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Presentaciones de libros

Los pioneros
Psicoanálisis y niñez en la Argentina 1922-1969

Ana Bloj

Hacer click para comprar el libro por internetTenemos en nuestras manos un libro necesario y un libro puente: atraviesa el abismo que  abrió la ideología colonialista en nuestra historia y sutura la grieta que la dictadura militar produjo en la memoria colectiva.
La investigación que llevó adelante Ana Bloj ocupa el lapso que va desde 1922 hasta 1969. La búsqueda se centró específicamente en el rastreo del concepto niñez en las producciones de los primeros psiquiatras de niños que incorporaron tangencialmente al psicoanálisis y de aquellos psicoanalistas que la abordaron. Fueron escogidos especialmente aquellos profesionales que hubiesen introducido producciones y prácticas novedosas o vanguardistas: Lanfranco Ciampi, Telma Reca, Lydia Coriat, Eva Giberti, Arnaldo Rascovsky, Arminda Aberastury y Elizabeth Goode Garma.
Poco menos de diez años después de 1969, el 29 de abril de 1976, Luciano Benjamín Menéndez, jefe del III Cuerpo del Ejército, ordenó una quema colectiva “a fin de que no quede ninguna parte de estos libros, para engañar a nuestros hijos”…El 30 de agosto de 1980 el “día de la vergüenza del libro argentino”, fueron quemadas en Sarandí más de 1,5 millones de ejemplares pertenecientes al Centro Editor de América Latina. Freud, incluido, fue considerado delincuente ideológico por la Dictadura Militar y su difusión prohibida en la Universidad. Sobre la escasa producción de los “pioneros”, la saña de  los biblioclastas. La escasa producción de los pioneros…


…En el período que va desde 1922 hasta 1969, mientras  el proyecto de la modernidad dominó en la  cultura, el centro –en tanto origen y fundamento de difusión psicoanalítica–­ universalizó el paradigma dominante. La metrópoli que irradiaba su luz de sabiduría y conocimientos hacia una periferia sombreada reservó, a las elites locales ilustradas, la tarea de  administrar el Modelo traducido y pontificar sobre los atrasos y avances referidos al mismo. Por aquel entonces, centro y  periferia sellaron su histórica relación de jerarquía y dependencia en la dupla original-copia; dupla que transcribe el dogma de la colonización cultural: el original como sentido primigenio y  único depositado en  el  centro, y la  copia como reproducción mimética en lengua subordinada. Porque en el imaginario social de la modernidad, el  peso del Modelo –su valor como núcleo de la razón, la verdad y el poder–­ descansa, por supuesto, en la supremacía del origen.

Juan Carlos Volnovich

 

Prólogo a “Los pioneros”  de Ana Bloj

Juan Carlos Volnovich.

Cuenta la leyenda que un joven rabino buscando empleo, encontró el aviso de una comunidad judeo-española que solicitaba uno y que, para seducir a los postulantes, mencionaba que en dicha localidad estaba enterrado Maimónides.

El joven se presentó ante los notables de la comunidad, hablaron sobre los términos del contrato a firmar, y se pusieron de acuerdo. Antes de comenzar sus tareas, el joven quiso conocer el sitio donde estaba enterrado Maimónides. Fue entonces cuando su interlocutor lo llevó a una oscura biblioteca llena de libros tapados por el polvo, tomó de un anaquel la “Guía de los Perplejos“, sopló para aventar la tierra y extendiéndole el volumen al rabino le dijo: es aquí dónde está enterrado Maimónides…porque ya nadie lo lee.

Como el joven rabino, Ana Bloj también se interrogó –no por Maimónides—pero si por los pioneros de la psicología infantil y del psicoanálisis en la Argentina.  Mucho más: quiso saber acerca de la dialéctica establecida entre la clínica y la incipiente teoría de los pioneros, el impacto de su producción a través de los medios de comunicación y la influencia ejercida sobre el campo ampliado de la infancia. Y se encontró no con la “Guía de los Perplejos” pero si, perpleja ante la evidencia de que –a los pioneros-- ya nadie los lee.  

Este libro es el resultado de esa búsqueda y, por lo tanto, viene a llenar el vacío que se produjo entre la producción actual y la producción originaria. Si bien no pretende ser un libro de historia --al menos no de la Historia de los historiadores de oficio-- explora la producción de los primeros psiquiatras de niños que incorporaron tangencialmente el psicoanálisis, y de los psicoanalistas que abordaron la infancia. Es, por lo tanto un libro necesario y es un libro puente: atraviesa el abismo que abrió la ideología colonialista en nuestra historia; sutura la grieta que la dictadura militar produjo en la memoria colectiva. Es un libro necesario, un libro puente y es, también, un libro que tiende a reparar las heridas producidas por el totalitarismo biblioclasta.
La investigación que llevó adelante Ana Bloj ocupa el lapso que va desde 1929 hasta 1969. Diez años después, el 29 de abril de 1976, Luciano Benjamín Menéndez, jefe del III Cuerpo del Ejército, ordenó una quema colectiva "a fin de que no quede ninguna parte de estos libros, para engañar a nuestros hijos". Y como si hubiera hecho falta algo más afirmó que: "De la misma manera que destruimos por el fuego la documentación perniciosa que afecta al intelecto y nuestra manera de ser cristiana, serán destruidos los enemigos del alma argentina". El 30 de agosto de 1980 el “día de la vergüenza del libro argentino”, fueron quemadas en Sarandí más de 1,5 millones de ejemplares pertenecientes al Centro Editor de América Latina. Freud, incluido, fue considerado delincuente ideológico por la Dictadura Militar y su difusión prohibida en la Universidad. Sobre la escasa producción de los “pioneros”, la saña de  los biblioclastas. La escasa producción de los pioneros…
Yo conocí personalmente a cinco de los “pioneros” aludidos en el libro de Ana Bloj. A Lidia Coriat siendo estudiante de Medicina en la UNBA; a Arnaldo Rascovsky y Betty Garma por que fueron mis maestros en los Seminarios del Instituto de Psicoanálisis de la APA; con Arminda Aberasturi supervisé pacientes, niños; y con Eva Giberti compartimos proyectos y espacios científicos. El haberlos conocido personalmente, el haber tenido el privilegio de contarlos como interlocutores intelectuales, pone en evidencia, más aun, el abismo que nos separa de ellos. Fueron tan grandes y dejaron tan poco escrito. Con la excepción de Eva Giberti, que si tiene una obra casi a la altura de la intelectual mayor que es, la distancia entre la obra escrita y la magnitud de la clínica de los pioneros es inconmensurable y quedó como una marca de fábrica –marca abismal-- del psicoanálisis argentino.

¡Fue tal el impacto que causaron en el psicoanálisis y en la psicología infantil, y sabemos tan poco de ellos! Sabemos tan poco de ellos o, tal vez, sabíamos tan poco de ellos. Porque, ahora, este libro  nos habilita a cambiar el tiempo verbal cuando nos aproxima a la inteligencia, a la densidad y a la creatividad de lo mejor de un pensamiento que también es nuestro. Fueron tantos los ataques, tantas las fracturas de la memoria que irrumpieron en la historia, en nuestra historia; fue tal la ofensiva desatada por quienes pretendieron abolir esa masa crítica que el psicoanálisis local encarnó que, al final, se nos apareció así: como eco y no voz, como máscara sin rostro. A los psicoanalistas argentinos, para que ignoremos lo que podemos ser, se nos oculta y se nos miente lo que fuimos.  

Los “pioneros”…son nuestros pioneros. Una profunda diferencia, una brecha insalvable separa a los pioneros de ellos de nuestros pioneros. Un abismo separa a quienes inauguran un saber en las metrópolis de quienes lo inauguran en la periferia. Los primeros saben que lo suyo es, sin lugar a dudas, ciencia universal; en cambio los nuestros deben resignarse, en el mejor de los casos, a considerarse copia diferida del saber central cuando no, autores secundarios. Y esto es así a pesar de la ventaja comparativa que tuvieron (y, tienen) quienes producen en los bordes; ventaja crucial, si se quiere, ya que basa su eficacia en la condición de estar situados en el cruce de saberes ajenos; en la intersección de lo mejor que se produjo en la metrópoli, con la producción y la apropiación periférica.

Porque para una pionera británica --para el caso, para Melanie Klein, por ejemplo— fue suficiente con producir su psicoanálisis, pero no se le movió un pelo frente a los psiquiatras norteamericanos o ante los psicólogos soviéticos. Otro tanto pasó con los psiquiatras dinámicos norteamericanos que conocieron muy bien a Anna Freud y, a veces, hasta a Melanie Klein, pero hicieron caso omiso de la producción francesa. No obstante, tengo la certeza de que los pioneros metropolitanos, hayan sido estos de París, de Londres o de New York, tuvieron algo en común. Ni les importó, ni tuvieron la menor idea de lo que se produjo en estos lares. Para los pioneros metropolitanos los nombres de Ciampi, de Telma Reca, de Lydia Coriat, de Arnaldo Rascovsky, de Arminda Abersasturi, de Betty Garma fueron desconocidos. Y es casi seguro que los pioneros metropolitanos jamás leyeron a Anibal Ponce.

En cambio, nuestros pioneros construyeron su clínica y establecieron  sus teorías a partir de una interlocución intelectual con casi todas las autoras y los autores contemporáneos; construyeron su clínica y establecieron  sus teorías entrecruzando lo mejor de la producción metropolitana con lo mejor de la producción local para desarrollar sus propias ideas, para arribar a conclusiones novedosas e inéditas y para edificar su particular manera de afirmar un polo conceptual.
Porque el   psicoanálisis  argentino  es  un   producto   traducido   y  transculturado. La traducción es el sistema de  mediaciones por  vía  del cual los psicoanalistas locales intentamos resolver,  frecuentemente,  la distancia entre  el   centro y la perifería; entre el  texto y la lectura; entre la modernidad del norte-dominante y la refuncionalización crítica de sus signos importados según códigos locales.

Para cualquier periferia dependiente de los circuitos de organización, de producción y de distribución del psicoanálisis metropolitano, el desafío teórico pasa por saber cómo interpretar la complejísima vía de transferencia de conocimientos empezando por reconocer que todo el campo opera como matriz de traducción (1). Por precaria que sea la existencia de ese campo, de ese contexto particular, es innegable que funciona como escena de reelaboración; como estructura ordenadora de los modelos traducidos. Por eso no sería arriesgar demasiado suponer que la importación del discurso psicoanalítico haya sido responsable de aportar  un impulso  definitivo para nutrir el repertorio simbólico, para contribuir al procesamiento de los traumas históricos, para la construcción de  “nuestra” cultura. Así, podría afirmar sin hesitar que aún los psicoanalistas locales que en aquellos años y ante una mirada superficial pudieran aparecer como adictos o ecolálicos del psicoanálisis británico (y, en la actualidad como ecolálicos del psicoanálisis francés) están lejos de ser meros imitadores de  textos importados. El psicoanálisis argentino  es  un producto traducido y  transculturado, decía, pero esa importación no ha sido sencilla ni inocente. Una de sus complejidades se expresa  en  la dificultad que tenemos quienes pertenecemos a culturas subordinadas para apropiarnos de la teoría universal a sabiendas que forma sistema  con  la normativa del centro. ¿Cómo evitar, entonces,  una rendición incondicional a las gramáticas de  autoridad  del centro? ¿Cómo adueñarnos de las categorías teóricas puestas en circulación  por las metrópolis sin que eso signifique plegarse a las jerarquías del poder central?

En el período que va desde 1929 hasta 1969, mientras  el proyecto de la modernidad dominó en la  cultura, el centro --en tanto origen y fundamento de difusión psicoanalítica-­ universalizó el paradigma dominante. La metrópoli que irradiaba su luz de sabiduría y conocimientos hacia una periferia sombreada reservó, a las elites locales ilustradas, la tarea de  administrar el Modelo traducido y pontificar sobre los atrasos y avances referidos al mismo. Por aquel entonces, centro y  periferia sellaron su histórica relación de jerarquía y dependencia en la dupla original-copia; dupla que transcribe el dogma de la colonización cultural: el original como sentido primigenio y  único depositado en  el  centro, y la  copia como reproducción mimética en lengua subordinada. Porque en el imaginario social de la modernidad, el  peso del Modelo --su valor como núcleo de la razón, la verdad y el poder-­ descansa, por supuesto, en la supremacía del origen.

Pero eso fue así, para nuestros pioneros, en el período que va desde 1929 hasta 1969, mientras el proyecto de la modernidad dominó en la cultura. Hoy en día, con la pérdida de la fe en los absolutos de la racionalidad; con el desmembramiento del centro de la modernidad,  algo empezó a cambiar en la periferia. Sería demasiado apresurado afirmar que el derrumbe del fundamento mono-eurocentrista de una universalidad hasta  ahora fuera de sospecha, ayudó a liberar, finalmente, a la  periferia de la tiranía del Modelo como ejemplaridad de sentido. Pero no es disparatado preguntarse ¿cómo se redefine  la  operación  de traducir para una lectura periférica, un texto que ya no es el texto único y fundador de la modernidad del centro, sino  que ahora es el texto plural y diseminado del descentramiento? Quiero decir: ¿cómo se trata a un texto que en si mismo rebate el  supuesto de que los textos se rigen monológicamente por una razón dueña de si misma y legitimadora de certezas?
Sí, pienso que tomar el texto en la positividad de su discontinuidad, en la precariedad de su sentido, en la debilidad de su pensamiento,  puede ser útil como  recurso antifundamentalista para la  periferia; una buena oportunidad para desalinearse del Modelo. Pienso que el espacio cedido por la discontinuidad, la fragmentariedad, la transitoriedad de los signos centrales invita a que la  periferia  los ocupe con  un proyecto poscolonial de descolonización en la medida que permite  liberarse de la sujeción a las totalidades  jerárquicas. Sin duda que la profunda crítica al poder del saber único en algo ayuda ya que la diseminación del sentido, la multiplicidad y la diversidad, revoca el mito originario de una voz canónica que basa su autoridad en la huella fundacional del texto. No obstante, ese texto canónico está siempre expuesto a reapropiaciones monocéntricas en la medida que es fetichizado en la periferia como expresión catedrática de la incontrovertible superioridad de la cultura central.
Nuestro psicoanálisis, el psicoanálisis de niños que nos legaron los pioneros, es el  psicoanálisis ladino y neobarroco que se salvó de la hoguera. Pero ¿cómo es ese psicoanálisis?

Para  empezar  a responder debería poner en duda  la  imagen que tiende  a mostrar nuestro psicoanálisis (y, muy especialmente, nuestro psicoanálisis con niños) como un  eco  diferido y deficiente del psicoanálisis europeo. Porque en definitiva, somos la copia de un original que no existe. Ni en Paris, ni en Londres, ni en Nueva York sucede con el psicoanálisis lo que pasa aquí. Primero, entonces, poner en duda  esa imagen; después, tener  en  cuenta la dificultad que surge al descubrir la multiplicidad de paradigmas psicoanalíticos que circulan en nuestro medio y la mutación permanente de los mismos. Esto es: ¿cómo definir el perfil de  una  práctica, justamente (des)dibujada por la intensa interacción con la metrópoli?
No se trata, entonces, de marcar las semejanzas o las diferencias que nos constituyen, pero no puedo evitar señalar aquí que cuando como periferia descubrimos que hay varios psicoanálisis, y no uno solo, parece que ha llegado el momento de reconocer el fin de  un férreo monopolio, sea este imaginario o real. De súbito resulta posible que haya otros; que en el propio centro haya otros centros. 
Nuevamente ¿cómo es el psicoanálisis que nos legaron los pioneros?
¿Dónde buscar su originalidad? ¿Dónde intentar descubrirlo?

Arriesgo una respuesta: en las operaciones  teórico-discursivas instrumentadas por la periferia no sólo para construir frases propias con  un vocabulario  y  una sintaxis recibida sino, también, para subvertir las interpretaciones codificadas por los pactos de lectura hegemónica, desviándolos hacia resignificaciones locales tan rebuscadas, barrocas --y  hasta perversas-­ como el propio giro posmoderno.
Desde siempre experto en las transcodificaciones del bricolage teórico (esto es: la construcción de modelos sobre la base de residuos o deshechos de otras construcciones) el  psicoanálisis local usa la “cita” del discurso hegemónico para resignificar operaciones locales autodirigidas. Operaciones que conquistan, a veces, la atención del destinatario metropolitano  porqué fingen compartir su mismo vocabulario (la simulación, la parodia, el reciclaje y la apropiación mimética) para luego revertir sus términos en una suerte  de contra-mímica.  De ahí que su ser  ladino vertebre la identidad  de  nuestro psicoanálisis (2).

La condición del nuestro como psicoanálisis ladino debería hacernos pensar que cuando los  locales hablamos el lenguaje  de  la  metrópoli, solo relativamente estamos sacrificando nuestra jerga o traicionando nuestra propia producción para rendirle culto al mercado psicoanalítico hegemónico. Más bien parecería ser que la lectura periférica  desvía  las fórmulas  de origen hacia cruces no programados por la semántica del centro. Cuando  la  periferia  usa (y  abusa   de) la mecánica    posestructuralista de la “cita” para  desarticular los  mitos  del sentido  indiviso e infinito, no es solo para romper, a  la  manera de Derrida, con el artefacto filosófico de la totalidad  metafísica. La “cita” también nos sirve para desactivar la clausura eurocentrista de una tradición legitimada por autorreferencia y nos sirve para confrontarla a contextos heterogéneos que desequilibran su patrón monocultural.
Ocurre que, cuando como periferia nos prestamos a  “jugar” un discurso de acuerdo a modelos y leyes promulgadas por el centro, no ignoramos las trampas con que un poder disciplinante y corporativo nos “explota”  al  tiempo que es incapaz  de cualquier solidaridad  con nosotros.  Se trata, más bien, de prestarnos a un diálogo  con  el centro; diálogo que viola las fronteras del control metropolitano. Complicidad nuestra con las voces contra-hegemónicas del centro, las que se interesan --democrática y sinceramente-­ en los otros de lo Otro, en las diferencias de la Otredad (3).

Sería  ingenuo quedarse con la evidencia y pensar que cuando la periferia teatraliza la “copia” --la reproducción, la imitación-­  como herencia colonial, lo hace para mimetizarse con la estética posmoderna del simulacro. Tengo la impresión que cuando como periferia exageramos el travestismo cultural de la “copia” lo hacemos al mejor estilo de la sátira latinoamericana del Modelo a imitar (aunque el Modelo a imitar --el original-­ sea la desacralización de los modelos).
Esa  burla, esa sobreactuación del doblaje paródico como estratagema --como respuesta estratégica al  tradicional  déficit  de  originales  y originalidad que nos aqueja  (por otra  parte, más imaginario que real)-- permite afirmar la característica  neobarroca (4) de  nuestra  identidad  psicoanalítica. Identidad que se liga a una cultura cuya tradición ha reestilizado, siempre, la máscara como retórica  transcultural de la apropiación; artificio para denunciar y ocultar, carnavalescamente, lo propio.
De modo tal que esta nueva aproximación a los pioneros que establece Ana Bloj me sugiere el neobarroquismo como rasgo que identifica al psicoanálisis argentino a partir de concebirlo antes que como un neoestilo, antes que como una desviación del movimiento estético nacido en el Siglo XVII, como la norma permanente de la cultura latinoamericana. A diferencia del barroco, el neobarroco refleja estructuralmente la inarmonía, la ruptura de la homogeneidad, la desaparición del logos como absoluto, la crisis del concepto de “falta”y de “carencia” como fundamento epistémico.

Dejo, entonces, a quienes comiencen aquí la lectura, con este libro puente, libro que nos reconcilia con un linaje, que nutre nuestro patrimonio al tiempo que nos enfrenta con el vacío de los muchos pioneros que nos faltan.
¡Buena suerte  leyéndolo!

Juan Carlos Volnovich

(1) Altamirano, C. Sarlo,B: Literatura/Sociedad. Hachette. Buenos Aires, 1983.

(2) Tomo aquí el término “ladino” como suele usarse en el sur de México: para aludir a los indios más aculturados respecto de la sociedad criolla dominante. En la Argentina, la expresión adquirió un tono peyorativo  que hace referencia a la presunta doblez de intenciones del gaucho, pero, para la  Enciclopedia Ilustrada de la Lengua Castellana aunque taimado, sagaz y astuto, ladino es el que habla con facilidad varios idiomas.  

(3) Al hablar de la producción cultural europea, hay que tener en cuenta que lo mejor de Europa se ha hecho en Europa contra Europa. Es decir: contra los sectores más reaccionarios y “establecidos” de la cultura central. 

(4) El neobarroquismo como identidad del psicoanálisis argentino (y latinoamericano) sería tema de un prolongado ensayo que no me atrevo más que a insinuar, aquí. Remito a:
Lacan, J: Del Barroco El seminario 20. Aún. Paidos. Barcelona. 1975.
Deleuze, G: El pliegue Op.cit.
Lezama Lima, J: La curiosidad barroca. En, Confluencias. Editorial Letras Cubanas. La Habana. 1988.
Carpentier, A: Lo barroco y lo real maravilloso  En, Ensayos. Editorial Letras Cubanas. La Habana. 1984.
Barroco, más que un estilo, es una suerte de pulsión creadora que, ciclicamente, vuelve a traves de la historia. Existe en América Latina un espíritu barroco como constante que de ningún modo puede circunscribirse, ni clausurarse, con el movimiento estético nacido en el siglo XVII. Al Popol Vuh, a José de Churriguera, a la gran hazaña del quecha Kondorí, al prodigio del Aleijadinho, a Sor Juana Inés de la Cruz, a Rómulo Gallegos, José Martí y Ruben Darío, a Leopoldo Lugones, se le suma, como contribución a la identidad neobarroca  de la cultura latinoamericana, el psicoanálisis lacaniano.
Sarduy, Severo: Ensayos generales sobre el barroco. Fondo de Cultura Económico.  Bs.As. 1987.

 

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