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Cuando la economía inflama la economía libidinal

From: Alicia Azubel - aliciaazubel@infovia.com.ar - 1/03

Se escucha decir que como efecto de ciertas medidas económicas que afectan el movimiento de dinero de particulares depositados en los bancos se estaría asistiendo a una suerte de locura colectiva. Vale la pena interrogar este decir de la calle e intentar situar un malestar que se expone bajo la forma de vivencias de incertidumbre, de experiencias de despojo de lo propio y de intrusión en un ámbito privado. Vivencia de estafa subjetiva sostenida en la objetividad de la retención de un dinero que está en la cuenta del nombre propio. De afectación de lo que se ha ahorrado o guardado como recaudo. Y que se expresan públicamente en frases como: "devuelvan lo que robaron"; "que se vayan todos"; y en ámbitos más privados en frases como: "es injusto, ese dinero es mío, mío, mío". Y también en la desesperada búsqueda de acciones destinadas a una ‘recuperación’ de "lo que es mio": manifestaciones; cacerolazos, y recursos de apelación jurídicos.

Por cierto no es debatible la legitimidad del malestar y de la disposición a la protesta. Tanto que uno siente cierto pudor de interrogar algo tan obvio. Sin embargo vale la pena el esfuerzo con el ánimo de contribuir a lo que amenaza con estabilizarse como una situación sin salida o bien en la deriva que resulta de la caída de cualquier orden posible.

Por una parte esta la cuestión de la realidad. La bronca , más aún el odio que se despeja -no digo angustia- se asocia de un modo automático, sin solución de continuidad a lo que se da por sentado como ‘la realidad’ que se vive. A una supuesta realidad que se padece. De la que se es víctima y puro objeto. Cada cual, en la primera persona del singular. Un Yo y una Realidad. No digo que esa suma de yoes no hagan masa en un débil nosotros. Sino que ese plural es débil porque se constituye alrededor del eje particular del YO en el centro. (Tanto es así, que es dable constatar el agobio que produce al Yo escuchar otro idéntico Yo, en un discurso asfixiante, reiterativo y sin salida para ambos). Mi reclamo de recuperación es el que vale y es el que organiza mi odio, mi malestar, mi protesta. Y la realidad así constituida también es débil, porque se organiza, se presenta, como una extranjeridad absoluta, sin articulación con los sujetos en juego, y por tanto como entidad a destruir.

¿Hay una crisis?. Se habla tanto de ella que parecería absurdo suponer que no la hay. Sin embargo si en la clásica definición de crisis se admite que la misma es efecto de algo que está agonizando y algo que no consigue producirse como nuevo, como diferente, es posible que en las actuales circunstancias, estemos más acorralados en un movimiento desesperado de recuperación de lo agonizante que de un impulso hacia un nuevo estado de cosas. Para un analista esto es materia de trabajo cotidiano en su consultorio. Gente que acude a la consulta por algo que no va más, se aferra sin embargo a ello con una adhesividad sufriente con tal de que una nueva apuesta no amenace con producir una pérdida. Aun cuando en algún lugar se sepa que lo que se teme perder, lo que se desespera por recuperar, en realidad allí nunca estuvo. En el movimiento de recuperación se gira en falso justamente porque aquello por lo que se desespera tiene la consistencia de la ilusión. Idealizada o denigrada dicha ilusión aparece como soporte, sostén de la propia integridad. Sin esa ilusión ya nada sería igual como consecuencia de un descompletamiento del yo, de lo que se da en llamar la identidad del individuo y de su entorno -familia, amigos, trabajo....país. Un cierto trabajo de análisis lleva justamente a enfrentarse con ese descompletamiento de la identidad de uno y otro lado - a la caída de esa ilusión- para que algo en ese vacío de identidad pueda producirse como alternativa al movimiento de repetición de lo mismo y del padecimiento que la misma acarrea. Es decir que un análisis procura dirimirse en el registro de la crisis y no de la recuperación. En el registro del descompletamiento del sujeto y de lo Otro y no en el plano de una restauración que venga a taponar el advenimiento de otra cosa. Que no es una cosa sino una posición subjetiva frente a la realidad porque, para decirlo todo, la realidad se construye a partir de una cierta posición subjetiva. También la construcción de la realidad en su versión colectiva depende en grado sumo de ciertas o determinadas posiciones frente a los tiempos y el lugar que nos toca vivir. Entonces, si hay o no una crisis, se mide por sus consecuencias, por la perspectiva que inaugura en la construcción de una realidad en la que el sujeto se vea implicado, y a partir de la cual ya nada será idéntico: ni sus ideales, ni sus goces, ni sus padecimientos. Tampoco será igual la realidad política y social de la que se habrá de ser parte más allá de uno mismo en tanto YO centro, pero bien acá de uno en tanto uno más entre otros. Entre una y otra posición se juega la cuestión del bien común y de un reconocimiento de los derechos del semejante. Algo que tiene que ver con el ideal de equidad en el plano político y social, y que estaría bien lejos de una supuesta paridad -1=1- que disuelve la cuestión de las diferencias. Ello implica que no hay identidad entre uno y el semejante como tampoco en la ilusión que supimos devorar y que se ha hecho añicos, de que un dólar es igual a un peso; Paris igual a Buenos Aires; etc., etc.

En la Argentina a construir hay lugar y más espacios vacíos que cualquier otra cosa. Para ser cubiertos por la política, la vida intelectual y artística, la actividad de seguridad y militar, el mundo del trabajo. Tiene que haber lugar para todos para ser ocupados en la persepctiva de la construcción de otra realidad. Sobre todo porque al momento somos eso: somos los políticos que queremos eliminar, los pobres y desamparados cuya existencia hemos intentado disimular hasta que no fue posible ya; los intelectuales que cuestionamos por su falta de ideas. Si decimos que se vayan todos, que quede claro que no queda ninguno de nosotros. Porque lo que habrá de nacer aún no está ni esbozado y es un deafío a encarar a partir de situar la crisis no como recuperación de sino como impulso hacia otra cosa. Por el momento, hasta que demostremos lo contrario, somos parte de lo viejo. Es verdad que entre nosotros que somos parte de lo viejo, estamos los que quieren que definitivamente esa cultura menemista saqueadora del bien común quede sepultada y quienes con buenas o malas intenciones no pueden quebrantar ese siniestro deseo de recuperación del: "¿YO?... argentino" que aniquila cualquier aliento de construcción de otra realidad.

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