguna hipótesis acerca de la posición fantasmática del paciente.

La escena tiene lugar a bordo de un tren. El paciente cree tener, en ese momento, 5 años. Se encuentra viajando acompañado por su madre y una tía. A una pasajera que se incorpora de su asiento se le cae la billetera al piso. Rápidamente, su madre – con la complicidad de esta tía – la toma y se la esconde. El paciente – niño – abrumado ante lo novedoso de esta conducta, observa con atención sus movimientos. En el relato, se presentifica nuevamente el horror que dice haber experimentado en aquel instante. Momentos después, la mujer regresa advertida del extravío. Atemorizada frente a la posibilidad de ser descubierta, la madre se deshace de la billetera. El sigue con atención el destino final de la misma bajo los asientos y, sin que nadie lo note, la toma y se la esconde cuidadosamente. Al bajar del tren, recuerda que el corazón le latía con una violencia para él desconocida. Más tarde, sorprende a su madre con el producto de su travesura. La billetera le es arrebatada rápidamente.

Privilegié esta escena para elaborar cierta idea diagnóstica construida en función del resto del material, e intentar delimitar la peculiaridad del objeto de la angustia en juego. Creo que se pueden extraer elementos para pensar cuál es la posición ocupada por el sujeto frente al deseo del Otro, así como su particular modalidad de respuesta frente a dicho encuentro angustiante. En el punto de vacilación de la madre, él respondió completando el acto. Advertido de ese más allá de él, se apresuró a taponarlo por la vía de procurar conseguir ese objeto aparentemente tan preciado, ignorando que, automáticamente, quedaba capturado por cierto circuito repetitivo, condenado a reafirmar ese modo de respuesta, anticipándose inclusive a un encuentro que se le vuelve difícil de soportar. Habría que señalar que ese particular modo de responder se sostiene en lo que, en un segundo momento, podría ser ubicado como marca del padre: aquello que, con posterioridad, retorna como "transgresión". Dicho rasgo paterno, doblemente complicado por su misma falla estructural y por reenviarlo permanentemente a un más allá de la ley, de modo fallido, pero supletorio, le posibilita – aunque con ciertas limitaciones – poder dar alguna respuesta al deseo del Otro. Dicho deseo se le presenta bajo la forma de una demanda ensordecedora. En esta línea, y tratando de recuperar la idea del valor del diagnóstico en transferencia, me inclinaría por pensar en una estructura obsesiva de grave sintomatología.

En estos inevitables encuentros con esta forma peculiar que para él adquiere el Otro – Otro que quedaría reducido a la demanda –, en sus distintas variaciones temporales y espaciales – clientes, jefe, esposa –, lo que irá recortándose como invariante estará en relación con los efectos ejercidos sobre su subjetividad, así como con la singularidad de su respuesta. La relación con el Otro se presenta siempre mediatizada por el dinero, que parece ser lo único que él tiene para ofrecerle, y la transgresión como un recurso que – por la vía del actuar – le permite sostener cierto circuito tranquilizador. Aún así, no deja de presentificarse el alcance de la imperfección de este padre, ya sea en lo dificultosa que le resulta la paternidad, en las inhibiciones sexuales frente a los encuentros con mujeres – encuentros angustiantes que necesitan ser mitigados por el sopor de alguna sustancia –, o incluso en alguna aventura homosexual de la adolescencia, confesada en algún otro momento del tratamiento. En este lugar habría también que establecer alguna articulación posible entre los dos estallidos de angustia importantes y el desfallecimiento de este padre precario: sea por el lado del "abandono" a partir de su muerte (primer ataque), sea en el agotamiento de un modo de respuesta difícil de sostener, al costo de la irrupción de un goce intolerable (segundo ataque).

Me parece interesante consignar que en la medida en que se dio lugar a la demanda del sujeto en el sentido de su inclusión en un campo ordenado en torno de alguna otra versión del padre, la frase "Quiero ser un tipo normal" dejó de insistir. Había llegado, tal vez, el tiempo de la desobediencia.

Bibliografía consultada:

Freud, S.: Inhibición, síntoma y angustia. Amorrortu Editores, Volumen XX.

Freud, S.: Más allá del principio de placer. A. E., Volumen XVIII.

Freud, S.: Pegan a un niño. A. E., Volumen XVII.

Lacan, J.: El Seminario - Libro X - La angustia. Inédito.

Lacan, J.: Intervención sobre la transferencia. Escritos 1. Siglo veintiuno editores.

Varios: El significante de la transferencia. Manantial.

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