Cine y psicoanálisis

El tigre, el dragón y el tino del tío Oscar

Julio Ortega Bobadilla
julius@cartapsi.org

Albert García I Hernandez
albert.garcia@wanadoo.es

(Crouching Tiger, Hidden Dragon. Estados Unidos, 2000. Duración: 120 min. Color)

La última entrega de los Oscares dio a la película objeto de esta crítica, nada más que cuatro preseas: mejor película extranjera, musicalización, dirección de arte y mejor fotografía; dejando en la estacada a la película mexicana Amores Perros (2000) del vestido de etiqueta y alborotado para la entrega: González Iñárritu.

Ang Lee, gladiador generoso, se acercó al director mexicano para presentarle sus respetos y decirle lo mucho que admiraba su trabajo que, esta vez, fue desdeñado por el jurado para el importante premio de la Academia de artes y ciencias cinematográficas de Norteamérica.

Al director chino nacido en 1954 en Taiwán lo conocemos bien en occidente por: The Wedding Banquet (1993) que explora el amor en los tiempos posmodernos; Eat Drink Man Woman (1994) perceptivo filme que muestra las diferencias generacionales con emotividad y buen gusto; y Sense and Sensibility (1995) una digna y hermosa adaptación de una novela de Jane Austen adaptada para la pantalla por la estrella y productora de la misma, la talentosa Emma Thompson, quien ganó un oscar por su guión. Esta última película, le ganó también un Oso de Oro en el Festival de Berlín y otra serie de premios de la Academia Británica. Lee ha obtenido con justicia también el galardón del año en Estados Unidos al mejor director, por parte de, la Asociación Nacional de revistas y el Círculo neoyorkino de críticos de cine.

De esta magnífica película en la que cualquier cosa parece posible, pueden hacerse varias lecturas, la nuestra es un ejercicio occidental que desde el psicoanálisis pone el acento en aquello que parece más bien mostrado (Wittgenstein) por el artista que articulado en palabras. La indulgencia y el humor del lector es pedida por los autores, de antemano, para estas letras traviesas.

El escenario de este asombroso relato es China, probablemente, a principios del siglo X1X. Chow Yun-Fat en un papel que le hace lucir mucho más, que el de cierto rey de Siam hollywoodense, domesticado por una institutriz inglesa (King and I), para gloria y honor de la práctica del remake cinematográfico, capaz de cometer la tropelía de filmar una segunda versión dramatizada de la remilgada producción musical con Yul Brinner y Deborah Kerr que demostraba lo educados que pueden ser los amos ingleses con las culturas inferiores, siempre y cuando éstas se encuentren dispuestas a superarse, tirando a la basura sus valores y cultura milenaria.

El héroe proveniente de Hong Kong y protagonista de infinidad de películas B de acción, se sublima en la pantalla para representar al maestro guerrero Li Mu Bai. Personaje a punto de llegar al final de su jornada para retirarse, dejando atrás una legendaria y noble carrera como combatiente al servicio de causas justas.

Su gesto de abandono a las armas no es espontáneo, ellas han ejercido sobre el guerrero la fascinación y el goce tan particular ligado a la pulsión de muerte. El significante espada no puede pasar sin más por la mirada psicoanalítica y surge la pregunta de por qué está tan dispuesto a entregarlo y quién es el destinatario verdadero de esa entrega.

De hecho la espada va a correr por varias manos como la carta de Poe, esperando llegar finalmente a su destino y desbastando, entretanto, a enemigos y curiosos que se atraviesan en el paso del filoso acero.

Li Mu Bai quisiera borrar el rastro de sangre que ha acompañado a su vida y que bruscamente le parece absurdo. Ha caído, de pronto, en cuenta de que ninguna cruzada vale lo que una vida humana. Una meditación profunda le ha enfrentado con el vacío de sí mismo y el horror que ello representa. Se trata —en cierto modo—, de un fracaso pues justamente ha dedicado su vida al perfeccionamiento de sus artes marciales y la meditación. Sorpresas como ésta, pueden cambiar el destino de un hombre que no quiere conformarse con proseguir el camino inevitable que algunos llaman destino. La experiencia muestra que no todos los hombres están dispuestos a mantener la puerta entreabierta al encuentro con el azar. El protagonista chino de esta película se aleja en su filosofía bastante, del magnífico guerrero japonés Toshiro Mifune que vimos en Los siete samurais (1954), Yojimbo (1961) y Sanjuro ( 1962) del gran Akira Kurosawa, que en ningún caso, estaría dispuesto a deponer sus armas.

Llega entonces a la provincia que preside su compañera de lucha y amor secreto, la bella, serena y mortal Yu Shu Lien (Michelle Yeoh) quien le recibe con un cariño secreto que ha sido guardado por años y escondido en nombre del honor, ese blasón que tanto ha significado a Oriente y que Occidente desprecia como un lastre que impide tanto la ganancia y las conveniencias, como la eficacia impía del conspirador.

Estableciendo un puente curioso con las aventuras de los caballeros de la edad media, nuestro prota gonista, se posiciona frente a su amor de la misma manera que un Sigfrido enamorado involucrado con un objeto de deseo que debe permanecer difícil e inaccesible. Por un momento, parece estar dispuesto a dejar la posición de amante cortés y empezar una relación como Dios manda con la bella Yu Shu Lien, diosa guerrera identificada con el falo ausente, a través de la práctica de las mismas artes marciales que parecerían separarla de su amado. La dificultad gozosa y doblada que impide su relación, parecieran estar a punto de ceder al nivel del amor común y corriente, aquel que trae hijos y cuentas por pagar.

A su amor imposible, le impone la tarea de entregar su legendaria espada fabricada hace 400 años y llamada significativamente "El destino Verde" al señor Sir Te (Sihung Lung) y dejarla en sus manos ¿Por qué no la entrega directamente? Pareciera comprometido a asegurarse de que la espada, en manos de su amada, corra una suerte que puede definirse como metonímica. No olvidemos que ella no ha sido muy hábil, hasta ahora, para cambiar el esplendor de su oficio de sangre, por la simple y siempre imperfecta función de marido.

La entrega de la espada representaría la renuncia a una vida marcada por la violencia y la batalla. Li Mu Bai parece desear una existencia más tranquila regida por principios menos espirituales que desemboque en una paz soñada pero nunca realizada. Eso es sólo la apariencia, el amor de esa mujer no le corresponde, sino como un lugar vacío al cual apuntar. Algo más que las circunstancias del destino (¡Verde!) lo separan de Yu Shu, la tal espada parece ser el verdadero objeto de su amor. La renuncia a su arma, representa en lo manifiesto, dejar de lado la venganza en contra de la asesina de su maestro, pero en lo profundo, significa también, abandonar su invencible imago, prolongada en un apéndice peligroso y fácil de sustraer.

La espada es aceptada en resguardo por Sir Te, quien no es el destinatario de la misiva por lo que nunca llegará totalmente a sus manos. Es robada esa misma noche por la malcriada discípula de la maligna Zorra de Jade (Cheng Pei-Pei). Oculta tras el disfraz de ladrona, se encuentra Jen (Zhang Ziyi), joven aristócrata rebelde al casamiento arreglado por sus padres y que aparece como un imprevisto con faldas en los planes de Yu Shu.

La princesa goza de una manera más pura y menos sumisa que su nueva amiga. Se hace de la espada sin entregarla a nadie y desafía el destino que el padre ha dispuesto para ella. No importa los líos que pueda armar o las desgracias que pueda causar. Una bella joven, falo en mano, puede hacer lo que se le pegue la gana. Armar la Guerra de Troya, si es preciso, y esconderse tras la tienda o ir al mercado por la medicina olvidada cuando llega el momento de los desenlaces trágicos. A esta chica los límites parecen faltarle, designarle un novio no ha sido suficiente y ella misma parece buscar una demarcación a su deseo que, es posible, encuentre sólo al final de la gesta.

Las habilidades de esta muchacha son excepcionales y al ser descubierta por Li Mu Bai, despierta —entre otras cosas más bien mundanas que imaginará el lector— en el maestro el deseo de hacerla su discípula. Para ser un guerrero con montón de masters en meditación y que decide escabullirse en el examen final, nada mejor que quedarse embobado con la chiquita. Cuestión que la novia plantada no va a tolerar muy bien y dada su falta de arrojo para llegar al cuerpo a cuerpo con Chow Yun-Fat, busca entonces una pareja para la mimada rebelde.

La relación con la Zorra, evoca la figura misteriosa de Das Ding. Esa madre real de nadie y simbólica de todos que parece demostrar un dominio devastador sobre la cría con la que se identifica. Pero, resulta que ese saber con el que bañaba a la cría no procedía —es la lógica de la pérdida— más que del retoño, mismo que entendía mejor el texto sagrado sobre la rebate que la madre misma. En el camino natural de supervivencia, la hija se ha guardado algo para sí ante la mirada escudriñadora de la madre. Su saber sobre el mundo trasciende el del horizonte de la madre, pero, curiosamente y a pesar de toda la rebeldía de su posición, no lo retiene para sí sino regalárselo al primer bandolero que pasa, un amo más bien inculto, un trotamundos con más carrocería que motor.

El hippy de nombre Lo (Cheng Chen), ama a Jen y desde el desierto la viene a buscar para que vaya a su lado e imponer un orden a la joven que se niega a sentarse frente a la frontera del goce. La apostura del galán no logra domar nunca a la fierecilla. El personaje que interpreta Zhang Ziyi es complicado. Atraída por la enseñanza de la Zorra de Jade hacia el poder y la maldad (¡Vaya saber práctico!), no ceja de pugnar por la búsqueda de sí misma, su rebeldía parecería revelar un feminismo que da una nota de alerta sobre el papel de la mujer en las sociedades orientales, pero, no es así del todo. En realidad, parece una histérica buscando un amo bien despótico y ninguno de los hombres que conoce —nones, el perfeccionista Li Mui Bai—, parecen dar la talla de ese ideal inalcanzable.

Los conflictos llevan a mostrarnos las historias enlazadas de cada personaje en el marco de maravillosos paisajes de ensueño que merecen el calificativo de inefables. La hechicería, los poderes misteriosos del guerrero y las artes marciales se muestran mágicamente enlazadas en una estética que rememora las comedias shakespeareanas y la literatura china abundante en héroes del kung-fu, amén de asimilar las lecciones de la estética de los mangas ( comics japoneses). Hay que decirlo, la película siempre se encuentra por encima de las expectativas que generaría una película de kung-fu china pero da la talla a las mejores películas de acción del género puesto que la superior coreografía de las peleas está hecha por el mismísimo Yuen Woo-Ping coreógrafo de las peleas en The Matrix (1999). La lucha entre las copas de bambú es singular y derrama poesía ante el espectador en un tono extraño, oriental y surrealista a la vez.

El final es sorprendente como todo lo que sucede en el film. Nuestra princesa amiga no cede ante la pregunta por el saber al punto de empeñar su vida en una respuesta, deja atrás, la gloria del guerrero, el amor y la maestría de las artes del engaño. Para ella sólo es posible encontrar el límite en la respuesta del renacimiento o la muerte.


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