Psicoanálisis, estudios feministas y género

Género, Psicoanálisis y Derechos Humanos

Nancy Caro Hollander

Trabajo presentado en el Foro de Psicoanálisis y Género, Buenos Aires, 6 de agosto 1999.

Traducido por Irene Meler

Deseo en primer lugar agradecer al Foro por invitarme a hablar con Uds. y a intercambiar ideas acerca de un tema tan modesto como: ¡género, psicoanálisis y derechos humanos!. Deseo compartir algunas reflexiones con Uds. dentro del contexto de mi propia experiencia como feminista, psicoanalista y activista que defiende los derechos humanos.

Puesto que también soy historiadora, tiendo a pensar en la relación que existe entre el pasado y el presente, y esta tendencia parece intensificarse cada vez que retorno a Buenos Aires. Sé que para ustedes, en Argentina, el 24 de marzo es una fecha saturada de significado. Esta es una fecha que ha adquirido recientemente gran significación también en mi país, puesto que el 24 de marzo de este año, el gobierno de EU a través de la NATO, lanzó su asalto militar sobre Yugoslavia. Aunque los medios de comunicación no les han informado sobre esto, deben saber que en EU la política de Clinton, a pesar de la retórica empleada, ha sido severamente cuestionada por diversos grupos que defienden los derechos humanos y se oponen a la guerra. La consideran motivada por intereses particulares y por objetivos económicos y geopolíticos de largo alcance, mas que por consideraciones relacionadas con los derechos humanos. Existen protestas y movilizaciones constantes en EU, en contra del desastre perpetrado sobre la población civil, tanto en Serbia como entre los mismos refugiados que han sido designados como los beneficiarios manifiestos.

 

En Los Angeles estamos en contacto con un grupo feminista de Belgrado, que se llama "Mujeres de negro". Durante siete años y medio, esas mujeres establecieron con solidez su oposición a la guerra, la violación, y la limpieza étnica que ha tenido lugar en la ex – Yugoslavia.

En forma parecida al accionar de las Madres de Plaza de Mayo, casi todas las semanas y a lo largo de los años, las Mujeres de Negro marcharon en protesta contra las guerras a través de los Balcanes. Esas mujeres están en contra de todo el continuo de violencia, desde la violencia masculina contra las mujeres, hasta el militarismo y la guerra. Abogan por la paz, la justicia y la democracia multi- étnica, así como por la implementación de medios no violentos, negociados, para resolver las diferencias.

Consideran que cierta clase de masculinidad alimenta y es a su vez realimentada por el militarismo y la guerra, y que esto es lesivo no solo para las mujeres sino también para los hombres. Esas feministas se visten de negro para simbolizar su duelo por la muerte de seres amados al interior de todos los grupos étnicos, por todas las víctimas de la guerra, por la pérdida de los hogares de mucha gente, la violación de mujeres, la destrucción de ciudades y pueblos.

Han formado parte de la oposición a Milosevic durante años, y estuvieron protestando contra el nefasto efecto de los bombardeos de la NATO, que solo sirvieron para debilitar a los movimientos civiles que defienden los derechos humanos y que han luchado tradicionalmente contra el régimen militarista de Milosevic.

Mi contacto con ese grupo de derechos humanos en el mismo momento en que también estaba pensando acerca de mi regreso a Buenos Aires, estimuló el surgimiento de recuerdos de experiencias por las que atravesé hace casi treinta años, cuando vine a vivir aquí para escribir mi disertación doctoral sobre la historia de las mujeres argentinas. Fue en 1969, y vine de mala gana por que el traslado significaba abandonar mi activismo en los movimientos de liberación femenina que estaban surgiendo en EU.

En sus estadios tempranos, algunos de los debates que se planteaban entre nosotras, que proveníamos del movimiento contra la guerra de Vietnam y del movimiento por los derechos civiles, se centraban alrededor de la siguiente cuestión, tal como la comprendíamos en esa época: ¿Era el sistema de clases o el sistema de géneros la fuente más importante de opresión para las mujeres?. En esos tiempos en que el diálogo comenzaba, pensábamos ingenuamente en términos de elección de una de esas alternativas!. Pero también es necesario reconocer que esa opción determinaría la dirección del activismo político.

Eso ocurrió a fines de la década de los ’60, y una forma simbólica en que se articulaban nuestros debates se expresa en la siguiente cuestión: Debemos interrogarnos: En nuestra lucha por liberar a todas las mujeres - blancas, negras, marrones, de primer mundo, del tercer mundo - ¿deberán prevalecer las alianzas de género sobre las de clase?, y en ese caso, ¿encontraríamos nuestra más confiable aliada en Jackie Kennedy? - o si las alianzas de clase fueran prevalecientes en las luchas políticas por el cambio social, ¿sería nuestro aliado principal el Che Guevara?.

Esas reflexiones parecen ingenuas cuando se las considera en forma retrospectiva, pero mis experiencias subsiguientes en la Argentina me proporcionaron un nuevo contexto en el cual los mismos interrogantes emergieron de modo más dramático. En los comienzos de la década de los ’70, encontré a Gabriela Cristeller, quien estaba muy interesada en el movimiento de mujeres, y establecimos juntas un Centro Feminista, denominado la Unión Argentina Feminista (UFA!), un centro abierto que tenía una biblioteca que contenía traducciones de trabajos feministas provenientes de otros países. Convocamos reuniones y organizamos grupos de concienciación entre mujeres de clase trabajadora, activistas sindicales, y estudiantes de clase media, intelectuales y artistas. Otros grupos comenzaron a surgir, de modo que organizamos una reunión amplia para permitirnos el intercambio de ideas. Ese encuentro ocurrió el 22 de agosto de 1971, una fecha infame en la historia argentina, la masacre de presos políticos en Trelew.

Durante toda la tarde, Gabriela, que tenía a uno de sus hijos preso en Villa Devoto, estuvo junto a mí, ambas pegadas a la radio buscando alguna información específica acerca de lo que estaba ocurriendo, pero el Estado junto con los medios masivos estaban elaborando una campaña de desinformación, que sembraba el pánico entre las familias, quienes tenían prohibido viajar al área o enviar abogados para que defendieran a sus parientes.

En el encuentro feminista que tuvo lugar esa noche surgió un debate acerca de lo que debíamos hacer los grupos feministas, si alinearnos o no con las numerosas organizaciones que denunciaban públicamente las acciones represivas del Estado. Muchas de nosotras deseábamos hacer una declaración pública, denunciando los actos del gobierno militar, pero algunas de las mujeres argumentaron que eso no tenía nada que ver con nosotras como feministas, por que en los movimientos revolucionarios, el rol subordinado adjudicado a las mujeres reflejaba la opresión patriarcal tradicional de las mismas. De modo que: ¿por qué protestar por la suerte de esos hombres que solo reproducían actitudes y conductas patriarcales?.

Personalmente me sentía (al mismo tiempo) atónita ante lo que proponían, dada la situación de riesgo de vida en que se encontraban los prisioneros políticos, incluyendo al hijo de mi compañera, Gabriela, así como a activistas mujeres. Pero retrospectivamente, reconocí su posición como la expresión de una de las perspectivas de los debates teóricos que habíamos mantenido en Los Angeles: ellas planteaban una postura feminista radical, reclamando un activismo dirigido en forma exclusiva a favor de la liberación femenina. En nuestra confrontación ocurrida durante esa espantosa noche de Buenos Aires, - como ocurrió en diversos contextos en todo el mundo- se encontraban las semillas de un diálogo que se desarrollaría en le interior del movimiento feminista durante los años subsiguientes, para determinar el amplio y rico análisis acerca de la índole y las causas de la opresión de las mujeres, la relación existente entre la explotación económica y la supresión ideológica de las mujeres, teorías sobre la construcción social del género y su relación con la diferencia sexual, indagaciones acerca de la subjetividad, el encuentro entre psicoanálisis y feminismo y la evolución de una tendencia correctora inspirada en el feminismo, respecto del movimiento en defensa de los derechos humanos, cuya orientación era androcéntrica.

Dentro de los numerosos temas que podríamos considerar a este respecto, deseo seleccionar algunos en los que se ha focalizado mi propio interés.

En primer lugar, realizaré un comentario sobre las convergencias entre psicoanálisis y feminismo, cuya fertilización cruzada ha realizado contribuciones fructíferas para la emergencia del discurso contemporáneo sobre el género. En la Argentina existe un gran interés en las perspectivas teóricas generadas por el diálogo feminista relacionado con el discurso lacaniano dentro del campo del psicoanálisis. Por mi parte, centraré mi enfoque alrededor de la orientación que predomina en mi país, o sea el psicoanálisis relacional, inspirado en la teoría de las relaciones de objeto, y su encuentro con el feminismo.

En los años ’70, como feministas que habíamos construido un movimiento basado en el testimonio personal, o sea, como mujeres que encontraban una voz para expresar su experiencia subjetiva y explorar la relación existente entre sus roles sociales y sus vidas emocionales privadas, nos interesamos en comprender las formas en que la inequidad se internaliza y forma parte de la estructura psíquica, así como de qué forma, en el contexto de las culturas existentes, se construye la feminidad dentro del patriarcado.

Podíamos advertir la tenacidad de las fuerzas inconscientes que inclinan a las mujeres a cooperar psíquicamente con su propia subordinación, y deseábamos ver de que forma el psicoanálisis podría arrojar luz sobre ese proceso y también transformarse en una herramienta para el cambio personal y social. En otras palabras, deseábamos trascender nuestra actividad como críticas sociológicas del patriarcado y su victimización de las mujeres, para iluminar la subjetividad femenina y la multiplicidad de formas en que no solo internalizamos los grandes sistemas simbólicos del patriarcado, sino también de qué forma llevamos en nosotras el potencial para la creación de una conciencia opositora. Buscamos en el psicoanálisis la forma de explorar cómo cada una de nosotras negociaba un mundo interno de relaciones de objeto que representa no solo el apego tenaz inconsciente hacia el orden simbólico, sino también el potencial para una reconfiguración de ese mundo interno capaz de crear adhesiones a un nuevo dominio simbólico, transformado por la perspectiva feminista.

Las feministas se apropiaron de la teoría psicoanalítica en sus esfuerzos por comprender las estructuras profundas de la vida inconsciente, incluyendo la naturaleza del conflicto inconsciente y sus defensas, tales como represión, denegación, disociación, idealización, fragmentación, e identificación proyectiva, así como su contribución para la construcción de la identidad de género y de la representación de la diferencia sexual, que tienden a la reproducción de la existencia genérica. Desarrollaron enfoques clínicos que reflejaban su reorientación teórica. De modo que también las psicoanalistas fueron profundamente afectadas por el proyecto feminista.

Baste recordar que en el psicoanálisis inglés y norteamericano se produjo una democratización de la teoría y de la práctica, revelada en las siguientes metamorfosis ocurridas en los últimos 20 años: el pasaje desde una psicología unipersonal hacia un enfoque bipersonal que representa un cambio de paradigma hacia modelos intersubjetivos y relacionales. Esto a su vez, fue el resultado de un diálogo fértil entre la Escuela Inglesa de las Relaciones Objetales (Klein, Fairbairn, y Winnicott) y la Escuela Norteamericana Interpersonal de Sullivan, más la Psicología del Yo, a lo que se añade la contribución de las teorías sobre el apego temprano y los resultados de la observación de niños. Se ha prestado una nueva atención a la contratransferencia, considerándola como una herramienta central para el proyecto psicoanalítico. También se ha reemplazado el antiguo modelo que consideraba al analista como fuente y al paciente como receptor de conocimiento, por la noción de un esfuerzo mutuo realizado por ambos. Todas estas transformaciones han emergido en forma simultánea.

Orbach y Eichenbaum han sostenido que estos desarrollos auspiciosos constituyen en gran medida una respuesta al énfasis feminista sobre teorías perspectivistas, que promueven la postura de que no existe una realidad simple y objetiva esperando ser descifrada y descubierta por el analista. En cambio, se piensa que aunque no existe un reconocimiento formal, el proyecto feminista ha influido en la aparición de esas nuevas tendencias dentro del campo psicoanalítico, donde diversas escuelas consideran al sujeto como compuesto por una variedad de constelaciones de estructuras dinámicas de yo / objeto, algunas de las cuales predominan en el funcionamiento psíquico en diferentes momentos; o como caracterizado por diversos Yos, algunos de los cuales predominan en la relación con la realidad interna y externa.

Ciertamente, el nuevo paradigma en el cual la voz del paciente se incluye plenamente, anteriormente marginalizada, como la perspectiva de un sujeto involucrado junto con el analista en una exploración psicoanalítica mutuamente construida, en busca de su particular verdad, aparece en forma paralela con el surgimiento de fuertes desafíos feministas planteados al interior de las ciencias sociales y humanas.

Por supuesto, algunas de esas tendencias sugieren la influencia de las sensibilidades postmodernas, que han influido en aquellos aspectos del pensamiento feminista y de la teoría de género que enfatizan la importancia de la multiplicidad de la experiencia humana y la diversidad de las perspectivas posibles. Considero que tanto el psicoanálisis como el feminismo constituyen un terreno fértil para el impulso postmoderno que enfatiza la unicidad de la perspectiva de cada individuo, cuya realidad está marcada por una inserción específica en el mundo social en términos de género, raza, clase y nacionalidad. Ambos deben tomar en cuenta la exhortación a reconocer que las teorías elaboradas en el contexto del mundo occidental, deben ser utilizadas con humildad respecto de las pretensiones de aplicación universal a todas las culturas y períodos históricos. Más aún, el psicoanálisis hará bien en atender a los análisis feministas que critican el carácter binario de las estructuras sociales genéricas, así como de las ideologías acerca del género, y que nos recuerdan que no debemos considerarlas como aspectos naturales o esenciales de la diferencia sexual humana, sino más bien como creaciones de la cultura que privilegian de modo inevitable un mundo dominado por los varones que prescribe la heterosexualidad.

Solo esta postura permite la posibilidad de transformar los actuales arreglos de género.

Las teorías feministas nos piden que reconozcamos que el género socialmente construido en las culturas patriarcales produce una escisión tan inevitable como patógena en mujeres y en varones, cada uno de los cuales se ve forzado a denegar los atributos humanos culturalmente definidos como pertenecientes al sexo opuesto, y que promueve la denigración y exclusión de todo lo que se asocia con el otro inferiorizado, incluyendo a las mujeres, minorías raciales y gays y lesbianas (Parsons)

En mi propio trabajo, he estado interesada en utilizar las perspectivas psicoanalíticas feministas para comprender la naturaleza de las construcciones culturales existentes acerca del género, que se caracterizan por la oposición y el binarismo, y de qué modo se reproducen y afectan la experiencia vital de las mujeres consideradas como Otros, como subordinadas y /o marginalizadas y como víctimas de diversas expresiones de violencia masculina dentro del contexto de abusos extremos de los derechos humanos. Por ejemplo, mi interés en los efectos psicológicos de la represión política en América Latina me condujo a explorar la experiencia de mujeres en situaciones límites y a demostrar que el impacto traumático del terrorismo estatal está condicionado por el género y los roles sexuales vigentes en las culturas patriarcales actuales a través del continente.

Aunque no puedo presentar mi análisis en este momento por falta de tiempo, deseo referirme mínimamente a los temas que considero centrales dentro de la teoría feminista de las relaciones de objeto para explicar la persistencia de la subordinación femenina y las consiguientes violaciones de los derechos humanos de las mujeres en las esferas económica, cultural, psicológica y social. Postulo que existe una particular constelación de identidades y sexualidades femeninas y masculinas que emergen al interior de una familia centrada en la mujer y dominada por el varón, que asigna a las mujeres la responsabilidad exclusiva por la reproducción y la socialización al interior de culturas patriarcales cuyos discursos y símbolos hegemónicos denigran la feminidad considerándola como inferior a la masculinidad. Numerosas teóricas feministas han destacado diversos aspectos de esta situación, que resumiré brevemente aquí:

Las madres transmiten a sus hijas actitudes y sentimientos, que construyen su psiquismo, sobre la base de la identificación inconsciente de la madre con su hija, que considera como "semejante" a sí misma. Las niñas aprenden a apreciar la afiliación, empatía y cuidado, y como ellas no se ven obligadas a resignar su primaria y original relación identificatoria con sus madres como parte de su desarrollo psicosocial, les resulta más fácil la conexión con los demás, mientras que experimentan dificultades en asumir su propia separatividad, límites o autonomía, en comparación con los varones.

Ellos deben obtener un sentimiento de agencia, independencia, autonomía y autorización, a través de un proceso de desidentificación con respecto de la madre que implica usualmente la pérdida o la falta de constitución de su capacidad para la empatía y la conexión con los otros (Chodorow).

Las niñas no disponen de la posibilidad de utilizar al padre como objeto o vehículo para la identificación de sí mismas como sujetos deseantes autorizados al desarrollo de su propia agencia con el fin de producir un impacto emocional o intelectual en el mundo (Benjamin).

Dados esos arreglos, la niña enfrenta el desafío de crear un apego discriminado, que incluya la diferenciación con respecto del otro, mientras que los niños enfrentan la tarea igualmente desafiante de diferenciarse con respecto de la madre sin repudiarla. Ambos logros resultan casi imposibles de obtener en la cultura contemporánea (Orbach y Eichenbaum).

La experiencia universal en las familias centradas en los cuidados maternos, refuerza tempranas experiencias primitivas de desvalimiento infantil y dependencia total respecto de la madre. Emergen inevitables resentimientos a medida que cada uno de nosotros llega a odiar y temer a la madre de la que depende con exclusividad y que permanece por fuera de nuestros deseos de control omnipotente. Ese odio inconsciente hacia la madre poderosa así como la envidia por su capacidad fantaseada de satisfacer sus propias necesidades y descuidar las nuestras, se dirige más adelante hacia las mujeres en general. Dada la actual escisión entre los géneros, los hombres dirigen ese odio hacia el exterior, desplazándolo de sí mismos hacia todas las mujeres (representantes de la madre). Las mujeres dirigen el odio hacia su interior, atacando la imago materna que incluye identificaciones con construcciones misóginas denigrantes de la feminidad, que existen en el inconsciente de las madres tanto como en la cultura en general (Langer, Dinnerstein)

Esta narrativa feminista de las relaciones objetales pone en escena el análisis del fenómeno universal de la violencia masculina contra las mujeres, que considero puede ser explicado, al menos en parte, por la necesidad experimentada por los hombres de enfrentar una amenaza terrorífica de origen infantil: el temor al (re) engolfamiento por parte de la madre omnipotente. Una solución ubicua para los hombres de todas las culturas parece ser la idealización y glorificación de las mujeres por un lado o su devaluación y rebajamiento por el otro, En cualquier caso, el poder femenino es neutralizado por la representación cultural de ellas considerada por encima o por debajo de los temores masculinos, que resultan así contenidos a través de la fantasía de control omnipotente sobre un objeto disociado (Virgen /Prostituta) Buena / mala; Pura / contaminada).

Resulta interesante advertir que dentro del psicoanálisis existe una larga y rica historia de teorizaciones acerca de los orígenes y naturaleza de la agresión y violencia, generalmente organizadas en torno de las siguientes cuestiones:

  1. La agresión considerada como una tendencia autónoma o como una reacción ante la ansiedad o injurias narcisísticas.
  2. La agresión como expresión de un instinto de muerte
  3. Consideración de la agresión como un vehículo central para el logro de una saludable separación – individuación, o como una respuesta ante las heridas narcisistas acaecidas durante ese proceso.
  4. La agresión como resultado de la proyección de temores primitivos ante la muerte, depositados en otro que pasa a contener de ese modo la amenaza de aniquilación (Perelberg).

Las conexiones entre los conceptos de agresión y violencia han surgido hace relativamente poco tiempo. Muchos analistas interesados en la cuestión de la violencia postulan, desde diversas perspectivas, que la expresión de violencia se relaciona generalmente con la poderosa imago maternal primitiva y el impacto de la ausencia del padre, ya sea literal o emocionalmente, lo que dificulta la creación de límites internos en el vínculo entre madre e hijo. Glaser describió en un estudio sobre hombres violentos, la presencia de un complejo nuclear que incluye un anhelo de unión con el objeto, acompañado simultáneamente por un temor de ser fusionado y aniquilado, un conflicto que provoca el surgimiento de una intensa agresión destinada a la preservación del sí mismo y a la destrucción de la madre, que es proyectada sobre la víctima de un acto agresivo y violento.

De todos modos, estos autores psicoanalíticos no enfocan la cuestión que plantea la ubicuidad de la violencia contra las mujeres y de qué modo ésta constituye una manifestación normativa de las estructuras genéricas patriarcales. En cambio, tienden a considerar como dadas las relaciones familiares existentes en la actualidad, así como las prácticas sexuales actuales, que adquieren de ese modo un carácter inmutable e inevitable. Más aún, tanto entre los teóricos de las relaciones de objeto como en el discurso lacaniano, se asume que solo el padre representa literal y simbólicamente la introducción de un tercero, o el reino simbólico, o la cultura, para rescatar al infante de su primitiva relación simbiótica con la madre. Ha quedado a cargo de una lectura feminista crítica respecto de ese supuesto (Benjamin), plantear el problema de la dominación masculina y de la violencia contra las mujeres como intrínsecamente vinculado con las estructuras genéricas del orden social que produce esa problemática psíquica. Se plantea, por ejemplo, que si la teoría psicoanalítica no favoreciera la percepción de la madre sólo como un objeto al servicio de la satisfacción de las necesidades del sí mismo emergente de su niño, y si ella no estuviera limitada por arreglos de género difundidos en todas las culturas que le impiden lograr su propia subjetividad, podría existir otra posibilidad: la posibilidad de que al interior de la relación madre – hijo pudiera emerger la capacidad de ir más allá de una relación fusional basada en la reciprocidad y la complementariedad, hacia otra modalidad de vínculo donde dos sujetos interactúan entre sí sobre la base de una mutualidad conectada aunque discriminada. Pero tal posibilidad sólo existe, por supuesto, en un futuro imaginario alternativo a las estructuras psicosociales de género vigentes en la actualidad.

Es suficiente comprobar que en las culturas existentes la evidencia demuestra en forma reiterada la norma de una violencia masculina dirigida hacia las mujeres. Algunos ejemplos breves extraídos de estudios de Naciones Unidas, América’ s Watch y otras instituciones feministas y de derechos humanos, informan lo siguiente:

En Brasil el asesinato de las esposas es un crimen común y el abuso físico y sexual en el hogar representa más del 70% de todos los incidentes denunciados de violencia contra las mujeres. Las leyes brasileñas no consideran en general la violación, ya sea marital o producida por otros, como un crimen contra la persona individual, sino como un crimen contra las costumbres. Por lo tanto, la parte ofendida es la sociedad, no la víctima mujer.

En Chile, casi el 60% de las mujeres casadas sufren algún tipo de violencia doméstica y en Quito, Ecuador, el 60% de mujeres pobres informaron haber sido golpeadas por sus esposos o compañeros. En Nicaragua, el 44% de los hombres admiten haber golpeado a sus mujeres. En Perú, el 70% de todos los crímenes denunciados consisten en mujeres golpeadas por sus compañeros, y la policía cuestiona a la mujer interrogándola acerca de qué es lo que ha hecho ella a su esposo para provocar un ataque físico. En los Estados Unidos, el asalto sexual es tan sintónico como en América latina: la mitad de las mujeres de ese país han sido violadas al menos una vez en su vida y la mitad de las mujeres adultas son golpeadas en sus propios hogares por maridos o amantes, una situación que aún está condonada legalmente en aproximadamente 13 Estados.

Vemos entonces que en la cultura patriarcal – ya sea en países desarrollados o subdesarrollados - el abuso sexual es tan endémico que las mujeres aprenden a vivir en el temor de que, aunque no hayan experimentado aún un ataque violento sobre su persona, pueden ser victimizadas en cualquier momento. El hecho de que las mujeres viven con temor significa que se identifican fácilmente con sentimientos de victimización violenta, aún si no han sido atacadas de modo personal. La violencia masculina contra las mujeres constituye una experiencia normativa de la vida cotidiana y es reificada en la cultura patriarcal que refleja, permite e instruye a hombres y mujeres respecto de su aparente inevitabilidad.

Por supuesto, esta situación es simplemente exacerbada durante la guerra, cuando las mujeres son tomadas como objeto de violencia sexual por parte de los soldados, lo que a menudo constituye un método de castigo y desmoralización respecto del enemigo. En efecto, las mujeres se transforman, al igual que otros objetos, en botines de guerra. Y en situaciones posteriores a los conflictos, las mujeres son con frecuencia víctimas de la incrementada violencia doméstica perpetrada por los frustrados veteranos que retornan, ya sean padres, hermanos o esposos. En campos de refugiados, la rabia impotente de los hombres ante su desarraigo se expresa a través de golpizas y violaciones ejercidas sobre víctimas culturalmente seguras: las mujeres.

El hecho de que las mujeres viven con un grado normativo de ataque violento real o amenaza potencial de violencia ha llevado a la psicoanalista Laura S. Brown a reinterpretar de forma crítica la etiología y diagnóstico del trauma psíquico. Ella sugiere que la definición generalmente aceptada de stressores traumáticos, que lleva a la categoría diagnóstica de Desorden Post Traumático (PTSD), que los describe como acontecimientos "por fuera de la experiencia humana usual", constituye la expresión de un paradigma establecido desde el punto de vista privilegiado del varón. Esa definición de trauma ignora el nivel de violencia sexual que tipifica la experiencia cotidiana de las mujeres. Brown afirma que una definición adecuada debe ir más allá de las experiencias masculinas y públicas de trauma para incluir las experiencias femeninas y privadas, llevada adelante en secreto al interior del dominio interpersonal. Si la definición hegemónica de trauma es apta para los hombres de las clases privilegiadas, el "verdadero" trauma es definido como la experiencia en la que el grupo dominante es victimizado, en lugar de referirse a la experiencia en que ese grupo dominante es el perpetrador o la fuente del trauma. Brown sugiere que el término "trauma insidioso" sea utilizado para capturar los efectos traumatogénicos de la opresión femenina característica de una cultura de dominio masculino que normaliza y erotiza el asalto sexual y considera a la violencia como una vía de acceso apropiada hacia el espíritu femenino.

Las críticas feministas acerca de la actividad y las estrategias de las organizaciones de derechos humanos han seguido un rumbo similar al argumento de Brown, en el sentido de que el movimiento por los derechos humanos se ha basado esencialmente en el desarrollo de políticas destinadas a remediar las violaciones de los derechos ciudadanos en la vida pública, cometidas por parte del Estado. A pesar de que la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, aprobada poco después de la Segunda Guerra Mundial, incluyó el derecho a la igualdad entre los sexos, alojamiento decente, educación, atención médica, empleo y otros, el movimiento de los derechos humanos tendió a focalizar sus acciones en reducir las violaciones estatales de los derechos políticos de los ciudadanos en la esfera pública. De modo que se tendió a ignorar las violaciones de los derechos humanos de las mujeres, ya sea por que se consideraba que eran perpetradas por actores privados en la esfera privada más que por el Estado, ya sea por que estaban ancladas en las estructuras de explotación de políticas económicas discriminatorias y excluyentes o en las prácticas religiosas abusivas y represivas prevalecientes en diversas culturas.

Las feministas han realizado importantes avances para llamar la atención mundial sobre esos abusos de los derechos humanos sufridos de modo sistemático por las mujeres de todo el mundo. Han construido nuevos frentes de batalla; por ejemplo, en 1993 la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó la Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, que representa un compromiso político y moral para terminar con la violencia basada en el género dentro de la comunidad y al interior del Estado. La Convención de las Mujeres, -conocida como CEDAW- va más allá al comprometerse en la prohibición de la violencia contra las mujeres en la familia, incluyendo golpizas, violación, sufrimiento mental, y otras formas de violencia perpetradas por actitudes tradicionales relacionadas con el estatuto subordinado de las mujeres (Sullivan). Pero las feministas han alertado acerca de la inadecuación de la dependencia respecto de los sistemas judiciales de la mayor parte de los países para defender a las mujeres que hayan sido violadas o golpeadas, debido a que ellas son con frecuencia re – victimizadas por la misma policía que se supone debe protegerlas. También argumentan que la violencia basada en el género debe ser comprendida dentro del contexto de la inequidad estructural respecto de las mujeres, de modo que las distinciones entre vida pública y privada que operan para excluir la violencia basada en el género de la agenda de los derechos humanos puedan ser enfrentadas.

Es la desigualdad estructural de las mujeres, dicen, lo que debe constituir el centro de la preocupación, como una estrategia de defensa de los derechos humanos que tome en cuenta los derechos económicos, sociales y culturales de las mujeres para integrarlos en su agenda.

Otro tema que emergió en la agenda feminista de los derechos humanos es la tensión entre las demandas por la igualdad y el reconocimiento de la diferencia. Se argumenta que la igualdad es un concepto problemático, por que implica ganar el dudoso derecho de estar incluidas en las estructuras jerárquicas del mundo masculino y tratadas acorde con las reglas de un sistema que está siendo cuestionado. Las feministas luchan por la justicia social y el reconocimiento de sus derechos como mujeres relacionados con su diferencia sexual. Igualmente, las feministas han tomado en consideración las complejas cuestiones relacionadas con regiones previamente colonizadas, que consideran a las agendas internacionales de derechos humanos como exponentes del individualismo occidental que amenaza su autoridad autónoma para establecer reclamos nacionales, culturales y religiosos, aún cuando incluyan tratamientos opresivos tradicionales respecto de las mujeres. Las feministas argumentan que el respeto por la diversidad cultural debe estar basado en la aceptación de los derechos humanos de las mujeres basados en el principio de una "evaluación equivalente de la diferencia sexual" (Cornell).

Mientras que el movimiento feminista ha realizado un impacto significativo sobre la agenda de derechos humanos, alterando el discurso y modificando los objetivos, bastará estudiar los últimos informes de Human Rights Watch y de Amnesty International para comprobar cuan lento es el progreso en el área de derechos humanos de las mujeres y cuanto debe ser logrado todavía. Tal vez podemos experimentar más optimismo si tenemos en cuenta que el año pasado la Asociación Psicoanalítica Internacional se transformó en un Comité de las Naciones Unidas y ya psicoanalistas con compromisos sociales y feministas comenzaron a ofrecer sus habilidades psicológicas para luchar contra prejuicios muy arraigados que impiden avances en los programas de derechos humanos destinados a alterar la violencia contra las mujeres.

Permítanme terminar mis comentarios de esta noche recordando las palabras inspiradoras de la organización feminista Mujeres de Negro, surgida en medio de una guerra brutal y devastadora. Su respuesta al bombardeo de la NATO fue la difusión de una comunicación pública bajo la forma de una confesión de culpa por siete años de activismo a favor de la paz, libertad y democracia para todos los pueblos de la ex Yugoslavia.

Cada mujer, en un gesto de gran solidaridad escribió:

"Confieso mi actividad antibelicista de larga data; que no acuerdo con las severas golpizas propinadas a gente de otras etnias y nacionalidades, fe religiosa, raza u orientación sexual. ... que he alimentado a mujeres y niños en los campos de refugiados, escuelas, iglesias y mezquitas, por que estoy comprometida con una política de solidaridad; que he desafiado a los asesinos del estado donde viví y también a los de otros estados, por que considero que esa es la conducta política responsable apropiada para los ciudadanos; que a través de todas las estaciones del año he insistido en que la matanza debía terminar, así como la destrucción, limpieza étnica, evacuación forzada de personas y violaciones; que he cuidado de otros, mientras que los patriotas cuidaron de sí mismos"

 

Nancy Caro Hollander

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